Rescatista que encontró el cuerpo de Rubby Pérez Rompe el silencio
Miguel Marte nunca pensó que aquella noche cambiaría su vida para siempre.
Director de la Defensa Civil en Santo Domingo Norte, llegó al lugar del colapso apenas minutos después del desastre.
El caos reinaba: polvo, gritos, desesperación.
No era su primera misión de rescate, pero desde el primer momento supo que esta escena quedaría grabada en su piel.
Mientras organizaban la entrega de suministros, algo dentro de él le empujó a ir más allá.
No podía quedarse al margen.
Necesitaba ayudar, necesitaba ver, necesitaba encontrar a los que aún respiraban bajo los escombros.
Y sin saberlo, se estaba acercando al momento más difícil de toda su carrera: encontrar el cuerpo sin vida de Rubby Pérez, la leyenda del merengue.
El lugar era un laberinto de concreto fracturado.
Vigas colosales colgaban en el aire como cuchillas, amenazando con caer en cualquier instante.
Mientras algunos sectores eran totalmente inestables y prohibidos para el ingreso, una voz entre los equipos de rescate alertó que Rubby Pérez podría estar sepultado en una zona restringida.
La decisión de entrar fue instintiva, guiada por la vocación y el compromiso.
Marte pidió solo unos minutos para intentar.
Con movimientos lentos y calculados, removieron fragmentos, buscando señales de vida o rastro alguno.
Entonces, apareció un pedal de micrófono, luego un zapato negro, una pierna, una mano…
hasta que el rostro de Rubby emergió bajo la luz tenue, intacto, sereno.
En ese momento, el silencio pesó más que los escombros.
El rescate no terminó ahí.
Encima del cuerpo, una viga agrietada crujía con peligro inminente.
Un paso en falso y todo podría colapsar, destruyendo no solo el cuerpo sino la posibilidad de una despedida digna.
Con determinación, improvisaron soportes usando madera, tubos y pedazos de concreto.
Una maniobra arriesgada, fuera de todo manual, impulsada solo por respeto y humanidad.
Mientras tanto, llamadas de autoridades llegaban preguntando por novedades, pero Miguel no respondió.
En ese instante, su única prioridad era rescatar a Rubby con la dignidad que merecía.
La grúa comenzó a levantar la viga, el ambiente se tornó frágil, y poco a poco el cuerpo pudo ser liberado.
Una fotografía capturó el instante exacto: dos hombres arrodillados, entre polvo y dolor, devolviendo a una leyenda a la luz.
Lo más impactante, según Marte, fue encontrar los lentes de Rubby.
No estaban rotos, no tenían ni un rasguño.
Estaban ahí, entre el polvo, como si alguien los hubiera colocado con cuidado.
Miguel los limpió, los sostuvo, y entendió que esos lentes no eran simples objetos.
Representaban la presencia de un hombre que había alegrado a todo un país.
Días después, los entregó con sus propias manos al hermano del cantante.
No lo hizo con formalidad, sino con emoción, con la certeza de que esos lentes le pertenecían a Rubby y a nadie más.
Fue un gesto simbólico que marcó el final de una de las escenas más conmovedoras de su carrera.
En medio de tantos rumores que surgieron luego —sobre objetos desaparecidos, tarjetas robadas— Miguel fue claro: “Eso no lo hizo nadie que estuviera verdaderamente ahí”.
Durante el rescate no hubo espacio para el egoísmo.
Cada pertenencia encontrada era clasificada, sellada y entregada a las autoridades correspondientes.
Rodeados de militares, policías, fiscales y voluntarios, cada cuerpo fue tratado con el mismo respeto con el que se arropa a un ser querido.
En un ambiente tan devastador, la ética y el honor se convirtieron en las únicas banderas.
No se tocó un bolsillo, no se profanó una cadena.
Solo manos dispuestas a rescatar, nunca a robar.
Miguel también despejó las dudas que algunos tenían: Rubby Pérez murió al instante.
No gritó, no pidió ayuda, no tuvo una segunda oportunidad.
Su cuerpo fue hallado sobre una tarima de madera maciza que no cedió al colapso.
Si esa plataforma se hubiera quebrado, quizá habría caído a un nivel inferior y habría tenido una mínima posibilidad de sobrevivir.
Pero no fue así.
La muerte llegó rápida y silenciosa.
Miguel fue quien dio la noticia a los familiares, no con frialdad, sino con compasión.
Porque cuando la verdad duele, se debe decir con el corazón en la mano.
Para Miguel Marte, lo vivido aquella noche fue más que un rescate.
Fue una lección de humanidad.
Agradece profundamente al joven bombero que nunca lo dejó solo, que fue su sombra y su fuerza.
Aquel hombre anónimo que prefirió arriesgarse antes que abandonar.
“Gracias por estar justo cuando más lo necesitaba”, dijo Miguel al cerrar su relato.
Y con lágrimas en los ojos, dejó un mensaje al país: tenemos que ser más humanos, más compasivos, porque la vida puede cambiar en un segundo.
El día anterior, despedía a su abuelo.
Al siguiente, despedía a una leyenda.
Y en ese dolor compartido, entendió que la única forma de honrar la vida es con respeto.
Siempre.