🫥 “Más Allá del Glamur: La Triste Soledad de la Diosa del Cine de Ficheras” 🪞💔
Angélica Elizabeth Shaín Martínez nació el 24 de mayo de 1956 en Orizaba, Veracruz.
Su rostro y figura rápidamente rompieron la frontera del anonimato para instalarse en la cultura popular mexicana como símbolo de deseo y provocación.
Hija de padre libanés y madre mexicana, traía consigo una mezcla exótica que atrapaba la mirada y la cámara.
En los años 70, México estaba en plena transición mediática.
Las carpas morían, la televisión explotaba y los cabarets se convertían en semilleros de estrellas.
Allí, con el nombre artístico de Lis Chain, comenzó a tallar su leyenda.
No era la mejor actriz.
Tampoco la más dotada en canto o baile.
Pero tenía algo mucho más potente: presencia.
Con una belleza gélida, casi extranjera, Angélica se convirtió en la figura ideal para fotonovelas, cine barato, comedia sexual y fantasías masculinas disfrazadas de entretenimiento nacional.
Cuando debutó en el cine con “Santo y Blue Demon contra el Dr.Frankenstein”, no imaginaba que su rostro sería portada de revistas, que sus desnudos serían codiciados por generaciones enteras y que su nombre
sería sinónimo de escándalo… y de éxito.
El cine de ficheras la alzó como su reina absoluta.
Con más de 50 películas en una década, Angélica Chaín se convirtió en protagonista recurrente de una industria que explotaba la risa fácil, el albur picante y los cuerpos desnudos como moneda de cambio.
Mientras los críticos la despreciaban como “cine basura”, el público la aclamaba.
No era solo una vedette más.
Era la vedette.
Compartía pantalla con Alfonso Zayas, Luis de Alba, Rafael Inclán y Jorge Rivero.
Pero a diferencia de muchas de sus colegas, ella tenía nombre, cartel, y un lugar central en la historia.
Pero ese mismo trono venía con una jaula.
Mientras su cuerpo la hacía famosa, también la encasillaba.
Quiso salirse.
Estudió actuación, buscó papeles más serios, logró entrar en telenovelas como El Maleficio y Seducción, incluso protagonizó una ambiciosa cinta: El diario íntimo de una cabaretera, donde interpretó a dos
hermanas gemelas.
Era su momento de transición.
Una última oportunidad para cambiar su legado.
Pero justo entonces… desapareció.
En 1991, con solo 35 años, Angélica Chaín se retiró por completo del espectáculo.
Su última película, Hembras de Tierra Caliente, fue producida por ella misma.
Quería controlar su destino.
Pero fue su último acto.
Poco después se casó con Ricardo Martí García, heredero de una fortuna deportiva.
Se esperaba un cuento de hadas.
Lo que vino fue silencio.
Luego, divorcio.
Después, un segundo matrimonio con Enrique Molina Sobrino, uno de los hombres más ricos y poderosos de México.
Con Molina, su vida cambió por completo.
Se trasladó a un mundo de élite empresarial, hoteles de lujo, inversiones millonarias y cenas privadas.
Pero, según periodistas y allegados, esa comodidad tenía un precio brutal: el pasado debía ser borrado.
Molina, avergonzado de su carrera en el cine erótico, le impuso una condición: cortar todo lazo con la farándula.
Y Angélica aceptó.
Cerró la puerta.
No dio entrevistas.
No asistió a homenajes.
No apareció en televisión.
No escribió memorias.
Desapareció.
Durante casi 30 años, fue un fantasma.
Hubo rumores de que había muerto, de que vivía escondida en Texas, de que sufría enfermedades.
Algunos decían haberla visto en Cancún, en hoteles de lujo, con escoltas y gafas oscuras.
Pero nunca hubo confirmación… hasta que en 2018, una sola foto rompió el misterio.
Angélica Chaín aparecía en una celebración privada junto a su esposo.
La reina seguía viva.
Pero no volvió a hablar.
Esa imagen causó conmoción.
Su elegancia seguía intacta.
Pero había algo en sus ojos.
Un cansancio.
Una ausencia.
Relatos filtrados de periodistas de confianza aseguraban que Angélica vivía entre Cancún y Estados Unidos, completamente retirada.
No trabaja.
No da declaraciones.
No acepta invitaciones.
Vive encerrada en su mundo, protegida por el poder de Molina, pero también silenciada por él.
Ni siquiera quiso hablar cuando fallecieron sus colegas o cuando se publicaron libros sobre el cine que ella ayudó a construir.
Intentó filantropía.
En 1994 cofundó la Fundación Angi, para ayudar a niños vulnerables.
Pero el proyecto fue breve.
Murió en silencio.
Igual que su fama.
Y aunque nunca tuvo hijos, su legado pudo haber sido su cine, su historia… pero ella decidió no contarla.
O se lo impidieron.
Mientras otras reinas del cabaret —como Lyn May, Sasha Montenegro o Rossy Mendoza— siguen apareciendo en televisión, contando anécdotas y defendiendo su pasado, Angélica Chaín eligió el exilio.
Tal vez por vergüenza.
Tal vez por presión.
Tal vez porque ya no quedaba nada que decir.
Hoy, con más de 70 años, vive lejos del bullicio que alguna vez la adoró.
No busca reconocimiento.
No exige respeto.
Pero tampoco lo recibe.
Ha sido borrada.
Olvidada.
Mientras su imagen aún cuelga, descolorida, en barberías viejas o tiendas de películas pirata, la mujer real permanece escondida, como si nunca hubiera existido.
Es irónico.
Una estrella que alcanzó el cielo… y eligió enterrarse viva.
Una actriz que usó su cuerpo como bandera… y terminó recluida en una mansión donde nadie la recuerda.
Una mujer que fue deseada por millones… y que hoy vive en soledad.
¿Fue su decisión o su condena?
¿Renunció a su legado para vivir en paz… o fue silenciada por quienes no soportaban su pasado?
Lo único cierto es que Angélica Chaín se fue sin despedirse.
Y tal vez, nunca regrese.
Pero tú, que la viste brillar…
¿la recuerdas?
Déjanos tu comentario y comparte esta historia.
Porque hay reinas que desaparecen… y nunca más vuelven a levantar su corona.
