Entre soledad, rutinas tristes y recuerdos enmarcados: Así vive hoy Joan Baez, la diva folk que el mundo parece haber olvidado

😢🏞️  Entre soledad, rutinas tristes y recuerdos enmarcados: Así vive hoy Joan Baez, la diva folk que el mundo parece haber olvidado

Cantar con causa: Joan Baez 80 años después / La Semanal - La Jornada

Joan Baez fue, durante décadas, el símbolo de la integridad artística.

Una mujer que se mantuvo firme cuando el mundo temblaba.

Cantó junto a Martin Luther King Jr.

, desafió al gobierno de los Estados Unidos desde Hanoi y convirtió su vida en una trinchera de paz.

Pero mientras el mundo la veneraba, ella libraba batallas internas que apenas podía nombrar.

A los 84 años, ha hecho lo que nunca se permitió: contarlo todo.

Y el resultado es brutal.

“Joan Baez: I Am a Noise” no es un documental tradicional.

Es un grito íntimo.

Desde su salón en Los Ángeles, rodeada de pinturas, una chimenea encendida y su perro a los pies, Baez revela una vida marcada por la oscuridad que tanto tiempo intentó disimular con luz.

La historia comienza en su infancia, donde el abuso por parte de su propio padre dejó una herida que nunca cicatrizó del todo.

No lo supo durante años.

Joan Baez, 80 años de voz, símbolo y coherencia

Fue su hermana Mimi quien primero habló.

Luego, Baez se sometió a sesiones de hipnosis para recuperar fragmentos de memoria.

El resultado fue una carta, escrita en 1991, en la que acusaba a su padre Albert de haberla agredido.

Él lo negó.

Ella nunca tuvo pruebas.

Pero el daño ya estaba hecho.

Durante ocho años, Baez fue adicta a los ansiolíticos.

Comenzó terapia a los 16, vivió bajo el yugo de un trastorno de identidad disociativo, sufrió ataques de pánico y una profunda neurosis.

La imagen angelical con la que fue vendida al mundo ocultaba un colapso emocional casi constante.

“Sabía que después de cualquier buen momento venía la caída”, confiesa.

Esa frase se convirtió en su maldición personal: vivir entre la gloria pública y la descomposición privada.

El desamor también tuvo su papel.

Bob Dylan, a quien descubrió, impulsó y amó, fue el primero en destrozarla emocionalmente.

Cuando él subió al estrellato, la dejó atrás.

Joan Baez revela lo que nadie sabía sobre su vida: “Fue devastador  contarlo, pero ahora estoy en paz” | Cultura | EL PAÍS

Ni siquiera la invitó al escenario durante su gira por Reino Unido en 1965, después de que ella lo ayudara a forjar su carrera.

Fue una traición fría.

Una que Baez no pudo procesar durante años.

Aun así, lo perdonó.

Le escribió una carta de despedida espiritual: “Gracias por los años 60.

Gracias por las canciones.

Lo único que siento ahora es gratitud.

” Él jamás respondió.

Después vino David Harris, el activista con quien se casó tras un arresto conjunto en una protesta contra la guerra de Vietnam.

Se mudaron a una comuna, vivieron en lo alto de las colinas, criaron gallinas, rechazaron al sistema…y pronto, se derrumbaron.

Él fue encarcelado por negarse al servicio militar, y cuando volvió, el matrimonio ya estaba roto.

Baez dio a luz sola.

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Crió a su hijo, Gabriel, como pudo, mientras seguía en pie de lucha.

Y mientras el mundo la veía como una musa inquebrantable del folk, en casa lidiaba con las voces del pasado.

Grababa sus sesiones de terapia, guardaba casetes de confesiones familiares y se enfrentaba a recuerdos borrosos que la perseguían como sombras.

Su hermana Mimi, también cantante, siempre fue una figura de rivalidad y celos.

Durante dos años, Joan tuvo una pareja mujer, pero jamás lo dijo en voz alta.

El silencio era su refugio…y su prisión.

Baez nunca dejó de luchar.

Viajó a Vietnam en plena guerra, vivió los bombardeos navideños en Hanói, denunció al ejército estadounidense y al régimen comunista por igual.

Fundó el Instituto de Estudios para la No Violencia, marchó junto a líderes civiles, cantó en prisiones, defendió causas ignoradas.

En 2017, ya retirada, volvió con “Nasty Man”, una canción escrita contra Donald Trump, porque no podía quedarse callada.

Pero en el fondo, la batalla siempre fue interna.

Hoy, vive en paz, o al menos lo intenta.

No extraña los escenarios.

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Cultiva su huerto, medita, baila sola escuchando a los Gypsy Kings, cuida de sus gallinas y escribe poesía.

Ha encontrado un pequeño equilibrio.

“Me concentro en un solo pájaro, no en el coro entero.

Y eso es hermoso”, dice.

Es su forma de resistir al colapso del mundo.

Porque sigue mirando alrededor y viendo el mismo horror: fascismo, devastación climática, injusticia.

Pero ya no carga el peso de salvarlo todo.

Solo quiere entenderlo.

Joan Baez, ícono, sobreviviente, confesora tardía, ha dicho todo lo que tenía que decir.

“Tenía más de 80 años y quería dejar algo verdadero”.

Y lo ha hecho.

Se desnudó ante el mundo con una valentía mucho más grande que la de cualquier escenario: la de mostrar sus grietas, sus contradicciones, sus derrotas.

El público, acostumbrado a idealizarla, ahora la ve más humana que nunca.

Más frágil.

Más real.

Y ahí radica la tragedia silenciosa de su vejez: no en la soledad, ni en el retiro, ni en los recuerdos amargos.

Sino en la constatación de que incluso los más valientes necesitan tiempo —y mucho dolor— para contar su verdad.

Baez ha tardado más de seis décadas en hacerlo.

Pero ahora, al fin, canta sin filtro.

Y lo que sale de su garganta no es una canción…es una herida abierta.

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