A los 72 años, el dúo Pimpinela rompe su silencio y deja al mundo sin palabrasA los 72 años, el dúo Pimpinela rompe su silencio y deja al mundo sin palabras
Había una vez dos hermanos que, desde un escenario, fingían peleas apasionadas, rupturas románticas y reconciliaciones incendiarias.
Por décadas, el público vibró con sus diálogos dramáticos, las letras llenas de pasión y dolor, como si fueran ellos mismos los protagonistas de telenovelas musicales.

Pero ahora, con 72 años, Pimpinela, el legendario dúo argentino, ha decidido finalmente romper su silencio.
Lo que revelan no solo sorprende, sino que trastoca todo lo que muchos pensaban que sabían sobre ellos.
Lucía y Joaquín Galán, hermanos de sangre, han sido durante más de cuarenta años la voz de los amores imposibles y las traiciones desgarradoras.
Su carrera despegó en 1981‑82, cuando lanzaron éxitos como Olvídame y pega la vuelta, una canción que desde entonces se convirtió en himno latente en karaokes, bodas y nostalgias compartidas.
La teatralidad de su puesta en escena, esa forma tan peculiar de cantar sus desavenencias sentimentales, siempre fue su sello más distintivo.
Pero detrás de esa artimaña escénica, había algo más profundo, algo que durante décadas ambas estrellas guardaron como un tesoro prohibido.
En una reciente entrevista que ha corrido como pólvora, los Galán revelaron que muchas de las historias que interpretaban no eran invenciones ni simples dramatizaciones.
Al contrario, confesaron que algunas de sus canciones más desgarradoras nacieron directamente de sus propias experiencias personales: vivencias de desamor, decepciones y tormentos íntimos.
Esa revelación ha dejado a fans y críticos boquiabiertos: las letras que creíamos pura ficción escondían una realidad emocional muy cruda.
Durante años, los seguidores se preguntaban si esa química tan intensa que parecían compartir era solo parte del guion o si había algo más.
Ahora, con la sinceridad de quienes han vivido mucho, Lucía y Joaquín admiten que no solo eran hermanos sobre el escenario.
Sus voces, sus miradas, sus susurros dramáticos… todo eso estaba tejido con hilos de verdad.
La confesión no llega tarde: llega en un momento de reflexión, de cierre, de legado.
Lo que hace aún más poderoso este momento es que no se trata solo de una entrevista más.
Es la culminación de décadas de éxito, amargura, reconciliación y resistencia.
Pimpinela no solo ha vendido millones de discos —su discografía abarca más de dos décadas y ha conquistado América Latina, España y otros rincones del mundo, sino que ha marcado un estilo único: el diálogo en las canciones, la teatralidad emocional, la vulnerabilidad convertida en arte.
En su revelación más íntima, confiesan que muchas de sus melodías más fuertes surgieron cuando se sentaban juntos, mano a mano, frente al piano familiar, transformando sus discusiones reales en arte.
Dicen que no actuaban tanto como desahogaban: sus corazones giraban en torno a sus canciones.
Y esa autenticidad, al fin, ha sido reconocida.
También cuentan que sus raíces han sido parte esencial de su identidad artística.
Sus padres emigraron desde España —él era asturiano, ella leonesa— y esos orígenes marcaron su forma de vivir y de crear.
Esa herencia les dio disciplina, sentido del trabajo duro, del sacrificio, del respeto familiar.
Esa estructura les devolvió a sí mismos cuando uno u otro se sentía perdido.
En el escenario, han sido guerreros del amor y la narrativa.
Fuera de él, son simplemente dos hermanos que crecieron juntos, compartieron sueños, lágrimas y ambiciones.
La elegancia de su confesión radica en que no buscan escándalo ni provocación.
No hay explosiones gratuitas, sino una calma dolorosa, una honestidad madura.
A los 72 años, el deseo no es otro que cerrar el círculo: afirmar que sí, sus canciones dramáticas estaban salpicadas de su propia vida, que la pasión no era ficticia, sino real, y que la poesía y el dolor pueden bailar juntos sin máscaras.
Para muchos fans, este momento es catártico.

Es como si durante años hubieran susurrado al oído de Pimpinela sus propias historias de amor y desamor, y finalmente los cantantes les dijeran: yo sé lo que se siente, yo he estado ahí también.
Esa conexión profunda, esa comunión de dolor y melodía, ha sido su fuerza durante cuatro décadas.
Además, su confesión abre una nueva puerta: la reinterpretación de su legado.
Canciones que antes se veían como entretenimientos emocionales pueden ahora leerse como piezas autobiográficas, como capítulos de una vida compartida.
Esa nueva lectura podría cambiar la forma en la que las generaciones futuras escuchan su música, no solo con nostalgia, sino con comprensión.
Al final, lo que Pimpinela ha hecho es regalarle al mundo un regalo más grande que cualquier éxito musical: la verdad.
Una verdad con cicatrices, con melodías encendidas por el fuego de la experiencia.
Y al hacérsela saber al público, liberan ese peso que quizá han llevado toda una vida.
Es una confesión, sí.

Pero también una declaración de amor: al arte, a su historia, y a quienes los han acompañado en cada nota.
Y en esa confesión, el mundo escucha ahora algo más que canciones: escucha a dos personas que han vivido su propia novela musical.