Muertes Silenciosas, Secretos Eternos: El Círculo Maldito del Señor Telenovela

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Ernesto Alonso Pictures | Rotten Tomatoes

Desde su nacimiento en Aguascalientes en 1917, Ernesto Alonso pareció destinado a la grandeza.

Pero no la grandeza evidente, sino la silenciosa, la que se construye en las sombras del escenario.

Actor, director, productor, creador absoluto del melodrama mexicano, su carrera fue impecable.

Pero su vida privada, cuidadosamente blindada durante décadas, escondía rincones que aún hoy generan escalofríos.

Durante más de medio siglo, Alonso moldeó la televisión mexicana a su antojo.

Creó íconos, lanzó estrellas, dirigió desde las alturas el universo de las telenovelas.

Sin embargo, la fascinación que ejercía sobre actores jóvenes, su soltería perpetua, y una sucesión de muertes trágicas entre sus cercanos construyeron una leyenda mucho más turbia que cualquier libreto de

Televisa.

Frank Moro fue el primero en despertar sospechas.

Cubano de origen, Moro llegó a México de la mano de Alonso y se convirtió rápidamente en uno de los galanes más cotizados.

Carismático, viril, y con una mirada capaz de fundir pantallas, parecía destinado al estrellato.

Pero en 1993, con apenas 49 años, murió repentinamente.

Ernesto Alonso

Infarto, dijeron los informes.

Sida, susurraron las voces.

La versión oficial se desmoronaba frente a los rumores de una enfermedad estigmatizada que en los años 90 todavía significaba escándalo, vergüenza… y silencio.

Luego vino Enrique Álvarez Félix, el hijo refinado de María Félix, eterno caballero de traje impecable y voz pausada.

Trabajó en proyectos clave de Alonso, fue su colaborador constante.

Su muerte en 1996 a los 61 años, oficialmente por un infarto, no detuvo la marea de rumores.

Sida volvió a ser la palabra prohibida.

Nunca lo admitió, nunca lo negó.

Ni él, ni Alonso.

Pero el murmullo se adhería como sombra a sus legados.

Y la lista no se detuvo.

Rodolfo Rodríguez Besares, conocido como “Calixto” en Cachún Cachún Ra-Ra, falleció en 1994.

La causa oficial: linfoma.

Pero el patrón ya era imposible de ignorar.

Otro protegido, otra muerte temprana, otro silencio.

PoluxWeb - Remasterizan dos telenovelas de Ernesto Alonso

La versión maldita del círculo íntimo de Ernesto Alonso tomaba forma en voz baja, de pasillo en pasillo en los foros de Televisa.

En este escenario, Eduardo Yáñez representa una anomalía: sigue vivo.

Fue quizás el más cercano de todos, el protegido estrella, el heredero simbólico.

Alonso lo descubrió, lo lanzó al estrellato con El Maleficio, lo acogió como un hijo.

Vivieron juntos.

Viajarían juntos.

Alonso le ayudó a comprar un departamento en la Ciudad de México… que luego, tras la muerte del productor, fue objeto de una amarga disputa legal.

Yáñez lo ha dicho con claridad: “Le debo la vida.

” Pero también ha tenido que negar una y otra vez los rumores de una relación más allá de lo profesional.

“Lo quise mucho… pero hasta ahí.

” Su defensa siempre ha sido respetuosa, incluso agradecida.

Pero en una industria que se alimenta del escándalo, el vínculo no ha dejado de generar sospechas.

Aún más críptico fue el caso de Guillermo García Cantú, otro galán forjado bajo el ala de Alonso.

Nunca ha confirmado ni desmentido los rumores que lo incluyen en ese círculo invisible.

Solo se ha mantenido a distancia, sin confrontar… ni aclarar.

El silencio, como con todo lo que rodeaba a Alonso, lo dijo todo sin decir nada.

Y luego está el nombre más inquietante de todos: Ramón Novarro.

Aunque su vínculo con Alonso nunca se confirmó, las similitudes eran demasiado evidentes.

Galanes discretos, católicos fervientes, atrapados en una época que castigaba la diferencia.

Novarro fue brutalmente asesinado en 1968.

Alonso vivió hasta los 90 años.

Pero ambos cargaron con el peso de su verdad no dicha.

La narrativa es clara.

Photo de Ernesto Alonso - La Vie criminelle d'Archibald de La Cruz : Photo Ernesto  Alonso - Photo 0 sur 3 - AlloCiné

Los hombres cercanos a Ernesto Alonso, los que vivieron bajo su protección, los que compartieron cámara, mesa o rumores, tendían a desaparecer jóvenes.

Sus muertes, aunque oficialmente variadas, se teñían todas del mismo rumor: sida.

¿Fue una coincidencia? ¿Una ola de paranoia homofóbica en un México que apenas comenzaba a hablar de la epidemia? ¿O había algo más?

La respuesta se pierde en las sombras.

Porque Ernesto Alonso nunca habló.

Nunca se casó.

Adoptó dos hijos, vivió rodeado de arte, de memorias, de puros y libros antiguos.

Sus amistades femeninas, como María Félix o Silvia Pinal, fueron intensas pero no románticas.

María Félix dijo de él: “No fue mi amante.

Fue más que eso.

” Y esa frase, como tantas en la vida de Alonso, abría más puertas de las que cerraba.

El chisme sobre sus relaciones masculinas jamás lo tocó públicamente.

Pero era imposible ignorarlo.

En 2006, una fotografía con Aarón Díaz, apenas emergente en el mundo del espectáculo, desató una nueva ola de insinuaciones.

¿Era solo mentoría? ¿O algo más? El contraste de edades, el aura de poder, la repetición del patrón… Todo alimentaba el mito.

Aun en su obra más famosa, El Maleficio, interpretó a un hombre que pactaba con el demonio.

Elegante, manipulador, casi sobrenatural.

Para muchos, Alonso no solo actuaba.

Se representaba.

Reviven a Ernesto Alonso para El Maleficio con Inteligencia Artificial

El hombre que todo lo veía, todo lo decidía.

El que otorgaba fama o la extinguía.

El que salvaba o destruía carreras con una sola mirada.

Cuando murió en 2007, pidió una ceremonia sin mariachi.

Sin cámaras.

Solo silencio.

El mismo silencio que cultivó toda su vida.

Pero el silencio no mata al rumor.

Solo lo alimenta.

Y hoy, tantos años después, los nombres siguen en la lista.

Frank Moro.

Enrique Álvarez Félix.

Rodolfo Rodríguez.

¿Casualidades? ¿Víctimas del sistema? ¿O de algo más oscuro que nunca sabremos con certeza?

Ernesto Alonso fue el arquitecto del melodrama… y de su propia leyenda.

Una leyenda envuelta en terciopelo negro, perfumada con incienso, decorada con fotos firmadas y premios brillantes.

Pero entre los pliegues de sus cortinas de teatro, quedaron atrapados secretos que el tiempo no ha podido enterrar.

¿Crees en el maleficio?

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Porque a veces, lo que pasa detrás de las cámaras… es más oscuro que cualquier telenovela.

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