La máquina que arrancó las palabras del carbón: la IA que desenrolló los papiros de Herculano revela vocablos como “púrpura”, “miedo” y “vida” —y su lectura amenaza con reescribir la ética antigua, exponer tumbas perdidas y encender una batalla por quién controla la historia📜🤖🔥

La máquina que arrancó las palabras del carbón: la IA que desenrolló los papiros de Herculano revela vocablos como “púrpura”, “miedo” y “vida” —y su lectura amenaza con reescribir la ética antigua, exponer tumbas perdidas y encender una batalla por quién controla la historia📜🤖🔥

Una IA descifra los rollos de Herculano quemados durante la erupción del  Vesubio

Imagínalo: una biblioteca entera atrapada en negro, rollos que guardan discursos y lecciones y que, por la furia de un volcán, quedaron convertidos en cilindros de carbón tan frágiles que tocarlos era condenarlos a desaparecer.

Esa es la Villa de los Papiros en Herculano.

Durante siglos, los manuscritos fueron más mito que texto —un tesoro sin voz— hasta que la combinación de escáneres tomográficos, procesamiento de imágenes y aprendizaje automático ofreció un atajo imposible: desenrollar virtualmente lo indecible.

El método suena a ciencia ficción y lo es: miles de cortes radiográficos, modelos 3D que reconstruyen pliegue a pliegue la geometría interna del rollo, y luego redes entrenadas para discriminar pequeñas variaciones que delatan tinta frente a papiro carbonizado.

Donde la radiografía tradicional solo mostraba grises, el algoritmo ve trazos, repite patrones, sugiere letras.

De esa costura tecnológica emergieron, por primera vez, columnas legibles: fragmentos griegos cuyo pulso intelectual ha hecho estremecer a las humanidades.

La primera palabra que la IA “sacó” fue porfíra —púrpura— y no es casualidad.

En el mundo clásico la púrpura era más que color: era símbolo de poder, arrogancia y deseo de eternidad.

Encontrarla en el texto sugiere un discurso moral que juega con la tentación del lujo, encuadrando la filosofía que pudo haber formado parte de una biblioteca epicúrea o crítica del prestigio público.

Casi de inmediato los filólogos levantaron la ceja: ¿tenemos frente a nosotros a Filodemo, el epicúreo que desmonta miedos y falsas grandezas, o a otro autor que maniobra con las mismas imágenes?

La confirmación vino con vocablos aún más punzantes: fobos (miedo), diatropé (desagrado moral, repulsión) y adialeíptos (incapaz de comprender, necedad).

No son palabras decorativas; son diagnósticos éticos.

La Inteligencia Artificial lee un rollo de Herculano 2.000 años después

En conjunto dibujan el esqueleto de un tratado que apunta a una pedagogía de la libertad: identificar los prejuicios que encadenan al alma (miedo, repulsión), desenmascarar la vanidad del púrpura y enseñar el arte de una vida (bíôs) medida por la serenidad, no por la ostentación.

Si la atribución a Filodemo acabara confirmada —y aún faltan pruebas— tendríamos la lectura directa de una voz epicúrea en una biblioteca romana, un puente entre escuelas helénicas y la élite latina que las acogía.

Pero el asombro no es solo intelectual: también político e institucional.

Esta empresa —y la competición por quién descifra primero— ha abierto una batalla sobre datos, acceso y autoridad.

El “Desafío Vesubio” y proyectos similares ofrecieron incentivos millonarios; equipos independientes, laboratorios de sincrotrón y universidades rivalizan por el acceso a escaneos y por la primacía interpretativa.

La pregunta ya no es sólo qué dicen los rollos, sino quién decide que eso sea verdad.

La IA produce conjeturas; los humanos deben juzgarlas, validarlas y contextualizarlas.

Y ahí reside el peligro: interpretaciones apresuradas o algoritmos mal calibrados pueden convertir ruido en letra y letra en historia falsa.

Las implicaciones son, además, arqueológicas y biográficas.

Informes recientes—aun por verificar—han señalado pasajes que podrían situar la tumba de Platón en la Academia, o proporcionar detalles perdidos de rituales, epitafios y prácticas filosóficas.

Si se confirman, algunos textos pueden reordenar capítulos enteros de la historia intelectual occidental.

Pero la cautela es la regla: varios expertos recuerdan que las reconstrucciones algorítmicas son probabilísticas.

Una letra sugerida por la IA necesita contraste con paleografía, sintaxis y paralelos literarios.

Descifraron qué decía un manuscrito de hace 2000 años gracias a la  inteligencia artificial - LA NACION

La tecnología abre la puerta; el juicio humano debe cerrarla con criterio.

No es menor la dimensión ética: ¿publicar de inmediato y arriesgar lecturas sensacionalistas? ¿o guardar los datos hasta una validación robusta, protegiendo así el patrimonio pero quizá retrasando descubrimientos legítimos? El debate ha polarizado a instituciones que comparten el mismo interés: preservar, conocer y, en última instancia, narrar la historia.

Algunos científicos piden transparencia total; otros advierten sobre la manipulación de resultados para agendas académicas o nacionales.

Aun con las advertencias, el hecho permanece: las cenizas han empezado a hablar.

Las palabras que emergen —porfíra, fobos, diatropé, adialeíptos, bios— son como fotografías tomadas al pensamiento humano hace dos mil años: muestran miedos, críticas morales y recetas para vivir.

La IA ha hecho posible leer lo que la historia creyó muerto; pero más que resucitar un texto, ha desenterrado una conversación intacta entre vida práctica y reflexión ética.

Lo que viene ahora es la parte humana del trabajo: debatir, verificar y, sobre todo, escuchar sin dejarse arrastrar por la prisa del titular.

Porque si hay algo que enseñan esos rollos carbonizados es que la gran pregunta —cómo vivir sin temor ni farsa— era ya una urgencia hace dos mil años.

Hoy la ciencia nos da las herramientas para volver a oírla.

La responsabilidad es nuestra: traducir esos ecos con rigor, no con prisa; con transparencia, no con monopolio; con humildad, no con espectáculo.

Solo así las palabras recuperadas podrán realmente cambiar la historia, en lugar de convertirse en otra manera de repetir viejas certezas.

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