
Fito Girón nació el 2 de agosto de 1946 en Cuernavaca, dentro de una familia que parecía destinada al brillo eterno.
Su linaje era legendario.
Su abuela, Celia Treviño Carranza, fue la primera violinista mujer de América Latina, una pionera que conquistó escenarios internacionales.
Su madre, Cristina Trevi, fue una soprano de nivel mundial que cantó junto a gigantes como María Callas y Giuseppe Di Stefano.
Su padre, Adolfo Girón, fue actor, músico y director de orquesta, protagonista de Sobre las olas, la primera película sonora en español, y figura habitual del Waldorf Astoria en Nueva York.
Pero ese mundo de glamour se derrumbó cuando Fito tenía solo nueve años.
Su madre murió de manera repentina y brutalmente pública.
Mientras veía caricaturas, la transmisión fue interrumpida por un anuncio de última hora que informaba la muerte de la soprano Cristina Trevi.
Así se enteró.
Sin preparación, sin contención emocional, sin un abrazo que amortiguara el golpe.
Ese instante lo marcó para siempre.
Años después confesó que lloró hasta quedarse dormido durante años y que esa herida jamás sanó del todo.
Tras la muerte de su madre, su padre —ya emocionalmente distante y con fama de mujeriego— se volvió a casar rápidamente.
Fito quedó a la deriva, criado entre madrastras y ausencias.
Adolfo Girón se casó nueve veces.
La casa se volvió fría, silenciosa, y el niño encontró refugio en una sola cosa: el escenario.
La música no fue un sueño, fue un salvavidas.
Desde muy joven, Fito comenzó a presentarse en público.
A los 11 años bailó rock en el Teatro Morelos.
En la adolescencia ya formaba bandas, tocaba estándares de rock estadounidense y ganaba concursos evaluados por figuras como César Costa y Enrique Guzmán.
El aplauso se convirtió en su única forma de validación.
Sin darse cuenta, empezó a depender emocionalmente de él.
En los años 70, Fito Girón explotó.
Se integró a grupos como Los Hooligans y grabó éxitos como Juanita Banana.
Acapulco se convirtió en su reino.

Hoteles de lujo, clubes nocturnos, escenarios de neón.
Abrió conciertos para Ray Charles, Tom Jones, Engelbert Humperdinck y Gloria Gaynor.
Televisa lo abrazó como una estrella total.
Programas como Siempre en Domingo, La carabina de Ambrosio y Fantástico animal lo consolidaron como un showman único, apodado “el Tom Jones mexicano”.
Pero la fama trajo excesos.
Fito nunca ocultó su debilidad por las mujeres.
Actrices, modelos, conductoras, reinas de belleza.
Él mismo admitía no creer en la monogamia.
Su romance más famoso comenzó en Chicago y terminó en una boda lujosa en 1979 con Stephanie, una modelo estadounidense.
Tom Jones y Alice Cooper fueron testigos.
Paul Anka les regaló la luna de miel en Las Vegas.
Todo parecía perfecto.
No lo era.
Fito siguió de gira, ella se quedó en Miami.
Aun así, el matrimonio sobrevivió durante décadas, no por romanticismo, sino por una honestidad cruda.
Tuvieron tres hijos.
Y entonces llegó el golpe que lo destruyó para siempre.
Su hijo Ricardo Adolfo Girón colapsó repentinamente en un evento privado en el Fontainebleau de Miami.
Una arritmia cardíaca súbita, una caída, daño cerebral irreversible.
Pasó semanas en coma.
Fito estuvo ahí todos los días, hablándole, poniéndole música, suplicando una señal.
Nunca despertó.
Murió a los 31 años.
Desde entonces, Fito nunca volvió a ser el mismo.
Su voz se quiebra al recordarlo.
Sufre ataques de pánico al ver fotos familiares.
Perdió la alegría, la concentración, incluso parte de la memoria.
Stephanie también colapsó física y emocionalmente.
La casa se llenó de silencio.
A esto se sumaron los desastres externos.
![Fito Giron – Fito Girón – Vinyl (LP, Album), 1979 [r28227031] | Discogs](https://i.discogs.com/sNmcGZiQGdbbIzdwiULbA3_Rt4J-7-u3CV1cMm0cavw/rs:fit/g:sm/q:40/h:300/w:300/czM6Ly9kaXNjb2dz/LWRhdGFiYXNlLWlt/YWdlcy9SLTI4MjI3/MDMxLTE2OTQzODAy/MzgtNjMyNC5qcGVn.jpeg)
El huracán Andrew destruyó su casa en Miami.
Perdió propiedades, estudios, ingresos.
Luego vino la controversia: sus declaraciones sobre Luisito Rey y la desaparición de Marcela Basteri.
Fito confirmó conversaciones explosivas.
El precio fue alto.
La industria le dio la espalda.
Sin contratos y sin red, Fito aceptó una vida que jamás imaginó: artista de cruceros durante 23 años.
Cantó en tres idiomas, visitó 59 países, fue impecable en escena.
Pero cada noche terminaba solo, en un camarote, lejos del mundo que alguna vez lo adoró.
Hoy, con más de 80 años, vive entre Miami, Cuernavaca y centros médicos.
Su columna está severamente dañada.
Camina con dolor.
Ha pasado por la Casa del Actor y en entrevistas recientes parece confundido, desorientado.
Cuando le preguntan cómo lo trató la industria, responde sin rodeos: “Olvidado.
No pagado.
Solo”.
Aun así, dentro de él queda una chispa.
“Dame una cámara y la enciendo”, dice.
Pero el reflector ya no vuelve.
Su historia queda como advertencia brutal: la fama no protege del dolor, el aplauso no sustituye el amor y el olvido llega incluso para quienes parecían eternos.