Félix Rodríguez de la Fuente es, sin duda, uno de los naturalistas más emblemáticos y admirados de España.
Su trabajo como biólogo, divulgador científico y defensor incansable de la naturaleza marcó un antes y un después en la conservación ambiental y en la manera en que la sociedad española y mundial entendió y valoró la fauna y los ecosistemas.
En este artículo repasaremos su vida, su obra, su pueblo natal Poza de la Sal, y el homenaje que se le rinde en su tumba en Burgos, lugares que reflejan el profundo vínculo de Félix con la naturaleza y su legado imborrable.
Félix Rodríguez de la Fuente nació el 14 de marzo de 1928 en Poza de la Sal, un pequeño pueblo situado en la provincia de Burgos, en Castilla y León.
Este entorno rural, con sus cielos abiertos, montes y la riqueza natural que lo rodea, fue el escenario que despertó desde muy niño su pasión por la naturaleza.
Su padre, notario de profesión, era un hombre culto y amante de la lectura, quien, debido a la Guerra Civil española y a sus propias ideas, decidió educar a sus hijos en casa durante los primeros años, fomentando en ellos el contacto directo con el entorno natural.
Desde muy pequeño, Félix mostró un interés excepcional por la fauna y los ecosistemas que lo rodeaban.
Sus continuas excursiones y exploraciones por los campos y montes de su región fueron el inicio de una vocación que lo acompañaría toda la vida.
La influencia de estos paisajes y la riqueza natural de Poza de la Sal fueron fundamentales para que Félix desarrollara ese amor profundo por el mundo animal, que luego expresaría en su trabajo científico y divulgativo.
En 1938 comenzó su educación formal en el internado del Sagrado Corazón de Vitoria, donde cursó estudios durante siete años.
Posteriormente, en 1946, bajo el consejo de su padre, inició la carrera de Medicina en la Universidad de Valladolid.
Aunque al principio no destacó especialmente en sus estudios, con el tiempo logró sobresalir, especialmente en las pruebas orales, alcanzando calificaciones máximas.
Finalmente, en 1957, se graduó en Estomatología, especialidad en la que obtuvo el Premio Extraordinario Landete Aragón, un reconocimiento a su excelencia académica.
Durante dos años trabajó como dentista a tiempo parcial, pero su verdadera pasión siempre fue la naturaleza y la fauna salvaje.
Tras la muerte de su padre en 1960, Félix decidió abandonar la odontología para dedicarse por completo a su vocación: la divulgación científica y la conservación ambiental.
El talento y carisma de Félix Rodríguez de la Fuente pronto llamaron la atención de los medios de comunicación.
Su primera aparición destacada fue en un reportaje televisivo donde mostraba su habilidad como halconero, disciplina que practicaba con gran maestría.
Esta entrevista tuvo un impacto inmediato en el público, lo que le abrió las puertas para colaborar en programas de televisión donde hablaba brevemente sobre caza, pesca, senderismo y temas relacionados con la naturaleza.
En 1966 contrajo matrimonio con la francesa Marcel, con quien tuvo tres hijas: María de las Mercedes, Leticia Jimena y Ovil Patricia, quienes posteriormente continuarían su legado colaborando en diversos proyectos relacionados con la naturaleza y la divulgación científica.
En 1968, la televisión española le encargó un programa propio llamado “Fauna”, que fue un éxito rotundo y le permitió profundizar en su labor educativa y conservacionista.
En 1973 comenzó la grabación de la serie “El hombre y la tierra”, considerada un hito en la divulgación científica.
Esta serie mostró la flora y fauna ibérica con una calidad y sensibilidad inéditas hasta entonces, llegando a millones de espectadores en España y en todo el mundo.
Uno de los aspectos más emblemáticos de la obra de Félix Rodríguez de la Fuente fue su estudio y defensa del lobo ibérico.
Considerado un animal maltratado y perseguido, el lobo se convirtió en un símbolo de la conservación y de la lucha contra la destrucción de especies.
Félix no solo estudió su comportamiento y ecología, sino que también transmitió al público la importancia de respetar y proteger a esta especie y a otros animales salvajes.
Su imagen junto a un lobo es icónica y aparece en varios monumentos y homenajes en su honor, reflejando la profunda conexión que tenía con este animal y su compromiso con la conservación de la fauna autóctona.
El 14 de marzo de 1980, en el día de su cumpleaños número 52, Félix Rodríguez de la Fuente falleció trágicamente en un accidente aéreo en Alaska.
Se encontraba allí con su equipo para cubrir la carrera de trineos más importante del mundo, un proyecto que formaba parte de sus múltiples intereses por la naturaleza en diferentes latitudes.
El pequeño avión en el que viajaba sufrió un accidente fatal, llevándose consigo la vida de Félix, el piloto Tony One, el camarógrafo Teodoro Roa y el asistente Alberto Mariano.
Su muerte prematura conmocionó a España y al mundo entero, pero no pudo apagar el legado que había construido con su trabajo y su pasión.
Poza de la Sal, su pueblo natal, mantiene vivo el recuerdo de Félix Rodríguez de la Fuente con varios monumentos y espacios dedicados a su memoria.
La casa donde nació se conserva como un lugar emblemático, y en el pueblo se pueden visitar estatuas que lo representan junto a su amado lobo, símbolos de su lucha por la naturaleza.
Además, en el cementerio de San José en Burgos reposan sus restos, donde se ha erigido una imponente estatua que lo muestra junto a un lobo, un homenaje que refleja la admiración y el respeto que sigue despertando en la sociedad.
A pesar de que han pasado más de cuatro décadas desde su fallecimiento, la influencia de Félix Rodríguez de la Fuente sigue siendo inmensa.
Su trabajo en la conservación de especies en peligro, la creación de parques naturales y reservas, y la divulgación científica han inspirado a generaciones de conservacionistas y amantes de la naturaleza en España y en todo el mundo.
Su serie “El hombre y la tierra” marcó un antes y un después en la manera de entender la relación entre el ser humano y el medio natural, y su mensaje sobre la defensa de los ecosistemas y el respeto por la fauna sigue siendo tan vigente como entonces.
Félix Rodríguez de la Fuente fue mucho más que un naturalista: fue un pionero, un educador y un defensor incansable de la vida salvaje.
Su vida, desde sus humildes orígenes en Poza de la Sal hasta su trágico final en Alaska, es un testimonio de pasión, dedicación y amor por la naturaleza.
Los homenajes en su pueblo y en Burgos son un recordatorio constante de su legado y de la importancia de continuar su lucha por un mundo más sostenible y respetuoso con el medio ambiente.
Visitar Poza de la Sal, recorrer los lugares que marcaron su infancia y admirar su tumba es adentrarse en la historia de un hombre que dedicó su vida a proteger lo que más amaba: la naturaleza y sus criaturas.
Su mensaje sigue vivo, inspirando a todos a valorar y conservar el planeta que habitamos.
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