😢 “Nunca pude tener hijos…”: El secreto que Guillermo Capetillo escondió tras su sonrisa de galán 💔👶
Nació bajo el estandarte del honor y la gloria taurina, con el apellido Capetillo grabado a fuego en la historia mexicana.
Guillermo Capetillo no era un cualquiera.
Era el hijo del legendario Manuel Capetillo, un torero que también cantaba, actuaba y encarnaba el ideal del macho mexicano.
Desde niño, Guillermo no tuvo opción: fue lanzado al ruedo a los siete años y aclamado como heredero de una dinastía que exigía sangre, valor y perfección.
Y lo dio todo.
Con solo 19 años tomó la alternativa como matador de toros.
Lo hizo en grande, con padrinos de talla internacional.
Pero tras cada faena, cuando el aplauso moría, crecía dentro de él un vacío que ni la arena ni los gritos podían llenar.
Aquel niño prodigio pronto descubrió que su corazón no estaba en la plaza… sino en otro tipo de escenario.
Y cuando llegó Los ricos también lloran, el destino lo arrancó de los ruedos para convertirlo en un ídolo de multitudes.
Guillermo Capetillo, con su rostro noble y su mirada melancólica, se transformó en el galán por excelencia de las telenovelas.
Colorina, La Fiera, Rosa Salvaje… su imagen inundaba revistas, espectaculares y salas de estar en más de 150 países.
Fue uno de los primeros íconos globales del melodrama latino.
Pero mientras el mundo lo veía besar a Verónica Castro o susurrar promesas de amor eterno, Guillermo guardaba secretos que jamás se dijeron en escena.
Tras bastidores, Capetillo vivía atrapado entre dos mundos.
Por un lado, el contrato con Televisa que le prohibía volver a torear por miedo a lesiones.
Por otro, la voz interna que lo empujaba al ruedo, a honrar el legado de su padre.
En un acto de rebeldía, aceptó protagonizar una telenovela en Colombia sin el permiso de la cadena.
Fue su sentencia.
Televisa lo vetó durante tres años.
Para un actor en la cima, esto fue una muerte lenta.
El público lo olvidaba.
Las puertas se cerraban.
El teléfono dejó de sonar.
Y él, en silencio, volvió a los ruedos… esta vez no como ídolo, sino como un hombre tratando de sobrevivir.
Cuando volvió a las pantallas gracias al productor Valentín Pimstein, ya no era el mismo.
Había cicatrices detrás de la sonrisa.
Su carrera siguió, sí, pero algo en su brillo se había apagado.
Y luego vino otro golpe, uno más íntimo, más cruel: la infertilidad.
A los 47 años se casó con la presentadora Tania Amescua.
Querían formar una familia, tener hijos.
Intentaron todo.
FIV, tratamientos, oraciones, promesas.
Nada funcionó.
Un día, el diagnóstico fue definitivo: Guillermo era estéril.
En un mundo donde la virilidad y la herencia lo eran todo, fue como perder su identidad.
Lo confesó con la voz rota en una entrevista: “Eso me parte el alma… intentamos, simplemente no se dio.”
El matrimonio se quebró en silencio, sin escándalos.
No hubo infidelidades, solo el peso insoportable de un sueño que se desmoronó.
“A veces el amor no alcanza”, dijo Guillermo.
El hombre que tantas veces había interpretado al padre perfecto en televisión, jamás logró serlo en la vida real.
No por falta de deseo, sino por el cruel capricho de la biología.
Años después confesó que había pensado en adoptar.
Pero siempre imaginó criar a un hijo junto a una madre.
“No creo en criar solo… es algo que se hace en equipo.
” Y ese equipo, simplemente, nunca volvió a formarse.
Alejado de la televisión, se refugió en el mundo de los bienes raíces.
Invirtió el rancho que una vez perteneció a su padre y empezó de cero.
Ya no había cámaras, ni luces, ni fans.
Solo tierra, ladrillos y silencio.
“Esto me da paz”, declaró.
Pero esa paz se vio rota en 2025, cuando fue hospitalizado de urgencia con neumonía bilateral.
Su cuerpo no respondía.
Fue inducido a coma.
Las redes sociales estallaron en preocupación.
Se temía lo peor.
#FuerzaGuillermo se volvió tendencia.
Viejos compañeros como Lucía Méndez y su medio hermano Eduardo Capetillo enviaron mensajes de apoyo.
El hombre que alguna vez fue la imagen de la virilidad mexicana, ahora luchaba por algo tan básico como respirar.
Pocos saben que su recuperación fue lenta, que aún arrastra secuelas.
Y mientras el mundo continúa, Guillermo vive rodeado de sus perros, en su rancho, con la memoria como única compañía.
A veces recuerda los gritos de la plaza, otras las luces del foro.
Pero lo que más pesa es lo que no fue.
Los hijos que no llegaron.
El amor que no duró.
El reconocimiento que se desvaneció con el tiempo.
Ya no queda rastro del chico dorado que hacía suspirar a medio planeta.
Hoy queda un hombre solo, cansado… pero aún de pie.
Porque si algo ha demostrado Guillermo Capetillo es que la grandeza no está en la fama, sino en la resistencia.
En seguir respirando cuando todo duele.
En levantarse cuando ya nadie te espera.
Y aunque la vida lo dejó sin hijos, sin pantalla y sin aplausos… él sigue ahí.
Esperando que alguien recuerde no al actor, ni al torero… sino al hombre que lo dio todo y al final se quedó con nada.
¿Será tarde para redención? ¿O aún hay tiempo para que Guillermo encuentre el papel más importante de su vida: el de su propia paz?