El soldado que capturó al Che rompe su silencio tras 57 años y revela la verdad ocultada por décadas

El hombre que vio caer al Che habla por primera vez: secretos militares, traiciones y un final que no fue como lo contaron

 

Han pasado cincuenta y siete años desde que el mundo escuchó la noticia que cambiaría para siempre el rumbo de la historia latinoamericana: la captura de Ernesto “Che” Guevara en Bolivia.

En ocasión del 54 Aniversario de la caída en combate del Comandante Ernesto  “Ché” Guevara – Rumbo Alterno

Desde entonces, la versión oficial ofrecida por el ejército boliviano, respaldada por informes internacionales, se convirtió en la narrativa dominante.

Sin embargo, del otro lado de esa historia había un hombre silenciado por el miedo, la presión militar y una culpa que lo acompañó durante décadas.

Ese hombre, un joven soldado de origen campesino, ahora anciano, decidió romper su silencio y revelar lo que realmente ocurrió aquel día en La Higuera.

Lo llamaremos “Ramiro”, aunque no es su nombre real.

Sus manos tiemblan cuando recuerda los detalles, no por la edad, sino por el peso de todo lo que calló durante más de medio siglo.

Según él, la versión que se ha contado al mundo está llena de omisiones, manipulaciones y mentiras diseñadas para justificar decisiones políticas.

Su relato ofrece una visión completamente distinta: un Che debilitado, herido, sí, pero también lúcido, calmado y consciente de su destino.

Ramiro cuenta que la operación militar para capturar al Che fue mucho más caótica de lo que se ha admitido.

Los soldados eran jóvenes sin experiencia, mal alimentados, mal entrenados y enviados a una zona donde ni siquiera conocían el terreno.

El miedo los consumía más que cualquier idea de heroísmo.

Nadie sabía qué esperar.

Cuando finalmente encontraron al Che, no fue producto de una estrategia brillante, sino de una serie de errores, nervios y casualidades que coincidieron en el peor momento para él.

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El soldado recuerda que el Che no se mostró agresivo ni intentó escapar.

Todo lo contrario: se rindió con dignidad.

Ramiro asegura que jamás olvidará la frase que escuchó apenas lo vieron: “No disparen.

Soy el Che Guevara.

Valgo más vivo que muerto”.

Esa frase, repetida en libros y documentos, fue dicha con un tono distinto al que se conoce.

No fue un acto de arrogancia, ni un intento de negociarlo todo.

Fue una declaración triste, casi resignada, de alguien que entendía cómo funcionaba la maquinaria militar.

Según Ramiro, la captura no fue celebrada de inmediato.

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Hubo miedo, confusión y discusiones entre los oficiales sobre qué hacer con él.

Algunos querían trasladarlo vivo para interrogarlo.

Otros exigían matarlo de inmediato para evitar complicaciones diplomáticas.

Ramiro escuchaba desde lejos cómo los superiores discutían mientras el Che aguardaba sentado, esposado, sangrando, pero sorprendentemente sereno.

A pesar de su estado físico, irradiaba una calma que intimidaba incluso a los soldados que lo custodiaban.

Esa noche, según el relato del soldado, los militares recibieron órdenes contradictorias desde La Paz.

Las comunicaciones eran confusas.

Ramiro afirma que algunas voces internas querían mantener al Che con vida, mientras otras —especialmente las presiones externas— exigían un final rápido.

Él asegura que escuchó cómo un oficial gritó que “la presencia del Che vivo es un problema demasiado grande para este país”.

Esas palabras marcaron el destino del guerrillero.

Ramiro cuenta que pasó horas observando al Che desde una distancia prudente.

Nunca lo había visto antes, pero la fama que lo rodeaba lo hacía parecer casi irreal.

En lugar de un monstruo, vio a un hombre cansado, cubierto de tierra, con los ojos rojos de sueño y dolor.

Aun así, su presencia imponía respeto.

Los soldados, incluso aquellos más hostiles, evitaban mirarlo directamente.

“No sé qué tenía”, dice Ramiro, “pero cuando te veía, sentías que sabía más de ti que tú mismo”.

La confesión más impactante del exsoldado llega cuando relata la mañana del fusilamiento.

La versión oficial sostiene que la orden vino desde La Paz, pero Ramiro asegura que fue más complejo que eso.

Según él, se fabricó una narrativa: que el Che murió en combate.

El objetivo era evitar críticas internacionales y que Bolivia no cargara con la responsabilidad directa de ejecutar a un prisionero de guerra.

Pero Ramiro va más allá: afirma que el Che sabía exactamente lo que iba a ocurrir.

“No tenían que decírselo”, asegura.

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“Él lo sintió en el aire”.

El soldado recuerda que el Che pidió un cigarro y lo fumó con una calma que desconcertó a todos.

Dijo pocas palabras, pero cada una quedó grabada como una sentencia.

“Díganle a mi esposa que me mantuve fuerte”, murmuró.

“Y díganles a mis hijos que no morí como un cobarde”.

Ramiro vio lágrimas en los ojos de algunos compañeros cuando escucharon esas frases.

Lo que ocurrió después es, para él, la parte que más lo atormenta.

Afirma que el elegido para disparar no quería hacerlo.

Era un joven más asustado que convencido, y tardó varios minutos en tomar el arma.

El Che, según Ramiro, lo miró con compasión, no con desafío.

Le dijo algo que el soldado nunca pudo olvidar: “No tiembles tanto.

Vas a matar a un hombre, no a una idea”.

Esa frase, asegura Ramiro, persiguió al joven ejecutor hasta el día de su muerte.

Después del fusilamiento, el cuerpo fue manipulado para que pareciera una muerte en combate.

Esa parte, que ya ha sido documentada históricamente, adquiere en el relato de Ramiro un tono casi grotesco: oficiales dando órdenes contradictorias, soldados llorando, otros riendo nerviosamente, y un silencio espeso que cubría el lugar como si supiera que acababan de presenciar un acto que marcaría a generaciones enteras.

Ramiro dice que habló ahora porque está cansado de cargar con una historia que no le pertenece del todo, pero que lo persiguió durante toda su vida.

No pretende limpiar su nombre ni convertirse en figura pública.

Solo quiere que se sepa la verdad, aunque sea tarde.

“Éramos muchachos”, dice con voz quebrada.

“No sabíamos qué hacíamos.

Nos usaron.

Y al Che también lo usaron”.

Al finalizar su relato, Ramiro insiste en que no busca heroísmo ni perdón.

Su confesión, después de 57 años, es un acto de liberación personal más que un ajuste histórico.

Pero su testimonio, cargado de detalles emocionales y contradicciones humanas, ofrece un retrato completo del día en que cayó uno de los guerrilleros más influyentes del siglo XX.

Y ahora que la verdad sale a la luz desde la voz de un testigo directo, queda claro que la historia del Che Guevara nunca estuvo completa… hasta hoy.

 

 

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