Durante casi dos décadas, José Manuel Mijares Sogaza creyó conocer cada detalle de su historia familiar, como quien domina la melodía de una canción favorita.
Sin embargo, un pequeño objeto en una vieja fotografía y una promesa velada por años desataron una revelación que cambiaría para siempre su percepción sobre sus raíces y su identidad.
Este secreto familiar, guardado durante 19 años, no solo impactó a José Manuel sino que también abrió las puertas a un legado musical desconocido que ahora él está destinado a continuar.
Todo comenzó en la casa familiar de Polanco, Ciudad de México, cuando José Manuel revisaba álbumes de fotos antiguas.
En una imagen de su infancia, una pequeña medalla colgando de su cuello llamó su atención.
Este objeto, presente en varias fotografías pero nunca mencionado ni explicado, parecía ocultar un significado profundo.
La inquietud creció después de una cena familiar en la que su abuela Socorro León mencionó una “promesa” que dejó un silencio incómodo entre Lucero y ella.
José Manuel, productor musical con una carrera distinta a la de su madre Lucero, sintió que ese medallón y aquella promesa estaban conectados.
Su búsqueda de respuestas lo llevó a descubrir una historia familiar oculta que involucraba a un hombre que nunca había conocido: Jaime Ogaza, su verdadero abuelo biológico.
Hasta entonces, José Manuel había creído que don Antonio Ogaza, conocido cariñosamente como don Toño, era su abuelo materno.
Sin embargo, Lucero reveló que don Toño había adoptado a ella y a su familia, pero que su padre biológico era Jaime Ogaza, un músico y compositor brillante que vivió gran parte de su vida en las sombras.
Jaime se había separado de la familia cuando Lucero era niña y se fue a Europa persiguiendo un sueño musical que nunca llegó a consolidarse.
A pesar de la distancia, Jaime mantuvo contacto a través de cartas, partituras y grabaciones caseras, y fue él quien encendió en Lucero el amor por la música.
El medallón que José Manuel había encontrado era un talismán ancestral que pasaba de generación en generación en la familia, símbolo de la misión de mantener viva la música en su linaje.
Lucero confesó que Jaime le pidió que le contara la verdad a José Manuel cuando cumpliera 25 años, pero el miedo y las circunstancias retrasaron la revelación.
Jaime regresó a México enfermo de cáncer terminal y quiso pasar tiempo con su nieto, entregándole el medallón como símbolo de su legado.
Sin embargo, José Manuel apenas tenía recuerdos de esos encuentros.
La abuela Socorro fue la guardiana de las partituras y el recuerdo de Jaime, prometiendo proteger su legado hasta que José Manuel estuviera listo para conocer la verdad.
Esa noche, José Manuel abrió un baúl que contenía partituras inéditas, diarios, grabaciones y el método de composición basado en la sinestesia que Jaime había desarrollado, un sistema único para ver la música como colores, formas y texturas.
Jaime no solo fue un compositor talentoso, sino que poseía sinestesia, una capacidad sensorial que le permitía experimentar la música de manera multisensorial.
José Manuel descubrió que él también heredó esta sensibilidad única, capaz de “ver” la música como paisajes de luz y color, una conexión profunda que explicaba su pasión por la producción musical.
El legado incluía una sinfonía titulada “Sinfonía del medallón” escrita para José Manuel, que narraba su vida a través de la música.
Jaime había compuesto bajo pseudónimos para protegerse de traiciones en la industria musical, donde sufrió el robo de sus obras y la falta de reconocimiento.
Este secreto familiar reveló no solo una historia de talento y pasión, sino también de injusticia y sacrificio.
Con la llave del baúl y el medallón en mano, José Manuel asumió la responsabilidad de preservar y difundir la obra inédita de su abuelo.
Lucero y su abuela Socorro lo apoyaron en este propósito, conscientes de que no solo se trataba de música, sino de una filosofía y una forma de entender el arte.
José Manuel comenzó a trabajar en un proyecto que combinaba el método sinestésico de Jaime con su propio estilo, creando una experiencia musical que no solo se escucha, sino que se ve y se siente.
Preparó una pieza especial llamada “El color de tu voz”, que interpretó junto a Lucero en un evento íntimo donde se presentó el legado familiar a músicos, neurocientíficos y expertos en sinestesia.
La presentación fue una experiencia única, donde la música de Jaime y las nuevas composiciones de José Manuel se fusionaron con proyecciones visuales que traducían las notas en colores y formas.
Los asistentes, incluidos Lucero y Socorro, vivieron una inmersión sensorial que trascendió lo convencional.
Este momento selló la unión de tres generaciones y la continuidad de un legado artístico que había permanecido oculto durante años.
José Manuel entendió que su vida y su arte estaban irrevocablemente ligados a este secreto familiar, y que su misión era llevar la música de Jaime al mundo con respeto y creatividad.
El legado de Jaime también incluía un diario con contactos de otros músicos sinestésicos, formando una red secreta de artistas con dones similares.
José Manuel planea buscar a estos músicos para crear un espacio de encuentro, aprendizaje y desarrollo de esta forma única de percibir y crear música.
Este proyecto no solo honra a su abuelo, sino que abre la puerta a una comunidad artística que podría transformar la manera en que el mundo entiende la música y la experiencia sensorial.
La historia de José Manuel y Lucero es un recordatorio poderoso de cómo los secretos familiares pueden esconder tesoros inesperados.
Más allá de la fama y el éxito, hay historias de amor, sacrificio y legado que merecen ser contadas y preservadas.
El medallón que José Manuel lleva ahora es más que un objeto; es un símbolo vivo de identidad, conexión y propósito.
Su viaje apenas comienza, pero ya ha demostrado que la música puede ser un puente entre generaciones, sentidos y tiempos.
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