💔 De Madrastra a Suegra: El Vínculo Oscuro que Lolita Cortés Nunca Pudo Romper 👠🕯️
La televisión mexicana perdió a Alma Muriel en enero de 2014.
Pero su partida dejó más que un espacio vacío: dejó un silencio incómodo, lleno de susurros, medias verdades y vínculos rotos.
Hoy, una pieza olvidada de esa historia regresa con furia, de la voz que menos esperábamos: Lolita Cortés.
Durante años, el público solo veía la superficie.
Alma Muriel, la actriz impecable, imponente, la que nos dio a Lucrecia Treviño, la villana favorita de una generación.
Y Lolita, la crítica implacable de “La Academia”, la mujer de voz cortante y opiniones sin filtro.
¿Qué podían tener en común, más allá del talento? La respuesta es tan insólita como dolorosa: un enredo familiar que rayaba en la tragedia griega.
Todo comenzó cuando Alma, en el punto más alto de su carrera, se enamoró de Ricardo Cortés, un hombre casado… con Dolores Jiménez, madre de una pequeña llamada Lolita.
Fue el escándalo del momento.
Alma no solo destruyó un matrimonio: irrumpió en la infancia de una niña, que vio cómo su hogar se desmoronaba y una nueva figura —bella, carismática y odiada— tomaba el lugar de su madre.
Pero el destino, cruel y caprichoso, no había terminado con ellas.
Lo que empezó como una amarga rivalidad familiar se transformó en algo aún más perturbador.
Porque años después, esa misma niña, ya convertida en estrella de teatro, terminaría enamorada del hijo de Alma.
Sí, del hijo que Alma tuvo con otro matrimonio: Sergio Romo Jr.
Un amor que, aunque no era incestuoso en lo legal, se sentía escandaloso en lo emocional.
El hijo de su madrastra.
Su hermanastro, aunque sin lazos de sangre.
La sociedad no perdonó.
Los medios tampoco.
La historia se volvió tabú.
Las portadas gritaban: “El amor prohibido de Lolita Cortés” mientras los foros de televisión debatían si eso era una simple historia de amor…o una bomba moral.
Pero detrás de los titulares, había una realidad aún más compleja: dos personas que crecieron juntas, separadas por el juicio de los adultos, y que, al reencontrarse como adultos, no pudieron escapar de una
atracción que llevaba años gestándose.
Lolita lo confirmó: “Sergio fue el amor de mi vida.
” La confesión no era solo romántica.
Era una declaración de guerra contra quienes juzgaron su historia sin conocerla.
El escándalo no terminó ahí.
Juntos tuvieron dos hijos.
El círculo se cerraba: Alma, que una vez fue la madrastra de Lolita, ahora era también su suegra.
El vínculo era irrompible, incómodo y profundamente simbólico.
Y sin embargo, no era una historia de rencores sin fin.
Porque cuando Alma Muriel murió, sola en Playa del Carmen, la voz que más dolió escuchar fue la de Lolita.
Entre lágrimas, admitió que acababa de hablar con ella en diciembre.
Que aún recordaba su risa.
Que, pese a todo, pese a la historia compartida de traiciones, ella nunca dejaría de reconocer lo que Alma hizo por ella.
Fue Alma quien vio su talento.
Fue Alma quien la llevó a audicionar por primera vez.
Fue Alma quien, aunque amada y odiada, marcó el camino de quien se convertiría en la Juez de Hierro del teatro musical mexicano.
“Si no hubiera sido por ella, no sé si me habría atrevido a pisar un escenario”, dijo Lolita.
Palabras que no se dicen a la ligera.
Palabras que queman.
En su luto, Lolita mostró algo que nadie esperaba: perdón.
No el tipo de perdón que se da por obligación.
Uno más doloroso, más íntimo, que viene de años de reflexión y de aceptar que la vida —a veces— no ofrece héroes o villanos.
Solo personas rotas, intentando amar.
Pero no todo fue redención.
Lolita también confirmó el rumor más cruel: Alma Muriel murió con el corazón roto.
No fue solo el infarto.
Fue el peso de una vida marcada por hombres que la traicionaron, por un medio que la devoró y por vínculos familiares que nunca sanaron del todo.
Fue el dolor de ver a su hijo en una relación que desataba el juicio colectivo.
Fue el desgaste de décadas de soledad emocional y silencios no resueltos.
“Fue parte de mi vida, lo quisiera o no”, dijo Lolita.
Y con eso, cerró el ciclo.
No con aplausos, sino con verdad.
Hoy, la historia de Alma Muriel y Lolita Cortés no es solo una nota curiosa del espectáculo mexicano.
Es un retrato brutal de lo que pasa cuando el amor, el resentimiento y el arte chocan con una sociedad que no perdona.
Una historia que nos obliga a preguntarnos: ¿qué tan dispuestos estamos a entender el pasado de alguien antes de juzgarlo?
Lolita ya lo hizo.
Confirmó lo que muchos susurraban.
No para generar escándalo, sino para liberar el alma —suya y quizás también la de Alma Muriel— de una historia que necesitaba ser contada.
Porque algunas verdades no mueren con el cuerpo.
Solo duermen…hasta que alguien las despierta.