Adalberto Martínez, mejor conocido como “Resortes”, fue uno de los comediantes y bailarines más queridos y emblemáticos del cine mexicano.
Su estilo único, su carisma y su inconfundible ritmo lo convirtieron en una leyenda viva del entretenimiento nacional.
Sin embargo, tras su muerte en 2003, un misterio comenzó a envolver su tumba en el panteón de la Ciudad de México, un enigma que ha desconcertado a fanáticos, expertos y familiares durante más de dos décadas.
Resortes falleció a los 87 años debido a un problema pulmonar que lo llevó a terapia intensiva.
Su partida dejó un vacío en el mundo del espectáculo, pero también sembró las semillas de una leyenda que trascendería su vida.
Años después de su entierro, comenzaron a surgir relatos extraños en el cementerio donde descansaba: sonidos de pasos rápidos, como si alguien estuviera zapateando entre las tumbas, sombras misteriosas y luces inexplicables cerca de su sepultura.
Estos sucesos fueron inicialmente atribuidos a la imaginación de los cuidadores y visitantes, pero la insistencia de los fenómenos y la aparición de una carta anónima sobre su lápida, con un mensaje que decía “mayor que no descansa, no todo fue revelado, la tumba debe abrirse”, hicieron que la historia tomara un giro inesperado.
Debido a la presión mediática y la inquietud de los familiares, las autoridades del cementerio decidieron abrir la tumba de Resortes.
El evento, realizado al amanecer y con presencia de periodistas y expertos, dejó a todos impactados.
Al abrir el féretro, el cuerpo del actor estaba intacto, pero en una posición inusual: con el brazo derecho levantado y doblado como si estuviera congelado en medio de un paso de baile.
Además, sobre su pecho descansaba un zapato de charol negro, brillante e impecable, como si hubiera sido colocado recientemente.
Este hallazgo desconcertó a los presentes.
¿Cómo podía un zapato estar tan limpio después de tantos años bajo tierra? ¿Qué significado tenía esa postura y el zapato? Para muchos, era una señal de que el espíritu de Resortes seguía bailando, cumpliendo una promesa hecha décadas atrás a un joven bailarín que admiraba su talento.
Durante su carrera, Resortes había conocido a un joven bailarín que le pidió ser su maestro.
En tono de broma, Resortes le prometió que si no lograba enseñarle todos sus pasos en esta vida, lo haría en la siguiente, bailando juntos.
La muerte prematura del joven marcó profundamente a Resortes, quien evitaba hablar del tema, pero que quizás dejó una señal para cumplir esa promesa.
La nota encontrada bajo el zapato, que decía “mayor que no fue un adiós, bailaré siempre que me recuerden”, alimentó la leyenda.
Para sus seguidores, esto era la prueba definitiva de que Resortes nunca dejó de bailar, ni siquiera después de muerto.
Tras la apertura de la tumba, los fenómenos extraños aumentaron.
Veladores del cementerio y visitantes afirmaron haber visto una figura delgada vestida con traje negro y zapatos de charol, bailando entre las tumbas.
También escucharon risas y zapateos que parecían desafiar la lógica.
Un velador relató con nerviosismo cómo vio a un hombre bailar dando vueltas, con movimientos imposibles de replicar.
Otra visitante aseguró haber encontrado huellas frescas de zapatos de charol junto a la tumba, huellas que no coincidían con calzados modernos, sino con los usados en la época dorada de Resortes.
Las cámaras de seguridad captaron imágenes borrosas de una silueta que se movía al ritmo de zapateos, reforzando la creencia de que el espíritu del comediante seguía presente.
Ante la creciente polémica y el interés público, se realizó una segunda exhumación oficial, supervisada por un equipo forense, periodistas y familiares.
Para sorpresa de todos, el cuerpo de Resortes seguía intacto, sin signos normales de descomposición.
Su piel, aunque rígida y pálida, parecía conservarse milagrosamente, y su vestimenta, incluyendo el traje negro y los zapatos de charol, estaban impecables.
Los expertos buscaron explicaciones científicas, desde condiciones climáticas hasta posibles momificaciones naturales o intervenciones químicas, pero ninguna teoría pudo explicar la preservación tan perfecta del cadáver y su ropa.
Además, se encontró una última nota en sus manos que decía: “mayor que el baile nunca muere, ustedes son mi escenario ahora, no me olviden y seguiré aquí dando vueltas”.
Este mensaje reforzó la idea de un pacto sobrenatural para mantener vivo el legado de Resortes.
La figura de Adalberto Martínez “Resortes” se convirtió en un símbolo de resistencia y pasión por el arte.
Su frase “el baile nunca muere” se popularizó y apareció en pancartas, camisetas y grafitis en todo México.
Miles de fanáticos comenzaron a rendirle tributo dejando zapatos de charol y flores en su tumba, convencidos de que su espíritu seguía vivo.
Artistas de todas las generaciones recordaron su legado, y jóvenes redescubrieron su talento a través de videos en redes sociales.
La historia de Resortes trascendió el tiempo y se convirtió en una leyenda que desafía la lógica y el entendimiento humano.
A pesar de las investigaciones y los homenajes, muchas preguntas permanecen sin respuesta: ¿Cómo pudo conservarse su cuerpo y su ropa en tan buen estado? ¿Quién o qué colocó las notas misteriosas en su tumba? ¿Realmente sigue bailando entre los vivos, o todo es una ilusión colectiva?
Para muchos, el misterio es una manifestación del amor y respeto del público hacia un ícono que nunca será olvidado.
Para otros, es un fenómeno paranormal que desafía la ciencia.
Y para algunos escépticos, podría ser una elaborada puesta en escena para mantener viva la leyenda.
La historia de la tumba de Adalberto Martínez “Resortes” es más que un misterio; es un testimonio del poder del arte y la memoria colectiva.
Su espíritu inquebrantable, reflejado en esos pasos de baile que parecen resonar en la penumbra del cementerio, nos recuerda que el talento y la pasión pueden trascender la vida misma.
Mientras haya alguien que lo recuerde y baile en su honor, Resortes seguirá vivo, dando vueltas en el escenario eterno de la memoria y el corazón de México.
El baile nunca muere, y él es la prueba viviente — o quizás no tan viva — de esa verdad.
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