
La primera señal que Jesús mencionó fue contundente: guerras y rumores de guerras.
No habló de un conflicto aislado, sino de un estado permanente de tensión global.
Hoy, basta encender un noticiero para ver su cumplimiento.
Israel, Palestina, Ucrania, Rusia, Medio Oriente, África y Asia viven atrapados en conflictos constantes.
Incluso donde no hay guerra abierta, hay amenazas, preparación militar y miedo colectivo.
Jesús dijo que no nos turbáramos, porque estas cosas debían acontecer.
No como accidentes históricos, sino como señales.
La segunda advertencia fue aún más peligrosa: la aparición de falsos Cristos.
Personas que se levantarían diciendo “yo soy el Cristo” y engañarían a muchos.
La historia reciente confirma esta profecía con nombres concretos.
Líderes que se autoproclaman Mesías, niegan doctrinas fundamentales, manipulan las Escrituras y colocan sus palabras por encima de la Biblia.
Algunos incluso anunciaron fechas apocalípticas, prometieron inmortalidad y terminaron muriendo como cualquier hombre.
Sin embargo, arrastraron multitudes.
Jesús lo dijo con claridad: vendrían muchos.
No pocos.
La tercera señal se conecta directamente con la anterior: falsos profetas que engañarían a muchos.
No llegan negando a Dios, sino usando su nombre.
Hablan de amor, prosperidad y bendición, pero evitan el arrepentimiento, la cruz y la santidad.
El engaño más peligroso no es el que se presenta como oscuridad, sino el que se disfraza de luz.
Hoy, plataformas digitales permiten que estos mensajes se multipliquen sin límites.

Nunca fue tan fácil engañar a tantos al mismo tiempo.
Jesús también habló de hambre, pestes y terremotos en diferentes lugares.
No como eventos aislados, sino como una condición global.
Millones sufren hambre crónica en África, Asia y América Latina.
Países enteros dependen de ayuda humanitaria para sobrevivir.
Al mismo tiempo, la tierra tiembla con una frecuencia y una intensidad que sacuden a naciones completas.
Haití, Turquía, Japón, Chile, México.
En minutos, ciudades enteras quedan reducidas a escombros.
La seguridad humana se desvanece y la fragilidad de la vida queda expuesta.
La quinta señal es una de las más dolorosas: la persecución y el odio contra los cristianos.
Jesús advirtió que sus seguidores serían aborrecidos por causa de su nombre.
Hoy, más de 365 millones de cristianos sufren persecución severa.
En algunos países, creer en Cristo puede costar la vida.
En otros, especialmente en Occidente, la persecución es más sutil: censura, ridiculización, marginación y presión para guardar silencio.
La fe bíblica es presentada como intolerante porque confronta el pecado.
Nada de esto sorprende a quien ha leído las palabras de Jesús.
La sexta profecía es quizá la más alarmante porque ocurre dentro de la iglesia: el enfriamiento del amor.
Jesús no habló de cualquier amor, sino del ágape, el amor que proviene de Dios.
Cuando la maldad se multiplica, este amor se enfría.
Iglesias activas, doctrinalmente correctas, pero espiritualmente frías.
Mucha actividad, poca intimidad.
Mucha estructura, poco fuego.
El orgullo, la falta de perdón y la tolerancia al pecado apagan lentamente la relación con Dios.
Como en Éfeso, se trabaja mucho, pero se ha dejado el primer amor.
Finalmente, Jesús mencionó una señal que solo podía cumplirse en nuestra generación: el evangelio del reino predicado en todo el mundo.
Durante siglos fue imposible.

Hoy, gracias a internet, transmisiones digitales y traducciones bíblicas, el mensaje llega incluso a países cerrados al cristianismo.
Gobiernos pueden controlar fronteras, pero no pueden detener la verdad cuando cruza pantallas.
Esta profecía avanza silenciosamente, pero con una fuerza imparable.
Jesús dijo que cuando esto ocurriera, entonces vendría el fin.
No para generar miedo, sino urgencia.
Estas señales no fueron dadas para paralizarnos, sino para despertarnos.
La pregunta ya no es si las profecías se están cumpliendo.
La evidencia es abrumadora.
La verdadera pregunta es: ¿estamos prestando atención?
El reloj profético no se ha detenido.
Cada señal es un recordatorio de que la historia avanza hacia un momento decisivo.
Y en medio de guerras, engaños y confusión, la voz de Jesús sigue resonando con la misma fuerza que aquel día: “Velad”.
Porque nunca antes sus palabras habían sido tan actuales como ahora.