Fue uno de los máximos ídolos del cine y la música mexicana, un símbolo de autoridad, gallardía y voz impecable que marcó a generaciones enteras.
Jorge Negrete no solo fue el charro cantor por excelencia, sino también una figura cultural que encarnó el espíritu de una época.
Sin embargo, detrás del brillo de los reflectores y de una carrera construida con disciplina casi militar, se ocultaba una historia de desgaste físico, decisiones tardías y un desenlace tan silencioso como trágico, acelerado por una simple inyección que terminó por sellar su destino.
Desde su infancia, Jorge Negrete creció en un entorno donde se inculcaban valores como la obediencia, la jerarquía y el honor.
Todo apuntaba a que su futuro estaría ligado a la vida castrense.
De hecho, ingresó al Heroico Colegio Militar, donde se formó académicamente y obtuvo el grado de teniente de caballería y administración.
Su educación fue excepcional para su época, pues incluyó estudios en medicina y el aprendizaje de varios idiomas como inglés, alemán e italiano, además de nociones de náhuatl.
Antes de convertirse en figura del espectáculo, Negrete era un hombre culto, disciplinado y con una sólida formación intelectual.
A finales de la década de 1930 comenzó a sentir una atracción cada vez más fuerte por la música.
En 1937 viajó a Nueva York con la esperanza de abrirse camino como cantante.
El inicio fue complejo y poco glamuroso: trabajó como mesero para subsistir mientras buscaba oportunidades artísticas.
Aunque ese intento no prosperó como esperaba, la experiencia le sirvió para reafirmar su vocación.
Al regresar a México, el cine se convirtió en el escenario ideal para su ascenso.
En 1938 filmó “La Valentina”, una de sus primeras películas, donde conoció a la actriz y bailarina Elisa Christy.
La relación avanzó rápidamente y el 8 de enero de 1940 contrajeron matrimonio en Miami.
Este enlace marcó su ingreso definitivo al mundo cinematográfico, justo cuando la industria comenzaba a verlo como un protagonista natural: masculino, elegante y con una voz que parecía nacida para cantar rancheras.
El punto de inflexión en su carrera llegó en 1941 con “¡Ay, Jalisco… no te rajes!”.
Durante ese rodaje conoció a Gloria Marín, con quien inició una relación sentimental aun estando casado.
El romance se hizo público y estuvo cargado de intensidad y conflicto.
En 1942 nació su única hija biológica, Diana Negrete Crochet.
Poco después, su matrimonio con Elisa Christy terminó y Negrete comenzó una vida en unión libre con Marín.
Entre 1943 y 1945, Jorge Negrete y Gloria Marín protagonizaron once películas juntos, consolidándose como una de las parejas más famosas del cine mexicano.
Sin embargo, la relación estaba lejos de ser estable.
Gloria deseaba tener un hijo, pero los médicos le advirtieron que un embarazo representaría un grave riesgo para su vida.
La pareja decidió adoptar a una niña, Gloria Virginia Guadalupe, aunque Negrete nunca le otorgó su apellido, un detalle que reflejaba las fisuras emocionales y legales del vínculo.
A finales de los años cuarenta, Negrete ya era la máxima figura masculina del cine nacional, un verdadero símbolo cultural de México.
Su vida sentimental, sin embargo, seguía marcada por rupturas y regresos.
Tras una breve relación con Elsa Aguirre, volvió temporalmente con Gloria Marín, aunque la relación estaba destinada a terminar.
En 1952, durante el rodaje de “Ni pobres ni ricos”, Negrete rompió definitivamente con ella frente al equipo de filmación, pronunciando una frase que quedó grabada: “Hasta aquí llegué”.
Ese mismo año protagonizó uno de los eventos sociales más mediáticos del país: su boda con María Félix, celebrada el 18 de octubre de 1952 en la finca Catipuato.
La prensa la bautizó como “la boda del siglo”. Hubo mole, carnitas, pulque y un ambiente de lujo que ocultaba una realidad financiera frágil.
Para regalarle a María Félix un collar de esmeraldas valuado en 300 mil pesos, Negrete hipotecó bienes y firmó letras de cambio que más tarde comprometerían seriamente su patrimonio.
Mientras su vida pública seguía brillando, su salud comenzaba a deteriorarse.
En 1953 presentó dolores abdominales persistentes, fatiga y malestar general, síntomas que atribuyó al agotamiento laboral.
Fiel a su formación militar y a su carácter orgulloso, decidió ignorarlos.
Cuando finalmente acudió al médico, recibió una inyección para tratar un cuadro respiratorio con fiebre y tos.
En aquella época, las jeringas reutilizadas eran prácticas comunes, lo que habría facilitado el contagio de hepatitis viral.
Esa inyección, aparentemente rutinaria, aceleró de manera fulminante un daño hepático que ya se estaba gestando de forma silenciosa.
Su estado se agravó rápidamente: inflamación abdominal, ictericia, vómitos con sangre y debilidad extrema.
En noviembre de 1953 viajó a Los Ángeles buscando atención médica especializada.
Allí, tras asistir a una pelea de box, sufrió una ruptura de várices esofágicas y fue trasladado de emergencia al hospital Cedars of Lebanon.
Pese a los esfuerzos médicos, su hígado dejó de funcionar.
Entró en coma hepático, recibió los últimos sacramentos y falleció el 5 de diciembre de 1953, a los 42 años.
La causa oficial fue hemorragia digestiva secundaria a cirrosis hepática y hepatitis viral.
La inyección previa fue señalada como el detonante que precipitó el final.
Cuando su cuerpo regresó a México, se descubrió que su herencia estaba prácticamente consumida por deudas.
El famoso collar de esmeraldas fue el único bien relevante.
María Félix se negó a devolverlo, aunque posteriormente pagó parte de los compromisos económicos.
Así terminó la historia de Jorge Negrete: un ícono de México cuya voz permanece eterna, pero cuya vida terminó marcada por el silencio, la enfermedad ignorada y un destino sellado demasiado pronto.
