Era el trovador de las palabras justas, el poeta con guitarra que atravesó dictaduras, exilios, escenarios y polémicas con una elegancia tan sutil como implacable.
En los años 70 su voz tejía esperanzas en medio del silencio impuesto.
En los 80 era el estandarte de una generación que cantaba para no rendirse.
En los 90 su nombre era sinónimo de integridad, pero a sus 81 años algo cambió.
Serrat dejó de asistir a entregas de premios, canceló entrevistas pactadas con meses de antelación y durante un tiempo guardó un silencio que desconcertó incluso a sus más cercanos.
Una mañana, en una emisora radial de Barcelona, soltó una frase que dejaría helado al mundo cultural ibérico: “Hay heridas que nunca sanan.
Hay nombres que nunca perdono.
” Nadie esperaba aquello de él.
Nadie imaginó que aquel hombre que parecía estar por encima de todo rencor guardara una lista, pero la tenía y no era corta.
Dicen que uno de esos nombres fue su antiguo colega en Nova Cançó, otro un director de televisión, un tercero, un grupo político que antes lo ovacionaba y ahora lo despreciaba.
El trovador de un pueblo en silencio
Joan Manuel Serrat nació el 27 de diciembre de 1943 en el corazón obrero de Barcelona, en el barrio del Poble Sec.
Su infancia estuvo marcada por la sencillez, los silencios del franquismo y las conversaciones clandestinas de su padre, un anarquista catalán que jamás dejó de creer en la dignidad obrera.
Su madre, oriunda de Aragón, le transmitió el amor por la copla, por las palabras pronunciadas con hondura y por los silencios que dicen más que mil versos.
Serrat no creció entre lujos ni tutelas artísticas.
De hecho, estudió ingeniería agrícola, pero el destino le tenía reservado un camino distinto.
En los cafés pequeños de una Barcelona aún amordazada por la dictadura, comenzó a cantar tímidamente.
No eran solo canciones, eran mensajes envueltos en poesía.
En 1965 se unió al grupo Els Setze Jutges, estandarte de la Nova Cançó, un movimiento musical y cultural que reivindicaba la lengua catalana como forma de resistencia frente a la represión lingüística y política del franquismo.
La traición de Eurovisión y el exilio
En 1968 todo parecía conducirlo a la consagración internacional.
Fue elegido para representar a España en el festival de Eurovisión con la canción “La, la, la”.
Pero entonces ocurrió el primer gran quiebre.
Al exigir interpretarla en catalán como símbolo de su tierra y su cultura, fue desplazado de inmediato.
Su negativa no solo lo excluyó del festival, lo convirtió en persona non grata para el régimen franquista que durante años le cerraría las puertas de la radio, la televisión y los escenarios.
Comenzaba así su exilio físico, pero también moral hacia América Latina.
En México, Argentina, Chile y otros países, Joan Manuel Serrat fue recibido como un héroe cultural, una voz libre entre dictaduras, una brújula emocional para generaciones.
Mientras España intentaba silenciarlo, Latinoamérica lo convertía en símbolo.
Su forma de cantar se entretejía con los dolores de los pueblos del sur y en canciones como “Cantares,” “Penélope” o “Mediterráneo” supo hacer universal lo íntimo y eterno lo cotidiano.
El regreso a España y las heridas abiertas
Su regreso a España tras la muerte de Franco no significó una reconciliación plena.
Aunque fue aclamado por el público, las heridas con ciertas esferas políticas e ideológicas nunca se cerraron del todo.
Serrat no era el artista complaciente que algunos esperaban.
Rechazó los extremismos, defendió el diálogo, criticó la corrupción tanto del centro como de la periferia y eso lo llevó a granjearse admiraciones profundas y enemistades igualmente intensas.
El conflicto catalán y las rupturas personales
El punto de no retorno llegó con el referéndum catalán del 1 de octubre de 2017.
Serrat, que se encontraba en plena gira internacional, fue consultado por un periodista argentino sobre la situación en Cataluña.
Lo que dijo retumbó como una bomba: “Ese referéndum no representa a todos los catalanes.
Ha sido manipulado políticamente y no tiene garantías democráticas.
” Bastaron esas frases para que las redes sociales catalanas se llenaran de insultos, traiciones imaginadas y llamados al boicot.
Uno de los ataques más dolorosos fue el de su antiguo amigo y compañero de generación, Lluis Llach, quien en una entrevista televisiva lamentó el distanciamiento de Serrat y dijo sin nombrarlo: “Algunos prefieren la comodidad del aplauso español antes que la verdad catalana.
” Esa frase hirió profundamente al trovador del Poble Sec.
Nunca respondió directamente, pero en un concierto en Girona soltó con amargura contenida: “A veces el enemigo habla con tu mismo acento. ”
El legado artístico y las sombras personales
A pesar de las polémicas, en lo artístico el legado de Serrat es incuestionable.
Más de 30 álbumes, colaboraciones memorables con artistas como Joaquín Sabina, Mercedes Sosa o Silvio Rodríguez, y una gira de despedida en la década de 2020 que fue una celebración y una despedida anticipada.
Pero en lo personal, el Serrat íntimo siempre fue más complejo, reservado, irónico, apasionado y con una memoria afilada que no olvida ni las traiciones ni las ausencias.
La reconciliación final
Durante su gira de despedida entre 2022 y 2023, algo dentro de Serrat comenzó a cambiar.
No porque las heridas se hubieran cerrado, sino porque la edad, el tiempo y la fragilidad del cuerpo comenzaron a imponer otras prioridades.
Cada aplauso, cada lágrima en el público, cada mirada de agradecimiento desde el escenario le hacían entender que más allá de los rencores quedaba algo más grande: el amor colectivo que su música había sembrado.
En una noche especial en el Palau Sant Jordi de Barcelona, ante un público entregado, Serrat se quebró por primera vez en mucho tiempo.
Justo antes de cantar “Paraules d’amor,” se quedó en silencio.
El auditorio respetó ese instante con una emoción que cortaba el aire.
Entonces él susurró: “Esta canción la escribí para sanar, aunque a veces yo también fui el que rompió. ”
Conclusión
Joan Manuel Serrat es mucho más que un cantante o un poeta.
Es un puente entre generaciones, culturas e ideologías.
Su vida entera fue una cuerda floja entre lo personal y lo colectivo, entre la fidelidad a su tierra y la lealtad a su conciencia.
Hoy, a sus 81 años, sigue siendo un símbolo de integridad, pero también un hombre herido por las traiciones que nunca perdonó.
En su historia descubrimos que las heridas más profundas no siempre vienen de enemigos declarados.
A veces vienen del mismo lugar que nos vio nacer y que tanto hemos amado.
Joan Manuel Serrat nos deja con una lección: “Vale la pena mantenerse fiel a uno mismo, aunque eso implique romper con parte de lo que amas. “