Ella nunca quiso la fama, pero el destino, impulsado por la ambición de su padre, tenía otros planes para su voz angelical.
En los años 70, Estela Núñez cautivó a toda una generación y luego, tan repentinamente como llegó, desapareció.
Ahora, a los 77 años y tras 51 años de carrera, la diva rompe el silencio en su despedida, revelando la verdad emocional que todos sospechaban: no la alejó el desamor, sino un profundo deseo de ser madre y esposa, un anhelo de normalidad que se impuso a la corona de la OTI.
Su historia es un doloroso espejo de sacrificios: una caída en el embarazo que dejó secuelas permanentes en su hijo, la pérdida temporal de la vista y la desaprobación de un gran amor, tragedias que la obligaron a elegir la vida familiar sobre el escenario.
Estela Núñez fue la voz que el público amó, la primera en creer en Juan Gabriel, pero el ícono que México no supo valorar por completo.
Hubo un tiempo en que una joven con una voz tan pura que podía romper corazones apareció en la radio mexicana.
Su nombre era Estela Núñez.
Con baladas inolvidables como Por amores como tú y Andando de tu mano, cautivó a toda una generación.
Pero, tan repentinamente como llegó, se alejó del foco.
Durante décadas, los fans se preguntaron qué había pasado con la voz angelical que dominó el hit parade.
Hoy, a los 77 años, Estela Núñez se despide definitivamente de los escenarios después de 51 años de trayectoria, y la verdad de su retiro resulta ser más emocional de lo que nadie imaginaba.

LA VICTORIA INESPERADA QUE NO QUISO LA CORONA
El año 1979 es una fecha que marcó su vida y la historia de la música.
El festival OTI Internacional se convirtió en una de las noches más inolvidables y polémicas de la música mexicana, con favoritos claros como Emanuel y el aclamado cantautor Sergio Esquivel.
Nadie esperaba que la joven Estela Núñez se llevara la corona, y sin embargo, aquella noche, contra todo pronóstico, lo logró.
La final se celebró en el abarrotado Teatro de la Ciudad de México y fue transmitida en vivo a millones de espectadores.
Cuando se anunciaron los resultados, el primer lugar, para sorpresa de todos, fue para Estela Núñez con su tema “Vivir sin ti es como estar contigo”.
En ese momento, Estela mostró la serenidad y la fuerza interior que más tarde definirían no solo su carrera, sino toda su vida.
Subió al escenario con calma, cantó con elegancia y conquistó al jurado y al público, no con espectáculo, sino con la pura autenticidad de su voz.
Pero esa noche, que marcó el ascenso de una mujer destinada a ser estrella, fue también el ascenso de alguien que nunca lo deseó.
“En ese tiempo yo no decidía nada”, confesó alguna vez.
“Hacía lo que mis padres me decían y punto”.
Su padre, Ramón Núñez, agente viajero, había descubierto su talento antes que ella misma, llevándola a concursos de canto desde los 10 años.
Estela obedecía, tímida al principio, sin imaginar que la música se convertiría tanto en su salvación como en su mayor dolor.
LA OBEDIENCIA DE LA NIÑA Y EL SUEÑO DE UN PADRE
Estela Núñez nació en la Ciudad de México el 21 de abril de 1947, pero poco después de su nacimiento, la familia se mudó a León, Guanajuato.
Ella era el “milagro” que sus padres, después de varios intentos fallidos por tener hijos, tanto habían pedido.
Desde muy pequeña mostró un talento natural para el canto, aunque ella misma no lo tomaba en serio; lo veía como un juego que le dejaba “un dulce o una moneda”.
Sin embargo, para su padre, el canto era el destino, un don y una oportunidad.
“Mi mamá no quería que cantara”, recordó Estela, debido a que no le gustaba el ambiente del medio artístico y temía el juicio de la gente de provincia.
Toda la familia le decía a su padre que “estaba loco” por dejarla cantar, pero él no hizo caso.
Decidido a verla triunfar, empezó a llevarla a concursos y programas de televisión.
Con apenas 10 años, participó en su primer concurso televisivo, Forjando Estrellas.
No ganó la primera vez, pero su padre no se rindió y, con una estrategia de hacerla ver “mayor” con tacones y un peinado diferente, la inscribió de nuevo: esta vez, Estela ganó.
El éxito la llevó a conocer al comediante Manuel “Loco” Valdés, y animados por ese impulso, los Núñez tomaron una decisión que cambiaría sus vidas para siempre.
Empacaron sus cosas y se mudaron a la Ciudad de México.
Estela tenía solo 11 años.
Si se lo hubieran preguntado en ese momento, habría dicho que no quería venir, pues era feliz donde estaba, pero su padre tenía un sueño que Estela no podía contradecir.
Su padre siguió adelante, inscribiendo a Estela en concursos y programas de televisión.
La familia viajaba constantemente, a veces durmiendo en autobuses y sobreviviendo con poco dinero.
La escuela se volvió imposible y Estela terminó dejándola para dedicarse de lleno a cantar.
Se unió a caravanas artísticas, sin recibir pago alguno, pero llenando de orgullo a su padre, quien la vigilaba de cerca: “Vas, cantas y regresas a casa”, le decían.
LA HERMANA QUE CREYÓ EN JUAN GABRIEL

Su gran oportunidad llegó con “Una Lágrima”, una balada llena de sentimiento que la convirtió en un nombre familiar en plena era del rock and roll mexicano.
Para los años 70, ya era una de las voces más queridas de México, pero el éxito no era lo que anhelaba.
Fue entonces cuando conoció a un joven compositor llamado Alberto Aguilera, el futuro Juan Gabriel.
“El futuro Juan Gabriel llegó a mi casa y me dijo, ‘Soy Alberto, compositor de Ciudad Juárez. Quiero que grabes mis canciones'”.
Su amistad marcó el inicio de una nueva era musical.
El biógrafo de Juan Gabriel lo confirmaría: después de Enriqueta “La Prieta Linda” Jiménez, Estela Núñez fue la primera en creer en él.
Su colaboración dio origen a uno de los discos más admirados de su carrera, un álbum que demostró su versatilidad al aventurarse en el género ranchero.
“Él venía a mi casa”, recordó Estela.
“Tomábamos juntos el camión al auditorio y después de los ensayos lo acompañaba a visitar a su mamá en Tlatelolco. Éramos inseparables, dos buenos amigos corriendo por Reforma como niños”.
Pero así como su amistad floreció, también se desvaneció.
La misma cercanía que impulsó su éxito se convirtió en silencio.
Estela nunca volvió a grabar una canción de Juan Gabriel.
La ruptura se atribuye al carácter voluble e impredecible del cantante o a que Estela se negó a acompañarlo en su histórico concierto del Rose Bowl, temiendo violar su contrato de exclusividad con Televisa.
LAS TRAGEDIAS PERSONALES Y EL SACRIFICIO SUPREMO

Por esa época, la vida de Estela fue golpeada por sus capítulos más oscuros, tragedias que cambiaron su camino.
Mientras esperaba a su segundo hijo, sufrió una caída en el baño que la obligó a dar a luz prematuramente.
El bebé nació demasiado pronto con lesiones que afectaron sus piernas.
“No podía moverse con normalidad, no tenía sensibilidad en las piernas”, contó Estela.
Su esposo, incapaz de enfrentar la situación, se marchó poco después: “Vio lo que había pasado y se fue”, admitió ella.
Desde ese momento, Estela dedicó su vida por completo a sus hijos, especialmente a su pequeño, que requería cuidados constantes.
“Fue una verdadera madre”, dijo un pariente.
Con fe y perseverancia, el niño finalmente aprendió a caminar con muletas, un milagro que ella celebró.
Pero el dolor no terminó ahí.
Después de que su padre muriera repentinamente de un infarto, el impacto emocional desató una crisis de salud devastadora en su propio cuerpo.
Estela perdió la vista a causa de una neuritis óptica, una rara enfermedad que inflama el nervio óptico.
“No tuve ningún síntoma”, recordó.
“Simplemente dejé de ver”.
A pesar de las fuertes dosis de cortisona que le causaron efectos secundarios severos y la hicieron subir de peso, ella se mantuvo positiva.
Después de cinco meses en la oscuridad, su visión comenzó a regresar poco a poco: “Me pasó y ya está”, dijo con serenidad.
“Aprendí a agradecer lo que todavía tenía”.
El amor volvió a traerle problemas con el productor Sergio Blanchet, un matrimonio que se volvió tóxico y terminó tan rápido como comenzó, dejando a Estela sola una vez más.
Pero había un amor que nunca había dejado su corazón: Luis, su novio de la infancia.
Crecieron juntos, inseparables, pero las dos madres se opusieron y sus familias los obligaron a separarse.
Años más tarde, Luis murió trágicamente en un accidente automovilístico junto a su esposa.
“Fue el amor de su vida”, dijo su prima con tristeza.
El camino de Estela, lleno de desamor, enfermedad y pérdidas, la llevó a una conclusión: Eligió ser madre antes que leyenda.
EL RETIRO CON DIGNIDAD
Tras años de fama y giras constantes, Estela Núñez se encontró sola, criando a sus hijos, luchando contra el cansancio y cargando el peso de una fama que nunca había buscado.
Para finales de los 70, su voz ya no se escuchaba en la radio, y sin nuevos éxitos, fue desapareciendo poco a poco de las listas.
En México le ponen edad al talento, dijo alguna vez.
“Cuando cumples 60, la gente actúa como si ya hubieras caducado”.
A pesar de esto, su vigencia quedó demostrada en 2006, cuando regresó a su natal León para recibir un galardón, y más de 90,000 personas llenaron las calles para aplaudir su desfile, demostrando que nunca la habían olvidado.
Pero el tiempo de la despedida final llegó.
En 2018, después de 51 años sobre los escenarios, Estela Núñez decidió que era momento de retirarse de la música.
La voz legendaria de Una Lágrima y Lágrimas y Lluvias anunció su retiro con un concierto final en el Teatro Metropolitan de la Ciudad de México el 24 de noviembre.
“Estoy cerrando mi capítulo como cantante”, dijo.
“Es momento de irme con dignidad mientras sigo sana y feliz y dejar que las nuevas generaciones continúen”.
En una entrevista, Estela explicó la verdad de su anhelo: “Quiero paz, descansar, disfrutar de mis hijos y nietos”, comentó.
“Los viajes y la presión ya quedaron atrás”.
Su último sueño artístico es grabar un álbum sinfónico final, retomando sus clásicos, para dejar “algo atemporal para las nuevas generaciones”.
Estela Núñez se despidió no con tristeza, sino con gratitud, dejando un legado como una de las más grandes artistas que México ha tenido, una que nunca quiso la fama, pero que la conquistó con una voz pura que trascendió la tragedia.