💣 “¡Ya No Puedo Fingir!”: El Día Que Ricardo Salinas Cayó De Su Trono De Oro 👑🔥
No fue en cadena nacional.
No fue en una rueda de prensa.
Fue en ese terreno que él mismo ha usado como campo de batalla durante años: las redes sociales.
Allí, entre emojis de risa y ataques mordaces, Ricardo Salinas Pliego —el magnate de los mil frentes— soltó una frase que no pasó desapercibida: “Sí, tenemos diferencias con el gobierno.
Sí, hay temas fiscales.
Pero nadie puede decir que no hemos dado la cara.
” En apariencia, una excusa más.
En el fondo, la primera admisión de que el cerco legal se ha cerrado tanto que ya no hay espacio para escapar por las grietas.
El hombre que convirtió el desdén en marca personal finalmente ha aceptado que la tormenta es real.
74,000 millones de pesos.
Esa es la cifra que lo persigue como un fantasma con nombre y apellido.
No es nueva.
Lleva más de 16 años arrastrando demandas, apelaciones, amparos y toda una danza legal diseñada para patear el balón lo más lejos posible.
Pero ahora, los tribunales ya no están dispuestos a seguir el juego.
Dos fallos recientes —uno de ellos con sentencia ejecutoria— ordenan el pago inmediato de miles de millones.
Y la respuesta de Salinas no fue el silencio.
Fue la furia.
Como quien siente el agua subir hasta el cuello, arremetió contra jueces, fiscales, ministros, periodistas y hasta contra la presidenta Claudia Sheinbaum.
Acusó al sistema judicial de estar corrompido, politizado, de ser un brazo del poder que quiere callarlo por sus ideas.
Y mientras tanto, desde su trinchera digital, lanza dardos que más parecen desesperación disfrazada de valentía.
Porque si algo ha quedado claro es que su imperio está en jaque, y por primera vez, el propio Salinas parece notarlo.
Lo que más ha desconcertado a sus seguidores y detractores no es solo el tamaño de la deuda, sino la estrategia.
No hablamos de un error contable ni de una auditoría mal llevada.
Hablamos de una maquinaria jurídica dedicada exclusivamente a retrasar, apelar y deslegitimar cada resolución.
“No es evasión, es resistencia”, dice.
Pero los documentos hablan más claro que sus tuits: son más de 32 procesos activos, todos por lo mismo, todos por dinero que debía pagarse desde hace más de una década.
Y mientras el país discute si su fortuna es fruto del talento o del privilegio, las cifras lo acorralan.
Un tribunal tras otro le da la espalda.
La narrativa del empresario rebelde se resquebraja bajo el peso de la evidencia.
Y aunque él insiste en que todo es persecución ideológica, las señales son otras.
La justicia ha comenzado a moverse.
Lenta, sí.
Tardía, quizás.
Pero firme.
Lo más inquietante no es el dinero.
Es lo que representa.
Este caso ha abierto una caja de Pandora sobre los intocables del poder económico en México.
¿Cuántos más como él han jugado con las reglas sabiendo que nunca se las haría cumplir? ¿Cuántos otros imperios se sostienen sobre estructuras igual de frágiles, protegidas solo por la impunidad y el miedo?
Salinas Pliego no es cualquier empresario.
Es dueño de un emporio que abarca desde bancos hasta canales de televisión, desde redes de internet hasta aseguradoras.
Su poder no está solo en el dinero, sino en su capacidad de moldear narrativas, de fabricar héroes y villanos, de incendiar las redes con una sola publicación.
Pero ahora, ese mismo poder parece resquebrajarse.
No por un escándalo nuevo, sino por el más viejo de todos: una deuda que nunca quiso pagar.
Lo irónico es que su discurso público se basa en la meritocracia.
“Trabaja duro, no seas flojo”, dice.
“Los impuestos son robo”, insiste.
Pero cuando se trata de su propia cuenta con el fisco, las reglas parecen cambiar.
Ya no es esfuerzo, es litigio.
Ya no es transparencia, es victimismo.
El discurso de libertad individual se desmorona cuando hay que responder ante la ley.
Muchos lo aplauden por decir lo que otros callan.
Pero ¿qué pasa cuando lo que dice es una cortina de humo para evitar rendir cuentas? ¿Qué valor tiene la franqueza cuando detrás hay miles de millones en juego que podrían cambiar la vida de millones de
mexicanos? Hospitales, escuelas, carreteras…o el silencio comprado por el miedo.
El caso no es solo económico, es simbólico.
Y él lo sabe.
Por eso no se rinde.
Por eso cada fallo lo convierte en un mártir de su propia causa.
Pero la pregunta inevitable es: ¿hasta cuándo podrá sostener la narrativa? ¿Cuánto tiempo más podrá gritar “me persiguen” antes de que la evidencia le aplaste la voz?
Hoy, Salinas Pliego está más expuesto que nunca.
Su imperio sigue en pie, pero el suelo tiembla.
La justicia lo rodea, la opinión pública se polariza, y la máscara del invulnerable comienza a agrietarse.
Él ha dicho que no se doblegará.
Pero a los 70 años, incluso los titanes deben elegir: ¿seguir luchando contra el mar o aceptar que la marea ha cambiado?
Porque cuando el propio Salinas deja de negar la tormenta…es que, tal vez, ya sabe que viene el naufragio.