😢🏚️ “Del glamour al olvido: así es la vida solitaria y desgarradora de Maribel Fernández a sus más de 70 años” 🎭🕰️

La última vez que se le vio en televisión nacional, Maribel Fernández parecía una sombra amable de lo que fue.

Con una sonrisa nostálgica y unos ojos llenos de historias que ya no contaba, habló con voz suave de “los viejos tiempos”, mientras el público —mucho más joven— la miraba con esa mezcla incómoda de respeto y lástima.

No era la misma Pelangocha que desafiaba con doble sentido al galán de turno.

Era una mujer que había vivido demasiado, visto más de lo que debía y que, sin decirlo directamente, parecía cansada… pero no por la edad.

Maribel Fernández, que una vez fue la reina de la comedia pícara y parte fundamental del boom del cine de ficheras en México, ha pasado sus últimos años lejos del ruido, lejos del público… y casi siempre, lejos de compañía.

Aunque sigue siendo recordada con cariño, su presente dista mucho de la alegría que regaló a millones durante décadas.

Vive en una modesta casa en la Ciudad de México, rodeada de retratos viejos, premios polvorientos y un teléfono que, según allegados, suena muy poco.

No tiene hijos.

Nunca se casó.

Y aunque alguna vez dijo en entrevistas que “el amor le pasó de lado porque prefería su libertad”, en los últimos tiempos esas palabras duelen más que liberan.

En una conversación reciente con un medio digital, confesó con voz temblorosa: “Estoy bien… pero sí me siento sola a veces.

Ya no queda casi nadie de mi época.

Todos se fueron.

” La frase fue corta, pero resonó como un eco trágico en los oídos de sus admiradores.

Quienes la conocen aseguran que su situación económica es delicada.

A diferencia de otros actores que supieron invertir o reinventarse en otras industrias, Maribel no logró consolidar una red de apoyo financiera duradera.

Las regalías de sus viejas películas no son suficientes, y aunque recibe ayuda esporádica del sindicato de actores y algunos amigos fieles, los lujos quedaron muy atrás.

Su alimentación es sencilla.

Su movilidad limitada.

Y sus apariciones públicas, casi inexistentes.

Uno de los aspectos más dolorosos es cómo el tiempo fue apagando su voz en los medios.

Muchos productores actuales, simplemente, ya no saben quién fue Maribel Fernández, o peor aún: no les importa.

En una industria obsesionada con lo joven y lo viral, figuras como ella son tratadas como muebles viejos en una casa nueva.

Hace años, intentó regresar a la televisión con papeles secundarios, pero fue ignorada por casting tras casting.

“Me decían que mi estilo ya no encajaba con el público de hoy.

Como si ya no tuviera nada que ofrecer”, relató una vez con ojos húmedos.

Sin embargo, lo que más pesa en su presente no es la falta de dinero o de trabajo, sino la ausencia humana.

Los amigos se han ido, los compañeros de escena ya no están.

Ni Alfonso Zayas, ni Rafael Inclán, ni Carmen Salinas.

Uno por uno, su círculo se ha ido desvaneciendo, dejándola con los recuerdos como única compañía fiel.

En su sala cuelgan fotos con leyendas del entretenimiento mexicano, y ella suele sentarse por las tardes a ver sus propias películas en un televisor viejo.

“Me gusta verme joven.

Me hace olvidar un poco lo que ya no soy”, confesó una vez.

En redes sociales, sus fans —los que aún la recuerdan— han comenzado a pedir un homenaje en vida.

Quieren que la televisión le rinda tributo antes de que sea tarde.

Porque lo que más duele no es que se haya apagado su fama, sino que nadie parezca notarlo.

Maribel Fernández fue una pionera en su género, rompió estereotipos, fue irreverente en una época en la que ser mujer y cómica era casi un acto de guerra.

Y hoy, con más de 70 años, su risa resuena en el pasado, pero no encuentra eco en el presente.

Su historia no es única.

Pero sí es emblemática.

Es la historia de lo que sucede cuando el foco se apaga, cuando el maquillaje ya no cubre las grietas del alma, cuando el mundo olvida que detrás de cada estrella había una persona real, con necesidades reales, con dolores que ningún premio puede calmar.

Maribel Fernández aún vive.

Pero vive en pausa.

Entre sombras suaves, entre memorias que pesan más que el tiempo.

Tal vez todavía hay tiempo para cambiar eso.

Tal vez aún podamos recordarle que su legado no ha muerto.

Pero mientras tanto, en una casa silenciosa del DF, una mujer que hizo reír a todo un país pasa sus días esperando… sin saber si alguien más la recuerda.