🎩 “Se despide con la vida en la garganta”: el estremecedor adiós de Sabina, confirmado entre lágrimas 😢
A los 76 años, Joaquín Sabina no es simplemente un artista retirándose: es una era que termina.
Y termina como siempre vivió: entre luces tenues, humo denso y palabras que duelen por demasiado ciertas.
Pero lo que sus fans aún no sabían —lo que nadie se atrevía a decir en voz alta— es que Sabina ya no está bien.
Y no hablamos solo de una retirada artística.
La noticia que acaba de sacudir a su círculo más íntimo fue revelada con lágrimas por su esposa, entre susurros cargados de angustia.
No fue en un escenario, ni en una entrevista.
Fue en la intimidad de un hospital.
“Su cuerpo está cansado.
Muy cansado.
Hay días en que no recuerda si escribió o soñó lo que dice”, dijo con voz quebrada.
Y es que lo que parecía una gira de despedida más se transformó, sin previo aviso, en una despedida real.
De esas que ya no tienen regreso.
Todo empezó con lo que muchos llamaron un simple resfriado.
Pero no lo era.
En una revisión rutinaria —justo antes de una presentación privada en Sevilla— los médicos notaron algo alarmante: pérdida de peso rápida, dificultad para sostener frases largas, episodios de confusión.
El diagnóstico fue conservado en privado, pero la reacción de su esposa fue inmediata: canceló presentaciones, pidió discreción y, por primera vez en décadas, pidió ayuda.
No fue fácil.
Sabina, fiel a su esencia irreverente, se negó al principio.
“Mientras me quede voz, no me entierres”, habría dicho.
Pero el avance fue implacable.
En cuestión de semanas, su estado físico se deterioró.
No podía escribir.
No podía cantar.
Y lo más desgarrador: no podía recordar con claridad los versos que lo hicieron eterno.
Esa imagen —la del hombre que cantó al amor, al desamor, a los excesos y a los bares vacíos— ahora recostado en una habitación sin melodías, fue un golpe brutal para quienes siempre lo vieron como el poeta
invencible.
Su esposa, compañera de sus últimos años, fue la única testigo de esa transformación silenciosa.
“Me pregunta a veces si ya cantó en Buenos Aires… cuando eso fue hace meses”, confesó.
Y entonces, la verdad se impuso como un golpe seco: Sabina está perdiendo partes de sí mismo.
No se trata de un adiós escénico.
Es un adiós real.
Uno en el que su esposa ya no habla como la mujer del artista, sino como la guardiana de sus últimos fragmentos de lucidez.
El miedo no es la muerte.
El miedo —dice ella— es que olvide quién fue.
Que un día se mire al espejo y no reconozca al hombre que una vez escribió “contigo” y estremeció a toda Iberoamérica.
La reacción de los fanáticos no se hizo esperar.
Miles inundaron las redes con mensajes de apoyo, con frases de sus canciones, con homenajes espontáneos.
Pero detrás del cariño hay un susurro colectivo de despedida que nadie se atreve a gritar.
Porque nadie está listo para perder a Joaquín Sabina.
Nadie está preparado para vivir en un mundo donde no existe la posibilidad de un nuevo verso suyo.
Durante años luchó con su salud.
Derrames cerebrales, caídas, operaciones, depresión, adicciones.
Cada batalla la convirtió en canción.
Cada herida, en himno.
Pero esta vez… no habrá partitura.
No hay rima que le gane al olvido.
Sus médicos hablan con cautela.
No hay confirmación oficial.
No hay comunicado frío y clínico.
Solo hay miradas de preocupación.
Y una mujer —la suya— que ya no puede fingir que todo está bien.
Las visitas han sido restringidas.
Las apariciones públicas, eliminadas.
Sabina, el hombre que caminó por los tejados de Madrid con los bolsillos llenos de metáforas, ahora vive en el silencio de una habitación con ventanas cerradas.
Algunos amigos cercanos han comenzado a rendirle tributo en vida.
Pancho Varona, a pesar de su ruptura profesional con Sabina, envió un mensaje breve: “Gracias por enseñarme todo, maestro”.
Serrat, visiblemente emocionado en una entrevista reciente, solo pudo decir: “Si hay justicia en el cielo, allí también cantará.”
Las especulaciones son muchas.
¿Es Alzheimer? ¿Demencia senil? ¿Una enfermedad neurodegenerativa? Lo único que su esposa ha querido confirmar es que “el tiempo se está volviendo enemigo”.
Y ante esa declaración, todo lo demás sobra.
A veces, las leyendas no terminan con un último concierto, ni con una nota sostenida que apague las luces.
A veces terminan con una voz que se desvanece lentamente.
Con una guitarra que nadie se atreve a tocar.
Con una mujer sentada al borde de una cama, llorando en silencio por el hombre que aún respira… pero que ya empieza a irse.
Y mientras miles de fans vuelven a escuchar sus canciones con otra mirada, cada letra se siente más profética, más dolorosa.
Como si siempre hubiese estado cantando su propio final.
“No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”, escribió alguna vez.
Pero esta vez, lo que sucede es real.
Y nos rompe a todos.
Joaquín Sabina no está muerto.
Pero ya está empezando a despedirse.
Y aunque nos duela en lo más hondo… tendremos que aprender a decirle adiós.