Betelgeuse es una supergigante roja, una estrella monstruosa ubicada a unos 600–650 años luz de la Tierra.
Su tamaño es tan extremo que, si ocupara el lugar del Sol, se extendería más allá de la órbita de Marte.
Con apenas unos 10 millones de años de edad, ya se encuentra en la fase final de su vida, quemando combustible a una velocidad suicida.
No es una estrella anciana.
Es una estrella que vive rápido y muere de forma violenta.
En 2019, el mundo observó con asombro cómo Betelgeuse comenzó a apagarse.
Su brillo cayó de manera tan dramática que muchos pensaron que el final había llegado.
Astrónomos profesionales y aficionados repetían la misma idea al mirar a Orión: “Explota”.
Aquel evento fue bautizado como el Gran Atenuamiento, un fenómeno sin precedentes.
Durante meses, las teorías se multiplicaron.
¿Colapso interno? ¿Inicio de supernova? ¿Algo bloqueando su luz? No fue hasta años después que la respuesta llegó: Betelgeuse había expulsado una enorme nube de polvo, producto de una violenta eyección de material desde su superficie.
Esa nube pasó frente a la estrella y ocultó temporalmente su brillo desde la Tierra.
No era el final… pero sí una advertencia.
El Gran Atenuamiento reveló algo inquietante: Betelgeuse es profundamente inestable.
Pulsa, se expande, se contrae y arroja material al espacio como si estuviera perdiendo el control.
Cada uno de estos espasmos estelares recuerda a los científicos que están observando una estrella al borde del abismo.
Y entonces llegó 2025.
Con nuevas tecnologías y técnicas avanzadas de observación, los astrónomos confirmaron una sospecha largamente debatida: Betelgeuse tiene una estrella compañera.
Utilizando imagen de speckle con el telescopio Gémini Norte, los científicos lograron separar, por primera vez, una luz tenue escondida dentro del resplandor abrasador de Betelgeuse.
Así fue revelada Saorha, una estrella caliente azul-blanca, aproximadamente una vez y media la masa del Sol, orbitando peligrosamente cerca del gigante rojo.
El contraste es brutal.
Mientras Betelgeuse está en sus últimos actos, Saorha ni siquiera ha comenzado plenamente su vida estelar.
Aún se encuentra en una fase previa a la secuencia principal, sin haber iniciado de forma estable la fusión de hidrógeno en su núcleo.
Es juventud orbitando la muerte.
Pero lo verdaderamente alarmante es la distancia.
Saorha gira a unas cuatro veces la distancia entre la Tierra y el Sol, dentro de la atmósfera extendida de Betelgeuse, un océano turbulento de gas caliente y plasma.
Su destino está atrapado en esa danza peligrosa.
Durante años, los científicos sospecharon que un compañero oculto podría explicar parte del comportamiento errático de Betelgeuse.
Ahora, esa teoría cobra fuerza.
La gravedad de Saorha podría estar perturbando las capas externas del gigante, provocando expulsiones de masa y oscurecimientos periódicos.
No es una espectadora pasiva.
Es una participante activa en el drama.
Existen varios futuros posibles, y ninguno es tranquilo.

Saorha podría ser lentamente arrastrada y devorada por Betelgeuse, provocando una liberación súbita de energía que aceleraría el colapso final.
O podría sobrevivir lo suficiente como para presenciar la supernova, siendo expulsada violentamente al espacio interestelar cuando el núcleo del gigante colapse y rebote en una explosión colosal.
Cuando Betelgeuse finalmente explote, el espectáculo será histórico.
Desde la Tierra, la supernova será visible incluso de día durante semanas.
Por la noche, brillará casi como una luna llena.
No será un disco, sino un punto cegador, un faro cósmico que dominará el cielo durante meses.
Afortunadamente, no habrá peligro para nuestro planeta.
La distancia nos protege.
La radiación se dispersará siguiendo la ley del inverso del cuadrado.
Lo que para el sistema de Betelgeuse será un cataclismo, para nosotros será un show de luces único en la historia humana.
Lo inquietante es el tiempo.
Los modelos dicen que podrían faltar cientos de miles de años… o podría ocurrir mañana.
Lo que vemos hoy es luz antigua.
Betelgeuse pudo haber explotado ya y aún no lo sabríamos.

Cada noche que la miramos, estamos observando el pasado, esperando una señal que todavía no ha llegado.
Mientras tanto, Saorha continúa su órbita silenciosa, escondida, casi invisible, como una sombra aferrada a un gigante moribundo.
Su presencia convierte a Betelgeuse en algo más que una estrella a punto de morir.
La convierte en un sistema condenado, un laboratorio natural donde se está escribiendo, en tiempo real, uno de los finales más dramáticos del cosmos.
La próxima vez que mires a Orión y veas ese punto rojizo en su hombro, recuerda esto: no estás mirando una estrella tranquila.
Estás mirando una bomba cósmica, acompañada, inestable y cada vez más cerca de su momento final.
Cuando explote, el cielo entero lo sabrá.
Y nosotros, por una vez, seremos testigos directos del poder brutal del universo.