“Una Noche de Fiesta, una Vida Perdida: La Tragedia que Quebró a la Madre de Jaime Esteban Moreno”
La noche que debía estar llena de risas, disfraces y música terminó convertida en una pesadilla interminable.

Jaime Esteban Moreno, estudiante universitario, salió a celebrar Halloween como tantos jóvenes de su edad y nunca regresó a casa.
Su asesinato, ocurrido en circunstancias que aún estremecen a la comunidad, no solo truncó una vida, sino que dejó a una madre atrapada en un dolor tan profundo que quienes la rodean aseguran que está completamente destrozada, viviendo cada día al límite de sus fuerzas.
Desde aquel momento, el tiempo parece haberse detenido para ella.
La casa donde antes resonaban conversaciones cotidianas ahora está marcada por un silencio pesado, casi insoportable.
Amigos y familiares relatan que la madre de Jaime Esteban ya no duerme bien, revive una y otra vez la última despedida y repite la misma pregunta que no encuentra respuesta: por qué.
No se trata solo de tristeza; es una herida abierta que no cicatriza, alimentada por la violencia absurda que le arrebató a su hijo en una noche que prometía normalidad.
Quienes han logrado hablar con ella describen a una mujer quebrada emocionalmente, que pasa de la incredulidad al llanto en cuestión de minutos.
No hay consuelo posible cuando la pérdida es tan repentina y tan injusta.
“Está destrozada”, dicen quienes la conocen de cerca.
“No hay palabras que alcancen”.
Su dolor no se expresa con gritos ni escándalos, sino con una mirada perdida y una voz que se quiebra al pronunciar el nombre de su hijo.
El caso de Jaime Esteban Moreno conmocionó a la ciudad no solo por la violencia del crimen, sino por el contexto.
Una celebración popular, una noche donde cientos de jóvenes compartían espacios públicos, y de pronto, una muerte que nadie vio venir.
La noticia se propagó rápidamente, generando indignación, miedo y una sensación colectiva de vulnerabilidad.
Pero mientras el país debatía responsabilidades y exigía justicia, para su madre el mundo se redujo a una ausencia imposible de aceptar.
Desde el asesinato, su rutina se ha convertido en una sucesión de recuerdos.
Cada objeto de Jaime Esteban parece hablarle.
Su ropa, sus cuadernos, sus mensajes guardados en el teléfono.
Todo permanece intacto, como si conservarlo fuera la única manera de evitar que la realidad termine de imponerse.
Personas cercanas aseguran que ella se resiste a cambiar cualquier cosa, porque hacerlo sería admitir que su hijo no volverá.
La investigación avanza, pero con la lentitud que suele desesperar a las víctimas.
Cada día sin respuestas es un día más de angustia.
La madre asiste a audiencias, escucha informes, espera llamadas que casi nunca llegan.
La justicia, cuando tarda, también hiere.

Y en su caso, esa espera constante ha intensificado el sufrimiento.
No busca venganza, repite, solo quiere saber qué pasó y por qué su hijo terminó siendo una víctima más de la violencia nocturna.
Su estado emocional ha generado preocupación entre quienes la rodean.
No porque haya perdido la razón, sino porque el dolor la ha consumido casi por completo.
Comer se ha vuelto un acto mecánico.
Dormir, un lujo ocasional.
Sonríe muy poco.
Habla lo justo.
Vive, pero no de la manera en que lo hacía antes.
Es una madre atravesada por el duelo más devastador que existe: sobrevivir a un hijo.
En redes sociales, su historia ha provocado una ola de solidaridad.
Mensajes de apoyo, velas, marchas silenciosas y llamados a la justicia han intentado rodearla de compañía.
Sin embargo, quienes conocen el duelo de cerca saben que nada de eso llena el vacío.
La empatía alivia por momentos, pero el dolor vuelve cuando la puerta se cierra y la noche cae.
El asesinato de Jaime Esteban Moreno también ha reabierto un debate incómodo sobre la seguridad, la violencia juvenil y la fragilidad de la vida en espacios que deberían ser seguros.
Pero para su madre, esos debates suenan lejanos.
Ella no habla de estadísticas ni de políticas públicas.
Habla de su hijo, de sus sueños, de lo que iba a ser y ya no será.
Cada aniversario, cada fecha especial, cada Halloween que vuelva a llegar será una herida renovada.
La madre de Jaime Esteban no busca compasión, sino memoria y justicia.
Quiere que su hijo no sea reducido a un titular, que su nombre no se diluya entre tantos otros.
Quiere que su muerte tenga una respuesta y, ojalá, un sentido que evite que otras madres atraviesen el mismo infierno.
Hoy, su estado es el reflejo de una tragedia que va más allá de un crimen.
Es la imagen viva de lo que deja la violencia cuando golpea sin aviso.
Una mujer destrozada, aferrada a los recuerdos, esperando que la verdad llegue antes de que el dolor termine por consumirla del todo.