🔥 “Canto con el alma rota, pero sigo de pie”: Lorenzo de Monteclaro habla sin filtros a los 85 años y el mundo lo ovaciona
En Cuencamé, Durango, nadie imaginó que aquel flacucho que cantaba entre los surcos con los pies llenos de polvo terminaría convertido en una leyenda nacional.
Lorenzo Hernández Martínez, rebautizado por un locutor romántico como Lorenzo de Monteclaro, nació entre tierra y maíz, pero con una voz que ya desde niño parecía destinada a hacer historia.
Su apodo no salió de ninguna estrategia de marketing: fue poesía improvisada en un estudio de radio.
“Porque su voz se escucha clara como el monte”, dijeron.
Y desde entonces, el monte nunca volvió a sonar igual.
Arrancó sin premios, sin disquera, sin contactos.
Solo con hambre de cantar y pulmones que retumbaban más fuerte que el sax que más tarde lo acompañaría por décadas.
No ganó su primer concurso de aficionados en Torreón, pero con eso bastó.
En cuanto salió del programa ya lo estaban contratando en ferias, bailes, jaripeos, bodas y hasta bautizos.
La voz ya estaba.
El estilo lo fue puliendo con cada tocada.
Mientras otros se adaptaban al mariachi o al acordeón puro, Lorenzo se sacó de la manga un sonido único: el norteño con sax.
Rasposo, sabroso, de esos que te revuelven las tripas con solo una nota.
Se plantó firme con su nombre, con su estilo, con su bigote.
No se dobló ni cuando le pidieron suavizar sus letras, ni cuando lo vetaron por cantar verdades incómodas.
Mientras muchos hablaban de amor, Lorenzo cantaba del otro lado: contrabando, desamor, traición y frontera.
Y la gente lo adoraba por eso.
Porque era el único que ponía en versos lo que ellos vivían.
Su ascenso fue a puro pulmón.
En 1973 lanzó El Ausente, y no hubo vuelta atrás.
Ese trancazo musical se convirtió en himno de migrantes, en desahogo de paisanos, en lágrima viva para quienes dejaron todo atrás por una promesa.
Después vinieron más de cien discos, miles de canciones, millones de kilómetros recorridos entre México y Estados Unidos, sin dejar nunca de ser quien era.
Lorenzo no cambió botas por trajes de diseñador ni ranchos por lujos: se quedó con los pies firmes en la tierra… y el corazón pegado al sax.
En los 80, mientras otros artistas buscaban premios, él llenaba salones de baile, grababa películas de balazos, traiciones y corridos, y creaba un culto.
Fue protagonista de más de 50 cintas, donde no solo cantaba: también actuaba.
Fusca al cinto, ceja fruncida y mirada que hablaba más que cualquier guion.
Su cine no era de alfombras rojas, era del pueblo, con el pueblo y para el pueblo.
Pero no todo fue escenario.
Detrás del sombrero había un hombre enamorado.
Rosa María Flores Rivera fue su compañera de toda la vida.
60 años juntos.
Cinco hijos.
Una historia de amor que parecía escrita en los versos de sus propias canciones.
Ella lo sostuvo en los días de hambre, lo cuidó en las giras, le planchó los trajes, le dio hogar en medio del caos.
Y cuando llegó la fama, jamás lo soltó.
Los rumores de coqueteos nunca faltaron, pero escándalos, ninguno.
Lorenzo siempre la protegió, la respetó y la amó.
En febrero de 2023, Rosa María partió.
Y con ella, un pedazo de Lorenzo se quebró para siempre.
Canceló giras.
Se encerró.
No dio entrevistas.
El hombre fuerte, el charro invencible, se quedó solo.
Y por meses, el silencio pesó más que cualquier nota.
Pero entre el duelo, algo brilló.
Una carta.
Una promesa.
Dicen que Rosa le dejó escrito: “No dejes de cantar.
Yo te estaré escuchando desde el cielo.
” Esa frase lo sostuvo.
Lo rescató.
Y volvió.
Flaco, serio, pero de pie.
Subió al escenario con la voz intacta y el alma abierta.
Ya no cantaba solo para entretener.
Cantaba para honrar.
Para sanar.
Para seguir.
Y cuando todo parecía encaminarse, otro golpe: la visa de trabajo para su gira en EE.UU. fue rechazada.
El motivo: burocracia.
Tal vez un papel mal llenado, tal vez un trámite antiguo mal resuelto.
La gira con Chelo se cayó.
Las redes explotaron.
“Lorenzo vetado”, decían.
Pero él salió con una sonrisa y una frase inolvidable: “Estoy listo con bastón, oxígeno y sombrero nuevo.
Nomás díganme cuándo.”
Y mientras arreglaban el papeleo, armó su propia gira: Si Se Puede Tour, con arranque en septiembre y un cartel que mezcla nostalgia, homenaje y futuro.
A sus 85 años, Lorenzo no se retira.
Planea un disco de duetos, grabaciones inéditas, colaboraciones con nuevos talentos y un tributo a su esposa que promete arrancar lágrimas a quien lo escuche.
El álbum se llamará Monteclaro Vive, y no es marketing.
Es realidad.
Porque Lorenzo sigue vivo en cada sax que suena, en cada paisano que cruza la línea con “El Ausente” en los audífonos, en cada señora que suspira con Chaparrita Pelo Largo, en cada niño que descubre en
YouTube que hay una voz que no necesita autotune para erizar la piel.
A los 85, Lorenzo de Monteclaro no solo canta.
Inspira.
Y su legado es de esos que no se olvidan.
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Porque aquí no contamos cuentos, contamos leyendas vivas.
Y el monte, señores, todavía canta.