💔 “Me traicioné, fui infiel y lo perdí todo”: Carlos Bonavides rompe el silencio y revela su historia más brutal y honesta
Carlos Bonavides no necesita presentación, pero sí merece una segunda oportunidad.
Porque lo que ha vivido no cabe en un solo titular.
De cargar bandejas como mesero a convertirse en ídolo nacional con “El Premio Mayor”, su historia es tan épica como trágica.
A los 14 años llegó solo a la Ciudad de México sin un peso en la bolsa.
Lavaba platos, vendía revistas, dormía en el suelo.
Nadie lo veía.
Él era, como dice, el hombre invisible.
Pero tenía algo que el hambre no mata: terquedad.
Sabía que iba a triunfar…o morir en el intento.
Después de años en carpas pobres, obras ambulantes y papeles sin crédito, logró meterse entre cortinas y sets de Televisa.
Así llegó su primer papel oficial en Las Aventuras de Capulina y más tarde, la década de oro del cine de ficheras.
Bonavides se hizo conocido en un mundo donde el escote, la picardía y el doble sentido eran ley.
Actuó con las grandes, entre risas, albures y escenarios de humo.
Y mientras otros lo miraban con desdén, él sabía que cada risa era un ladrillo más en su muro.
Pero lo que realmente lo catapultó fue El Premio Mayor.
En 1995, Emilio Larrosa lo eligió para protagonizar la telenovela que marcaría a toda una generación.
Nació Huicho Domínguez, el naco con suerte, el millonario improvisado, el personaje que lo convirtió en leyenda.
Y sí, ese personaje también le cambió la vida: millones de pesos, fama, mujeres, giras por toda Latinoamérica y una reputación que aún hoy lo persigue.
Pero el precio fue altísimo.
Mientras la pantalla mostraba éxito, su vida personal era un caos.
Excesos, vicios, relaciones tóxicas, decisiones impulsivas y una inmadurez que nunca terminó de sanar.
Se enamoró de Jodí Marcos, actriz 40 años menor.
Se casaron, tuvieron un hijo, vivieron el sueño… hasta que el sueño se rompió.
Primero, la pesadilla de una cirugía mal hecha que dejó a Jodí al borde de la muerte y los dejó sin casa, sin camionetas, sin ahorros.
Vendieron todo para salvarla.
Más de 10 millones de pesos se esfumaron en tratamientos.
Y nadie respondió.
Ni médicos, ni autoridades.
Bonavides tocó la puerta de AMLO pidiendo justicia.
Nadie respondió.
Y cuando parecía que no podía ir peor, vino el golpe final: la infidelidad.
“Sí, fui yo.
A mi edad, con todo lo que tenía… la cagué”, confiesa sin adornos.
La traicionó y lo perdió todo.
Ya no había pareja, solo dos exes viviendo bajo el mismo techo por falta de dinero.
Aún comparten casa por el hijo, por lo que fue, pero Carlos lo dice claro: “El día que ella traiga un novio a casa, me muero.
” Así, literal.
Las telenovelas dejaron de llamarlo.
Las ofertas desaparecieron.
Y entonces, hizo lo que muchos creyeron impensable: se paró en la calle a trabajar.
Frente al Sanborns de los Azulejos, en la calle Madero, con cartelito en mano: “Carlos Bonavides.
Mándele saludos a su ex, grabe un mensaje con Huicho”.
Y ahí, entre risas, fotos y aplausos de transeúntes, el ídolo caído encontró algo que nunca se fue: el cariño del pueblo.
Pero también encontró el juicio.
Los titulares explotaron: “Carlos Bonavides trabaja en la calle”.
Muchos hablaron de decadencia, de vergüenza, de lástima.
Él respondió con dignidad: “No estoy pidiendo limosna.
Estoy vendiendo lo que sé hacer: entretener.”
La historia no termina ahí.
En 2018 le detectaron cáncer en el riñón.
Perdió uno completo.
Entró al quirófano sabiendo que podía no salir.
Y salió.
Vivo.
Golpeado, pero vivo.
Desde entonces, su vida se convirtió en una batalla contra la culpa, contra los errores, contra el olvido.
Incluso fue deportado de Estados Unidos por trabajar con visa de turista.
Un show en Houston lo sacó del país sin escalas.
Le cerraron las puertas.
Adiós dólares, adiós giras, adiós mercado gringo.
Y con eso, el principio del fin.
Nadie lo llamaba.
Nadie lo escribía.
Nadie lo contrataba.
El hombre que alguna vez ganaba millones por presentarse en un evento, ahora buscaba su lugar entre aplausos callejeros.
Y lo encontró.
Porque el respeto no lo da el glamour, lo da la honestidad.
A sus 84 años, Carlos Bonavides ha visto lo mejor y lo peor de la vida.
Tuvo fama, fortuna y mujeres.
Perdió todo por malas decisiones.
Amó con intensidad y se traicionó a sí mismo.
Hoy, vive con lo que queda: su hijo, su historia y una voz que todavía hace reír.
Tiene tres películas escritas y sueña con que algún productor le dé otra oportunidad.
Porque como él mismo lo dice: “El talento no se arruga, la pasión no envejece.”
No se ha retirado.
Solo ha cambiado de escenario.
Si no hay foro, hace uno.
Si no hay aplauso en televisión, lo busca en la calle.
Porque Carlos Bonavides no nació para quedarse quieto.
Nació para actuar.
Para emocionar.
Para contar historias… como esta.
Y si lo ves por ahí en Madero, no lo mires con lástima.
Míralo con respeto.
Porque pocos han caído tanto… y aún así siguen de pie.