Se acabó el silencio: el hijo secreto de Rubby Pérez revela lo que nadie se atrevió a contar

🔥 Se acabó el silencio: el hijo secreto de Rubby Pérez revela lo que nadie se atrevió a contar

Muerte de Rubby Pérez: familia anuncia demanda tras colapso – Telemundo  Nueva Inglaterra

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Carlos Rafael Pimentel jamás tuvo un apellido famoso, ni una infancia llena de lujos.

Pero sí llevaba en la sangre el legado de uno de los más grandes íconos del merengue: Rubby Pérez.

Y fue precisamente tras la muerte del artista cuando decidió hacer público lo que durante años le habían enseñado a callar.

Porque aunque millones cantaron sus canciones, nadie sabía que el hombre detrás de esa poderosa voz había dejado atrás algo esencial: a su propio hijo.

En un testimonio estremecedor, Carlos contó lo que vivió al margen de los reflectores.

Creció con fragmentos de una historia incompleta, oyendo el eco de un padre que nunca lo reconoció ante el mundo.

“Yo soy su hijo, aunque él jamás me presentó como tal”, confesó con la voz entrecortada.

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Lo que siguió fue una lluvia de verdades ocultas, de sacrificios invisibles y de un amor truncado que el tiempo nunca logró curar.

Rubby Pérez, cuyo verdadero nombre era Roberto Antonio Pérez Herrera, no siempre soñó con cantar.

Su primer gran amor fue el béisbol.

Soñaba con llegar a las Grandes Ligas, hasta que un accidente brutal lo dejó en coma durante un mes y paralizado durante un año.

Fue un punto de quiebre.

Lo perdió todo: su cuerpo, su futuro y hasta su voz.

Pero en el silencio del hospital encontró algo que nadie esperaba: la música.

Una guitarra, una invitación al coro de una iglesia, y una última oportunidad para renacer.

Desde entonces, su vida fue un constante ascenso.

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Pasó de corista desconocido a estrella del merengue, conquistó escenarios, grabó éxitos como Volveré y Buscando tus besos, y fue parte de las legendarias orquestas de Fernando Villalona y Wilfrido Vargas.

Pero mientras su nombre brillaba en las marquesinas, en su vida personal todo era una tormenta silenciosa.

Carlos revela que su padre vivió atrapado entre el deber y el deseo, entre la responsabilidad de una familia formal y los errores que se negaba a aceptar.

“Tuvo siete hijos, pero solo cinco eran conocidos públicamente.

Yo fui parte del capítulo que nunca se quiso escribir”, declara.

Y aunque Rubby nunca lo negó en privado, tampoco lo abrazó en público.

Esa omisión lo marcó para siempre.

Lo más doloroso fue enterarse que durante los últimos años de vida de Rubby, la tristeza lo consumía.

La pérdida de su esposa Inés Lizardo, su gran amor desde los 12 años, lo dejó devastado.

Y aunque su cuerpo seguía en los escenarios, su alma ya estaba rota.

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“Mi padre cantaba con el corazón abierto, pero también con las grietas que le dejó la vida”, relata Carlos.

La muerte de Inés fue, según él, el golpe final.

Desde entonces, Rubby nunca volvió a ser el mismo.

A pesar de todo, Carlos no guarda rencor.

Al contrario, lo que transmite es una mezcla de amor, respeto y profundo dolor por lo que pudo ser y no fue.

“Nunca me subí a un escenario con él, nunca compartimos una canción, pero compartimos la misma sangre y el mismo dolor”.

Su testimonio no busca venganza ni fama.

Solo busca cerrar un ciclo y dejar claro que detrás del ídolo hubo un hombre imperfecto, valiente y humano.

La historia que cuenta Carlos Rafael también revela detalles poco conocidos sobre el auge y la caída de Rubby Pérez dentro de la industria.

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Cómo fue desplazado por otros artistas en su propia disquera, cómo fue forzado a empezar de cero en otros países y cómo logró levantar su carrera por segunda vez, sin ayuda, sin promotores, solo con su voz.

Porque si algo tenía Rubby, era una fuerza interior indestructible.

Y ahí radica la verdadera tragedia: que un hombre capaz de mover multitudes no pudo tender la mano a su propio hijo.

Que el artista que cantó al amor más que nadie, vivió con una cuenta pendiente que ni el tiempo ni el éxito pudieron borrar.

Carlos asegura que no busca reproches, solo verdad.

Y ahora que su padre ya no está para contar su parte, él lo hace con la dignidad de quien ha esperado toda una vida para ser visto.

Rubby Pérez fue más que un cantante.

Fue un sobreviviente, un luchador, un ícono.

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Pero también fue humano.

Cometió errores, cargó culpas, y vivió con el peso de decisiones difíciles.

La revelación de Carlos Rafael no lo destruye.

Al contrario, lo completa.

Porque nos recuerda que los grandes no son perfectos, y que incluso las voces más potentes esconden silencios atronadores.

Y así, mientras el mundo sigue bailando sus canciones, un hijo mira al cielo y le dice, por fin, lo que nunca pudo decirle en vida: “Te perdono, papá.

Porque al final, tu historia también es la mía”.

Una confesión que no busca aplausos, sino cerrar una herida.

Y en ese gesto, el legado de Rubby Pérez se vuelve más real, más humano… y más eterno.

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