⚠️ La MUERTE de FLOR Trujillo Como NUNCA te la CONTARON: De Princesa a Víctima Silenciosa del Dictador
Flor de Oro Trujillo nació el 7 de julio de 1915 en una choza con techo de cañas, en San Cristóbal.
Su padre, Rafael Leónidas Trujillo, aún era un telegrafista sin poder, pero desde ese instante, su vida quedó atada a uno de los regímenes más duros de América Latina.
Aunque fue la primera hija del futuro dictador, su nacimiento no fue celebrado.
Trujillo quería un varón, y Flor, desde su primer llanto, cargó con el peso del desprecio.
A lo largo de su vida, Trujillo no la trató como hija, sino como propiedad.
La obligó a casarse una y otra vez, utilizando sus relaciones como moneda de cambio político.
El primero de sus nueve matrimonios fue con el famoso diplomático Porfirio Rubirosa, quien más tarde la golpeaba y la engañaba abiertamente.
Trujillo lo sabía, y aun así lo usó.
Más tarde, Flor fue empujada a un matrimonio con el pediatra Ramón Brea, luego con el doctor Maurice Berek, quien murió calcinado en un misterioso incendio que muchos aseguran fue provocado por órdenes del mismo
dictador.
Su vida fue una cadena de manipulaciones.
Con cada hombre, Trujillo intervenía, aprobaba, controlaba y, al final, destruía.
Incluso cuando pareció encontrar independencia al lado del piloto estadounidense Charles Stelin, el poder de su padre se interpuso, desheredándola públicamente.
Uno tras otro, sus esposos terminaron en divorcios, humillaciones o tragedias.
Y mientras sus hermanos gozaban de cargos de gobierno, Flor era vigilada, arrestada y humillada, incluso por albergar a una mujer divorciada en su casa.
Pero no fue solo la represión familiar lo que marcó su historia.
Flor fue una mujer profundamente herida.
Desde joven presentó problemas de salud: alergia al sol, trastornos del sueño, depresión y episodios de histeria.
Vivía bajo ansiedad constante, buscando siempre la aprobación de un padre que nunca la consideró suficiente.
Nunca pudo tener hijos, y tras varios intentos infructuosos, fue diagnosticada con un embarazo psicológico, lo que la sumió en una nueva espiral de dolor y adicciones.
Su refugio fueron el alcohol y el tabaco.
Confesó que sólo en estado de ebriedad podía hablarle con sinceridad a su padre.
Esos vicios terminarían cobrándole caro.
A los 60 años fue diagnosticada con cáncer pulmonar.
Ya sin la fortuna de su familia —porque nunca recibió nada de la herencia—, Flor vivía en el anonimato, lejos del lujo, en Estados Unidos, acompañada únicamente por su último esposo, George Facar.
El 14 de febrero de 1978, escupió sangre antes de irse a dormir.
Su esposo la llevó de urgencia al Beth Israel Medical Center de Manhattan.
El diagnóstico fue brutal: el cáncer había hecho metástasis y sus pulmones estaban colapsando.
Murió a los 62 años, sola, sin testamento, sin fortuna, sin familia cercana.
Su último deseo fue ser enterrada junto a su madre, Aminta Ledesma, en Santo Domingo.
Facar, a pesar de no conocer el país, logró gestionar con el presidente Joaquín Balaguer un solar en el Cementerio Nacional para cumplir esa última voluntad.
Durante su velorio, humilde y sin pompas, testigos afirmaron haber visto una sombra cruzar la sala, justo detrás del ataúd.
Algunos dicen que fue el espíritu de su padre, otros, la proyección del tormento que arrastró toda su vida.
En su tumba no se grabó la frase que ella quería: “Viví como quise y siento que cumplí con mi deber”.
Aun así, su historia quedó grabada en la memoria colectiva de los dominicanos como la de la oveja negra de la dinastía Trujillo.
Flor vivió como una víctima silenciosa.
A pesar de tener acceso a riquezas incalculables —mansiones en Alemania, Francia y Estados Unidos, joyas, trajes exclusivos—, murió en la pobreza y la marginación.
Su madrastra María Martínez y su medio hermano Ramfis se quedaron con todo.
Se dice que más de 250 millones de dólares fueron transferidos a bancos europeos tras la caída del régimen.
Pero Flor no recibió ni un centavo.
Tuvo que ganarse la vida con un pequeño negocio de decoración que había fundado en sus últimos años en República Dominicana.
Ella nunca se consideró una víctima.
Luchó, amó, cayó, se levantó y volvió a caer.
Fue una mujer marcada por el poder, usada como ficha de ajedrez por el dictador más despiadado de su tiempo.
Desde su infancia en París, donde fue encerrada por enamorarse del hombre equivocado, hasta sus días postreros en Nueva York, Flor de Oro Trujillo es un retrato de la tragedia que puede esconderse detrás del poder absoluto.
Murió en San Valentín, día del amor, sin hijos, sin herederos, sin honores.
Pero su historia, aunque sepultada por décadas, sigue viva.
Porque Flor no solo fue la hija rebelde del dictador.
Fue también la mujer que se atrevió a desafiarlo una y otra vez, incluso cuando el precio fue su propia vida.
Hoy, quienes visitan su tumba en Santo Domingo no lo hacen por reverencia, sino por respeto.
Porque su vida fue una advertencia, una herida abierta en la memoria histórica de una nación que aún intenta sanar.