😱 ¡La MASACRE del EVANISTA! La historia censurada de Román Guerrero que nadie se atreve a contar
Román Daniel Guerrero Tabares, conocido por todos como “El Evanista”, era un hombre de perfil bajo.
En la comunidad de Villa Pereira, La Romana, lo conocían como un trabajador dedicado, cristiano y silencioso, cuyo taller era también su refugio personal.
Criador de abejas, amante de la carpintería fina, jamás imaginaban que un día su nombre estaría ligado a una masacre que paralizó toda una región.
Pero la tensión venía acumulándose.
Robos constantes a su finca, saqueos de herramientas, burlas por parte de jóvenes de la zona y la indiferencia total de la policía comenzaron a desgastar la paz que lo caracterizaba.
La situación se volvió insostenible cuando Román grabó un video mostrando cómo le habían quemado parte de su propiedad y advirtió, sin rodeos, que si las provocaciones continuaban, habría
“aniquilamiento colectivo”.
Nadie lo tomó en serio.
Su imagen amable y su historial limpio hacían imposible imaginar una reacción violenta.
Pero llegó el 15 de septiembre de 2022, y todo cambió.
Con una escopeta en mano, Román fue visto caminando por su barrio.
Algunos creyeron que solo intentaba ahuyentar a posibles ladrones, pero minutos después, los disparos retumbaron en el callejón Guimat.
Fernando Joemi de Mota fue el primero en caer, abatido a tres casas del taller.
Luego le siguieron Carballo y Gamaliel Mota García, ambos conocidos motoconchistas, señalados como implicados en los robos.
Gamaliel, incluso, había sido amigo cercano de Román y se acercó desarmado, pidiendo que se detuviera.
Recibió un disparo en la cabeza.
Mientras los vecinos llamaban desesperadamente a la policía, pasaron casi 60 minutos hasta que apareció el teniente Manuel Moisés Hernández.
Su llegada no calmó las cosas: Román lo desarmó, lo golpeó con su propia arma y lo arrastró al interior del taller, donde se atrincheró.
En ese mismo espacio, sin saberlo, también se encontraban una mujer y su hija que habían ido a encargar un trabajo de carpintería.
Se convirtieron en rehenes.
Durante más de siete horas, Román repelió a los agentes que intentaban ingresar.
Dos policías salieron malheridos; uno arrastrándose, otro tambaleándose.
Se necesitó un equipo SWAT enviado desde Santo Domingo para intentar controlar la situación.
La transmisión en vivo del tiroteo comenzó a circular en redes sociales mientras decenas de vecinos arriesgaban su vida solo para captar imágenes del hecho.
El desenlace fue aún más polémico.
Algunos testigos aseguran que Román intentó entregarse tras largas negociaciones.
Salió del taller con las manos arriba, pero fue impactado múltiples veces por los agentes.
Otras versiones afirman que murió en un último tiroteo tras rehusarse a bajar el arma.
Tenía 46 años.
A su lado, el teniente Hernández y tres civiles habían perdido la vida.
Horas más tarde, las autoridades informaron haber encontrado una escopeta, una pistola y una ametralladora en su domicilio, aunque curiosamente no existen imágenes de este arsenal.
Los familiares de las víctimas guardaron silencio tras los velorios, pero la tía de uno de los fallecidos confesó que su sobrino estaba recolectando armas “para una guerra que se venía”, lo que
encendió aún más la teoría de que Román actuó por defensa propia tras años de acoso.
Su familia asegura que los agresores eran protegidos por policías corruptos, quienes nunca registraron las múltiples denuncias formales que él presentó.
La Policía Nacional, por su parte, negó tener registros de dichas quejas, aumentando así las sospechas sobre un encubrimiento institucional.
Román no era un improvisado.
Tenía conocimientos de artes marciales y era cinturón negro en karate, lo que explicaría cómo logró enfrentarse y desarmar a varios oficiales.
Uno de sus hijos lamentó la tragedia, recordando que muchos de los jóvenes fallecidos crecieron junto a él.
El dolor de perder a su padre se mezclaba con el dolor de ver morir a personas cercanas, como si se tratara de un círculo cerrado de víctimas.
El suceso fue tan impactante que se declararon dos días de duelo en La Romana.
Pero las preguntas no dejaron de surgir.
¿Realmente Román Guerrero estaba en pleno uso de sus facultades mentales? Algunos aseguran que sufría trastornos y vivía con paranoia, lo que lo llevó a creer que era perseguido
constantemente.
Pero su familia y vecinos rechazan esta versión, señalando que es solo una estrategia para tapar la responsabilidad de las autoridades.
No solo se trató de un hombre que explotó, sino de un sistema entero que lo empujó al abismo.
Hasta hoy, las investigaciones oficiales han sido mínimas y el silencio gubernamental ha sido ensordecedor.
Lo único que queda claro es que la muerte del Evanista no fue solo un crimen, sino un espejo brutal de la corrupción, el abandono y la desprotección que sufren miles de ciudadanos.
Una tragedia que pudo haberse evitado… si tan solo alguien hubiera escuchado sus advertencias.