La revelación que convirtió a Gaby en voz de las mujeres silenciadas: abuso sexual de Pablo Montero en reality

🌀 La revelación que convirtió a Gaby en voz de las mujeres silenciadas: abuso sexual de Pablo Montero en reality

Gaby Spanic de 'La usurpadora' reveló: “me quieren desaparecer” | Revista  Vea

Gabriela Spanic nunca imaginó que el papel que la haría famosa sería el inicio de su pesadilla.

En 1998, cuando interpretó a las gemelas Paola y Paulina en “La Usurpadora”, conquistó al mundo.

Pero mientras el público la convertía en ícono, su vida privada se desmoronaba.

Nacida en un pequeño pueblo venezolano, hija de un croata estricto y una madre tradicional, Gabriela fue una niña soñadora, una adolescente ambiciosa y una mujer marcada por el dolor.

Su ascenso fue meteórico, pero también lo fue su caída emocional.

Primero fue el amor.

Conoció al actor Miguel de León durante una telenovela y se casaron en 1997.

Fueron la pareja dorada, admirada por todos.

Pero tras mudarse a México y conseguir su gran éxito, la distancia emocional se hizo insalvable.

En 2002, el divorcio fue devastador para ambos.

Miguel lloró, ella calló.

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El silencio fue el primer síntoma de que algo más profundo estaba mal.

Poco después, Gabriela inició una relación con José Ángel Llamas, su compañero en otra producción.

Lo que parecía una segunda oportunidad pronto se convirtió en un infierno.

En una noche en Miami, Gabriela fue estrangulada por Llamas hasta quedar inconsciente.

Él estaba consumido por los esteroides y la paranoia.

Cuando despertó rodeada de paramédicos, entendió que su vida no solo estaba en peligro físico, sino emocional.

La violencia psicológica se volvió parte de su cotidianidad.

“Estuve 15 minutos inconsciente”, contó años después.

Pero aún no era el final.

Gabriela trató de rehacer su vida con el ingeniero Nil Pérez.

Quedó embarazada en 2008, pensó que la maternidad sería su tabla de salvación.

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Pero él negó al hijo, pidió pruebas de paternidad, la humilló y, como si fuera poco, estaba casado.

El escándalo explotó.

Gabriela sangraba por el estrés, los médicos temían por su embarazo.

“Lo elegí a él, a mi hijo, sobre todo”, dijo.

Y así nació Gabriel de Jesús, su único hijo, su ancla emocional.

Criarlo sola fue un acto de guerra en un entorno hostil.

Pero lo más perturbador aún estaba por llegar.

En 2010, Gabriela denunció algo impensable: su asistente personal, María Celeste Fernández, la había estado envenenando a ella, a su hijo, a su madre y a su niñera durante meses.

Los síntomas eran difusos: náuseas, desmayos, fiebre, pérdida de peso.

Gabriela pensó que era el estrés.

Pero los análisis de sangre revelaron rastros de sustancias tóxicas.

¿El único cuerpo sin toxinas? El de la asistente.

En su habitación encontraron frascos con compuestos químicos.

¿Por qué lo hizo? Nadie lo supo.

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Se habló de obsesión, celos, manipulación psicológica.

El caso sacudió a América Latina.

Los titulares hablaron del “caso del veneno”.

Gabriela, demacrada, con ojeras y voz temblorosa, contaba cómo temió por la vida de su hijo.

Pero el juicio se torció.

La defensa alegó falta de pruebas y Fernández fue liberada.

Gabriela quedó devastada.

“No liberaron a una inocente, liberaron a una criminal con conexiones”, afirmó.

Desde entonces, vive con miedo, revisa puertas, desconfía del agua que bebe.

Y cuando parecía que su historia no podía oscurecerse más, estalló una nueva bomba.

En 2023, tras una ola de acusaciones contra Pablo Montero por agresión, Gabriela rompió su silencio.

Lo acusó de haberla tocado y acosado sexualmente durante la grabación del reality “La casa de los famosos”.

Él la acorraló, le quitó un cigarro y usó eso como excusa para tocarle los senos.

Gabriela gritó, pidió ayuda.

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Nadie vino.

Montero lo negó todo, con arrogancia.

La producción la ignoró.

“Me sentí abandonada.

Me sentí traicionada”, dijo Gabriela.

Fue silenciada por un contrato de confidencialidad que, según ella, la ataba legalmente.

Pero cuando supo que el abuso no puede ser encubierto por ninguna cláusula, habló.

Y no estaba sola.

Se le unieron mujeres de todas partes, algunas también víctimas de Montero.

“Tengo un grupo de WhatsApp”, dijo.

“Todas me dijeron lo mismo: ‘A mí también me pasó’”.

El patrón era claro: manipulación, agresiones verbales, tocamientos.

Pero ninguna había hablado por miedo.

Gabriela se convirtió en su portavoz.

“Esto nunca fue solo por mí”, declaró, “es por todas”.

A lo largo de los años, Gabriela ha sido tratada como inestable, exagerada, “la actriz que inventa cosas”.

Pero su voz ha sido coherente, firme, dolorosa.

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No busca fama.

Busca justicia.

“No tengo dinero para denunciar”, explicó, “la justicia es para los ricos”.

Lo único que pide es una disculpa.

Una admisión.

“Que diga lo siento.

Eso es lo mínimo que me debe.”

Hoy, Gabriela Spanic vive para su hijo, para su arte y para su causa.

Sigue actuando, escribe, y maneja su propia marca.

Se mantiene lejos del ruido, pero no callada.

“No todas las historias de amor terminan con besos.

Algunas terminan con fuerza”, dijo.

Su vida, una telenovela sin guion, la convirtió en algo más que actriz.

La convirtió en símbolo.

Y ahora, aunque el mundo la recuerde como Paola Bracho, ella prefiere que la vean como lo que realmente es: una sobreviviente.

Una mujer de pie en medio de los escombros.

Y con una voz que ya nadie podrá volver a callar.

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