El concepto del diezmo ha sido un tema de discusión y controversia dentro de la comunidad cristiana.
Muchas personas asisten a iglesias donde se les dice que si no diezman, están malditos.
Pero, ¿es realmente esto lo que Dios espera de nosotros? Este artículo explora el origen del diezmo en la Biblia, su significado, y cómo debe ser nuestra actitud hacia la generosidad.
Desde tiempos antiguos, los hombres han buscado honrar a Dios con sus bienes.
En la Biblia, el primer ejemplo de diezmo se encuentra en el encuentro de Abraham con Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo.
Abraham le dio el diezmo de todo lo que había ganado en la batalla (Génesis 14:20).
Este acto no fue un mandato divino, sino una expresión de gratitud y reconocimiento.
Con el tiempo, la ley mosaica estableció el diezmo como una ordenanza específica para el pueblo de Israel.
Levítico 27:30 declara que el diezmo de la tierra es de Jehová.
Sin embargo, es crucial notar que este diezmo no era dinero, sino productos del campo, destinados a sostener a los levitas, quienes no tenían herencia en la tierra.
A lo largo de la historia, el concepto del diezmo ha sido distorsionado.
Muchos líderes religiosos han impuesto el diezmo como una carga sobre las personas, transformando lo que comenzó como una expresión de adoración en una obligación pesada.
Esto ha llevado a que muchos creyentes sientan culpa y presión por no cumplir con este requisito.
La pregunta que surge es si el diezmo sigue siendo un mandato para los cristianos hoy.
En el Nuevo Testamento, Jesús menciona el diezmo en Mateo 23:23, pero no como una orden para sus seguidores, sino como una crítica a la hipocresía de los fariseos, quienes cumplían con la ley externa pero tenían corazones alejados de Dios.
Después de la resurrección de Cristo, la iglesia primitiva no se basó en el sistema del Antiguo Testamento.
En lugar de exigir diezmos, los apóstoles promovían una forma de dar libre y generosa.
Pablo, en 2 Corintios 9:7, enfatiza que cada uno debe dar según lo que haya decidido en su corazón, no de mala gana ni por obligación, porque Dios ama al dador alegre.
Hoy en día, muchos predicadores utilizan Malaquías 3:10 para convencer a la gente de que si no diezman, están robando a Dios.
Sin embargo, este pasaje se dirigía a Israel bajo la ley, y Cristo vino a establecer un nuevo pacto basado en la gracia, no en la imposición de leyes antiguas.
Esto plantea la pregunta: ¿por qué algunas iglesias insisten en que el diezmo sigue siendo obligatorio?
El verdadero problema radica en cómo se ha utilizado el diezmo.
Se ha predicado que el diezmo es la clave para recibir bendiciones financieras, creando una mentalidad de transacción con Dios.
Sin embargo, la Biblia no enseña que la bendición de Dios dependa de un pago obligatorio.
Jesús habló de la verdadera bendición en términos de humildad, misericordia, y pureza de corazón (Mateo 5).
En el Antiguo Testamento, el diezmo tenía un propósito claro: proveer para los levitas y ayudar a los necesitados.
Deuteronomio 14:28-29 establece que el diezmo debía usarse para ayudar a huérfanos, viudas y extranjeros.
Sin embargo, en muchas iglesias hoy, el diezmo se ha convertido en una herramienta de control, donde se utiliza el miedo para obligar a las personas a dar.
Dios no bendice a alguien porque diezma; Él bendice a aquellos que son fieles y generosos con un corazón sincero.
Pablo lo deja claro en 2 Corintios 9:6-7: “El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará.”
La verdadera generosidad, según la Biblia, no es una transacción, sino un acto de amor.
Dios no está interesado en porcentajes, sino en corazones generosos.
La generosidad debe ser una expresión de gratitud y mayordomía, no un deber impuesto.
En Hechos 2:44-45, los primeros cristianos compartían todo en común y daban según la necesidad de cada uno.
Nadie les exigía dar; lo hacían porque amaban a Dios y a su prójimo.
Este es el modelo bíblico de la generosidad.
Hoy, la pregunta que debemos hacernos es: ¿cómo debemos dar? La respuesta no se encuentra en un porcentaje fijo, sino en una decisión personal basada en una relación sincera con Dios.
No debemos sentirnos presionados a dar, sino motivados por el amor de Dios y el deseo de ayudar a otros.
El diezmo como obligación no es el modelo que Cristo enseñó.
En lugar de ver el dar como una carga, debemos verlo como una oportunidad para glorificar a Dios y bendecir a aquellos que Él ama.
La verdadera prosperidad no es material, sino espiritual, y la bendición de Dios está ligada a la sinceridad con la que vivimos nuestra fe.
En conclusión, el verdadero propósito del dar no es enriquecerse, sino glorificar a Dios y edificar su iglesia.
Al dar con un corazón limpio, sincero y generoso, descubrimos que la verdadera bendición no es material, sino espiritual.
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