Imagina una carretera polvorienta en el desierto al atardecer, escenario típico de los viejos filmes de acción mexicanos, donde un héroe con sombrero inclinado y mirada de acero nunca falla un disparo.
Ese mundo fue el que Fernando y Mario Almada construyeron para generaciones de espectadores, convirtiéndose en íconos del cine regional y de acción mexicano.
Sin embargo, tras décadas de fama y éxitos, Fernando Almada, quien falleció el 30 de octubre de 2023 a los 94 años, dejó una confesión íntima que cambió para siempre la historia que se había contado sobre su hermano Mario.
Los hermanos Almada fueron figuras centrales en el cine mexicano desde finales de los años 50.
Fernando inició su carrera en 1959 con la película *Milagros de San Martín de Porres*, mostrando desde un principio una seriedad y dedicación artesanal a su trabajo.
Mario, por su parte, comenzó tras bambalinas, aprendiendo los entresijos del cine, pero su inquietud y carisma lo llevaron rápidamente frente a la cámara.
Su llegada coincidió con el ocaso de la época de oro del cine mexicano, un momento en el que el público ansiaba historias con personajes audaces y paisajes rudos.
La fórmula de los Almada funcionó porque eran opuestos complementarios: Fernando esculpía cada papel con cuidado y paciencia, mientras Mario confiaba en su instinto y buscaba la adrenalina del momento.
Esta combinación les dio un pulso único a sus películas, que se convirtieron en hitos culturales, como *Nido de Águilas* o *La banda del Carro Rojo*.
Más allá del entretenimiento, sus filmes mostraban la crudeza de un México poco representado: hombres y mujeres en los márgenes, rebeldes y justicieros que forjaban su propia justicia en pueblos fronterizos.
Aunque algunos críticos etiquetaron sus películas como de consumo fácil, la verdad es que bajo las escenas de tiroteos y persecuciones había una mirada profunda a la desigualdad y a la lucha de comunidades olvidadas.
El respeto silencioso que los hermanos Almada tenían por sus personajes se percibe aún hoy.
Su obra ha sido citada por cineastas jóvenes como un modelo para contar historias que combinan entretenimiento con valentía para enfrentar realidades difíciles.
Para finales de los 70, Fernando Almada comenzó a bajar el ritmo y a explorar su faceta como director y guionista.
Su obra *El hechizo del pantano* (1978) es un ejemplo de su interés por historias complejas y moralmente ambiguas, alejándose de los duelos rápidos y ofreciendo un drama lleno de sombras y dilemas.
En sus propias palabras, “La vida no es blanco y negro, ¿por qué nuestras películas deberían fingir lo contrario?”.
Mientras Mario filmaba varias películas al mes, Fernando se obsesionaba con cada detalle, reescribiendo guiones y ajustando planos para capturar la verdad oculta en los matices.
Esta diferencia generaba tensiones, pero también fortalecía su trabajo conjunto.
La paciencia meticulosa de Fernando equilibraba la energía impulsiva de Mario, creando una sociedad profesional que sostuvo a su familia y obra durante décadas.
Los años 80 y 90 fueron difíciles para el cine mexicano. La reducción del financiamiento, la competencia de Hollywood y la inestabilidad económica afectaron a la industria.
Sin embargo, los Almada siguieron adelante, apoyándose mutuamente en momentos de enfermedad familiar, pérdidas y proyectos frustrados.
Su vínculo se manifestó también en la vida personal: Fernando ayudaba a cuidar a la hija de Mario durante rodajes prolongados, demostrando la profundidad de su relación.
Aunque en pantalla Mario era el forajido implacable, la verdad que Fernando reveló antes de morir sorprendió a muchos.
En entrevistas finales, Fernando describió a Mario como la persona más honorable y gentil que había conocido.
Lejos de la dureza de sus personajes, Mario era tímido, prefería la tranquilidad a la fiesta y poseía una decencia tranquila que contrastaba con su imagen pública.
Esta revelación dio un giro a la leyenda de los Almada, mostrando al hombre detrás del mito.
Fernando habló con admiración de la valentía y el impulso incansable de Mario, pero también reconoció una rivalidad sana que los empujaba a superarse mutuamente.
“El hierro afila el hierro”, dijo, y esa competencia fue parte de la fuerza de su hermandad.
Cuando Fernando falleció en 2023, la noticia conmocionó a fans y colegas.
Su muerte marcó el fin de una era para el cine mexicano, especialmente para el género de acción regional que ambos hermanos ayudaron a definir.
Sin embargo, su legado sigue vivo.
Sus películas se proyectan en escuelas de cine, festivales y plataformas de streaming, donde nuevas generaciones descubren la mezcla de bravura y humanidad que caracterizó su obra.
Los Almada no solo fueron estrellas de cine, sino narradores que honraron a la gente común, a los trabajadores y a los marginados.
Murales y estatuas en Sonora recuerdan a estos hermanos como guardianes del oficio y maestros que insistían en la verdad en cada plano, incluso en las películas más populares.

La confesión final de Fernando Almada sobre su hermano Mario no solo honra su memoria, sino que invita a mirar más allá de la fama y el mito.
Nos recuerda que detrás de cada leyenda hay una persona con virtudes, defectos, luchas y afectos profundos.
La historia de los Almada es la historia de dos muchachos de Sonora que, unidos por la lealtad y el sueño compartido, dejaron una marca imborrable en el cine mexicano.
Ahora, la pregunta queda para nosotros: ¿qué aprendemos de su viaje? Quizá el valor de contar historias que importan, de enfrentar las dificultades con resiliencia y de reconocer que la verdadera fuerza puede estar en la bondad silenciosa.
Los Almada nos dejaron un legado para mantener vivo, un llamado a seguir contando las historias difíciles, pero con corazón.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.