🕯️ Sus Últimas Palabras Fueron Para Ella: Jaime Garza y El Amor Que Lo Persiguió Hasta la Muerte
Jaime Garza fue mucho más que un galán de telenovela.
Detrás de su sonrisa encantadora y su mirada profunda se escondía una herida que jamás cerró: la trágica muerte de Viridiana Alatriste, su gran amor, a los 19 años.
Desde aquella noche fatídica en octubre de 1982, Garza no volvió a ser el mismo.
Esa madrugada lluviosa, después de una discusión misteriosa en su departamento, Viridiana decidió irse sola en su auto.
Horas más tarde, cayó a un barranco en Santa Fe.
Murió instantáneamente.
Jaime jamás se perdonó.
Durante años, los rumores circularon como cuchillas: que él iba con ella en el auto, que escapó de la escena, que ocultó la verdad.
Pero su hermana Ana Silvia y la actriz Alma Muriel confirmaron lo que él mismo repitió hasta sus últimos días: ella se fue sola…
y con su muerte, se llevó una parte de él.
“Fue el amor de mi vida”, dijo entre lágrimas en más de una entrevista.
Y no lo decía como una frase hecha.
Lo decía desde la herida abierta, desde el vacío eterno.
Después de perder a Viridiana, Garza se refugió en su trabajo y en nuevos amores, pero ninguno llenó ese espacio.
Tuvo romances con Silvia Pasquel, Alma Delfina, Victoria Ruffo y finalmente con Rosita Pelayo, con quien se casó y vivió siete años de altibajos marcados por su adicción al alcohol, las desapariciones inexplicables
y las recaídas dolorosas.
Rosita lo amó profundamente, pero se vio obligada a dejarlo cuando su vida también comenzó a desmoronarse.
“Nos amábamos, pero no podía ayudarlo.
Me estaba destruyendo”, confesó.
Las mujeres que pasaron por su vida fueron testigos de un hombre brillante y amoroso, pero también de uno atormentado y frágil.
Cada relación fue una oportunidad fallida de redención.
Nunca logró encontrar la paz, solo parches temporales en medio de una oscuridad persistente.
El declive físico comenzó en 2010 con un accidente en motocicleta.
Una herida en la pierna, agravada por la diabetes, lo llevó años después a una amputación.
Jaime quedó con una sola pierna, luego vendrían más cirugías, dolores insoportables, un derrame cerebral y el abandono paulatino de la industria que tanto lo aplaudió.
El actor brillante se convirtió en un hombre solitario y olvidado, marginado por productores y hundido en la depresión.
Rosita Pelayo volvió a estar cerca en sus últimos años.
Fueron los pocos momentos de consuelo.
Mariana Garza, su sobrina, le dio una de sus últimas alegrías al invitarlo a una obra de teatro.
Ese día, la gente lo reconocía y le pedía fotos.
Él sonreía, pero por dentro sabía que su final estaba cerca.
“Quiero vivir hasta 2040”, dijo una vez con esperanza.
Pero ese deseo no se cumplió.
El 14 de mayo de 2021, Jaime Garza murió de un infarto en su casa, en silencio, sin escándalos, sin cámaras.
Su hermana Ana Silvia estuvo con él hasta el final.
Rosita Pelayo anunció la noticia entre lágrimas: “Nunca se volvió a casar.
Yo tampoco.
Lo seguiré recordando con amor.
” Un adiós simple para una vida que fue todo menos eso.
Jaime dejó un legado de actuaciones memorables, pero también de cicatrices emocionales que lo persiguieron hasta el último aliento.
A través de entrevistas finales, confesiones privadas y el testimonio de sus seres queridos, quedó claro que Viridiana nunca dejó su corazón.
Conservaba su foto en su recámara, la saludaba cada día, soñaba con ella, la sentía en sus silencios.
Ella fue su ángel…
y también su condena.
Cuando hablaba de ella, decía que era “demasiado luminosa para este mundo”.
Y quizás tenía razón.
Pero lo que más desgarraba de su relato era esa culpa que nunca soltó.
“Pasé por esa calle tantas veces…
debí haber visto el auto.
” La frase que repetía como un mantra maldito, como una herida que sangraba sin parar.
En su ocaso, sin fama, sin dinero y con el cuerpo destruido, Jaime Garza solo tenía una cosa intacta: el amor.
No el que vivió en los sets o el que compartió con sus esposas, sino el que nunca se fue, el que no pudo salvar, el que lo consumió.
Viridiana Alatriste fue su principio y su fin.
Hoy, su historia resurge como un eco de lo que fue y de lo que jamás logró sanar.
Porque no todas las leyendas viven para contarlo, pero algunas lo dicen justo antes de partir.
Y Jaime lo hizo.
Rompió el silencio.
Y lo que dijo nos dejó sin aliento.