El Padre Pistolas Rompe su silencio

El Padre Pistolas, nombre popular del sacerdote Jesús Alfredo Gallegos Lara, es uno de los personajes más controvertidos y fascinantes del México contemporáneo.

A sus 73 años, este cura originario de Guanajuato ha construido una imagen que desafía los moldes tradicionales de la Iglesia católica, al predicar con una pistola al cinto, repartir remedios herbales y hablar sin tapujos sobre los problemas sociales del país.

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Su figura, admirada por muchos y criticada por otros, refleja las tensiones entre una religiosidad institucional y una espiritualidad más cercana al pueblo, que exige acción frente a la injusticia y la violencia.

 

Nacido el 9 de julio de 1951 en Tarimoro, Guanajuato, Jesús Alfredo Gallegos creció en un ambiente rural, rodeado de valores comunitarios y con una temprana conciencia sobre las desigualdades que vivía su entorno.

Su vocación religiosa comenzó a tomar forma a los 14 años, cuando ingresó al seminario, impulsado por el deseo de servir a los demás.

Fue ordenado sacerdote en 1977 y, desde entonces, ha dedicado su vida al ministerio, aunque no de la forma convencional que se espera dentro del clero.

 

Desde el inicio de su carrera, el Padre Pistolas mostró un enfoque práctico y combativo.

En lugar de limitarse a ofrecer homilías dominicales, se involucró activamente en la transformación física de las comunidades donde servía.

En un periodo de 25 años, ayudó a construir más de 100 kilómetros de caminos, así como iglesias, clínicas y otras obras públicas.

Su estilo directo, muchas veces rudo, se ganó rápidamente tanto seguidores leales como detractores que consideraban que rompía con los cánones del sacerdocio tradicional.

 

El apodo que lo haría famoso, “Padre Pistolas”, surgió de su costumbre de portar un arma durante sus actividades cotidianas.

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Según él mismo ha explicado en diversas entrevistas, llevar una pistola es una cuestión de supervivencia en un país azotado por el crimen organizado, donde los sacerdotes, igual que cualquier ciudadano, corren peligro.

En un entorno tan violento, considera que la fe no debe ser sinónimo de debilidad.

Esta actitud, aunque ha escandalizado a muchos dentro y fuera de la Iglesia, ha sido vista por sus seguidores como una forma legítima de proteger a su comunidad.

 

Pero más allá del revólver, lo que verdaderamente distingue al Padre Pistolas es su lenguaje frontal y su activismo social.

No ha dudado en denunciar la corrupción de los políticos ni en llamar cobardes a quienes, desde posiciones de poder, ignoran las necesidades del pueblo.

Esta actitud le ha traído múltiples enfrentamientos con la jerarquía eclesiástica.

La Arquidiócesis de Morelia, a la que pertenece, lo ha suspendido en varias ocasiones, especialmente por sus declaraciones públicas que contradicen el discurso oficial de la Iglesia.

 

La más reciente suspensión se produjo en septiembre de 2022.

Sin embargo, lejos de acatar la orden, el Padre Pistolas continuó celebrando misas, atendiendo a sus fieles y repartiendo remedios herbales, otro de los aspectos que lo han hecho famoso.

Él mismo prepara y distribuye infusiones y fórmulas tradicionales para aliviar dolencias comunes, una práctica que muchos en el ámbito médico o religioso consideran peligrosa o poco seria, pero que ha sido recibida con esperanza por personas que no tienen acceso a atención médica regular.

El Padre Pistolas | Rotten Tomatoes

Estos remedios son también una metáfora de su forma de entender la fe: como una herramienta de sanación y de acción.

Para el Padre Pistolas, no basta con rezar o esperar milagros; hay que comprometerse, actuar, curar desde donde se pueda.

Por eso sus homilías suelen estar llenas de exhortaciones a la comunidad para que se organice, se defienda y no permita que la violencia ni la pobreza definan su destino.

 

En una sociedad marcada por el abandono institucional, el discurso del Padre Pistolas ha calado hondo.

Es, para muchos, la voz de los olvidados, de aquellos que no encuentran consuelo en los ritos formales ni en la burocracia eclesiástica.

Ha criticado con dureza a los políticos, pero también ha cuestionado a sus propios superiores dentro de la Iglesia, lo que ha aumentado su prestigio entre sectores populares, aunque ha generado tensiones dentro de la institución a la que pertenece.

 

La figura del Padre Pistolas resulta incómoda porque rompe esquemas.

Su regreso al altar, pese a las suspensiones, no ha sido solo un acto de desobediencia, sino también una manifestación de resistencia.

Él mismo ha dicho que la pasividad de la Iglesia frente a la violencia y la injusticia lo obliga a tomar una postura firme, aunque eso signifique estar en desacuerdo con sus superiores.

Considera que el Evangelio debe ser una guía viva para transformar el mundo, no solo un conjunto de palabras repetidas en ceremonias religiosas.

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En tiempos de crisis, donde la inseguridad y la corrupción parecen no tener fin, su mensaje adquiere una fuerza inusual.

Su forma de actuar, aunque polémica, responde a una necesidad urgente: la de sentir que hay líderes dispuestos a ensuciarse las manos por su gente.

Sus fieles lo siguen con devoción, no por lo que representa dentro de la jerarquía católica, sino por lo que ha hecho por ellos con hechos concretos.

 

El legado del Padre Pistolas todavía está en construcción, pero ya se ha ganado un lugar en la historia contemporánea de México.

Representa una espiritualidad activa, combativa, más cercana al pueblo que al púlpito.

Un sacerdote que, armado con fe, remedios caseros y una pistola, ha decidido luchar por los suyos en un país que a menudo les da la espalda.

 

Su vida invita a cuestionar las formas tradicionales de ejercer el liderazgo religioso y a pensar en cómo la fe puede ser también un instrumento de resistencia.

No se trata simplemente de un personaje pintoresco, sino de un hombre que, con todas sus contradicciones, ha logrado movilizar conciencias y poner sobre la mesa temas incómodos que no pueden seguir siendo ignorados.

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