¡IMPACTANTE! Miroslava: del glamour al abismo, el dolor oculto tras el rostro más bello del cine
Miroslava Stern nació el 26 de febrero de 1925 en Praga, en la entonces Checoslovaquia.
Desde muy joven, su vida estuvo marcada por la persecución, el exilio y el miedo.
Hija adoptiva de un médico judío, la familia Stern fue perseguida por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, llegando incluso a ser capturados y enviados a un campo de concentración.
Contra todo pronóstico, lograron escapar en 1941, cruzaron media Europa y finalmente llegaron a México, país que les abrió las puertas cuando más lo necesitaban.
Instalada en un nuevo continente, con un idioma ajeno y un pasado que pesaba como una losa, Miroslava comenzó a construir una nueva vida.
Estudió en Estados Unidos, aprendió inglés y español, y encontró en el diseño y la arquitectura una vía de escape emocional.
Pero la tragedia no tardó en alcanzarla de nuevo.
Su prometido, un joven soldado estadounidense, murió en combate.
Esta pérdida la sumió en su primera gran depresión, al punto de intentar quitarse la vida.
Solo el amor por su familia logró sostenerla… por un tiempo.
Al regresar a México, Miroslava buscó estabilidad emocional, pero la muerte de su madre en 1945 volvió a quebrarla por dentro.
Fue entonces cuando se dejó llevar por la intuición y la belleza que todos notaban en ella: el cine la llamó, y ella respondió.
Comenzó a estudiar actuación y, durante un baile del Country Club, fue coronada reina.
Su carrera cinematográfica despegó rápidamente.
Actuó con Mario Moreno “Cantinflas” en A volar joven, con quien supuestamente mantuvo una relación sentimental que terminó de forma amarga.
En 1946, se casó con el joven Jesús Jaime Gómez, pero la felicidad duró poco.
Miroslava descubrió que su esposo era homosexual y que el matrimonio había sido una fachada para ocultar su orientación sexual.
El divorcio fue inevitable, y su corazón, una vez más, quedó hecho trizas.
A pesar de los escándalos, su carrera siguió creciendo.
En Hollywood filmó tres películas y en México se convirtió en una de las actrices más deseadas, aunque detrás de cámaras sus compañeros la describían como una mujer nerviosa, irascible,
frágil… y profundamente sola.
En 1954, llegó el papel que la inmortalizaría: Escuela de vagabundos, junto a Pedro Infante.
Entre ellos nació una amistad genuina, un vínculo de complicidad que pocos conocían.
Pedro la llamaba “Mirós” con cariño, y se dice que durante el rodaje, ella le confesó secretos tan profundos que el propio Infante quedó devastado tras su muerte.
Pero el golpe final en la vida de Miroslava llegó en forma de traición.
El torero español Luis Miguel Dominguín, con quien mantenía una relación amorosa intensa, la llevó a España, la presentó con su círculo íntimo, le prometió amor eterno… y luego se
comprometió con la actriz italiana Lucía Bosé.
Miroslava, destrozada, regresó a México para enterarse de que el hombre que amaba se casaría con otra.
El 10 de marzo de 1955, días después de la boda de Dominguín, Miroslava fue hallada muerta en su departamento de la colonia Anzures, víctima de una sobredosis de barbitúricos.
Había dejado tres cartas escritas en checo dirigidas a su padre y su hermano, pidiéndoles perdón.
También dejó una carta a Cantinflas, quien según algunos rumores, había puesto fin a su relación amorosa con ella poco antes.
Ese mismo día, la noticia sacudió a todo México.
En tan solo nueve años de carrera, Miroslava participó en 30 películas, pero su gran papel, ese que habría hecho justicia a su talento, nunca llegó.
Murió con apenas 30 años, envuelta en mitos, silencio y un dolor que nadie pudo aliviar.
Su última película, Ensayo de un crimen de Luis Buñuel, resultó ser profética: el personaje que interpretó termina trágicamente… tal como ella en la vida real.
Miroslava no fue solo un rostro bonito.
Fue una mujer marcada por la guerra, por las pérdidas, por la presión social y por una sensibilidad que no pudo encajar en el mundo que la rodeaba.
Su historia no es solo triste: es el espejo roto de una estrella que brilló demasiado en un firmamento que no supo protegerla.
Porque detrás del glamour, lo que hubo fue una mujer herida, con un alma de cristal… y un corazón que, tristemente, se rompió en silencio.
