Sergio Corona es una figura emblemática del entretenimiento mexicano, cuya carrera abarca más de siete décadas.
A punto de cumplir casi 100 años, su nombre evoca recuerdos de teatro, cine, televisión y comedia que han marcado a varias generaciones.
Sin embargo, detrás de la fama y el aplauso, se esconde una vida personal llena de desafíos, momentos dolorosos y secretos que han moldeado la forma en que vive hoy.
Esta es la historia de un hombre que, a pesar de las adversidades, ha dejado un legado imborrable, pero cuya realidad actual refleja también tristeza y soledad.
Nacido en 1928 en Pachuca, México, Sergio Corona creció en una familia que, en apariencia, tenía estabilidad y recursos suficientes.
Su padre, Miguel Corona, era juez de distrito, un cargo respetado que aseguraba cierta seguridad económica.
Sin embargo, el confort material no protegió a Sergio de las heridas emocionales y físicas que marcaron sus primeros años.
De niño, Sergio sufrió fiebre de Malta, una enfermedad que debilitó su salud, retrasó su educación y lo aisló socialmente.
Mientras sus compañeros avanzaban en sus estudios, él luchaba por mantenerse al día, enfrentando una infancia marcada por la fragilidad y la frustración.
Uno de los episodios más dolorosos ocurrió cuando, tocando el saxofón en una banda familiar, una nota desafinada provocó la ira del director, quien lo golpeó públicamente con la batuta.
Esta humillación quebró la confianza de Sergio en esa forma de expresión artística, llevándolo a buscar otro camino para demostrar su valía.
Decidido a no dejar que aquella experiencia lo definiera, Sergio se volcó hacia la danza, especialmente el TAP, disciplina que requería precisión y ritmo.
Desde joven, combinó largas jornadas de trabajo vendiendo zapatos con clases de ballet que tomaba en sus escasos momentos libres.
La decisión de abandonar la escuela formal para dedicarse a la danza fue recibida con rechazo por parte de su familia, especialmente su padre, quien lo envió a trabajar en un rancho para aleccionarlo con el valor del trabajo tradicional.
Sin embargo, esta experiencia solo fortaleció la determinación de Sergio de seguir su vocación artística.
A los 17 años, se mudó a la Ciudad de México, donde trabajó en oficios agotadores durante el día y asistía a clases de danza por la noche.
Gracias a la presentación de su hermana, ingresó a la Academia de Bellas Artes, donde perfeccionó su técnica y llegó a ser bailarín principal, un logro notable para alguien sin formación formal inicial.
Durante las décadas de 1950 y 1960, Sergio Corona consolidó su carrera en teatro, cine y televisión.
Participó en más de 30 películas, trabajando con leyendas como Pedro Infante y Fernando Soler.
Su capacidad para combinar danza, música y actuación lo convirtió en un talento singular.
Se destacó especialmente en la comedia, género que defendió con pasión y respeto.
Insistía en que la comedia debía ser inteligente y limpia, rechazando la vulgaridad que comenzaba a imponerse en el medio.
Su dominio del albur mexicano, el arte del doble sentido, le ganó admiración tanto de colegas como de público.
Su papel más icónico en televisión fue en la comedia “Hogar dulce hogar” (1974-1982), que lo convirtió en un nombre familiar.
También fue la imagen de don Julio Regalado en las promociones de Comercial Mexicana, consolidando su presencia en la cultura popular.
Más adelante, entre 2011 y 2024, interpretó a don Tomás en “Cómo dice el dicho”, serie que utiliza refranes para explorar dilemas morales y sociales, mostrando su compromiso con proyectos que edifican y educan a través del humor.
La vida amorosa de Sergio Corona ha sido tan intensa y compleja como sus papeles en la pantalla.
Antes de encontrar la felicidad junto a su esposa Ingrid Doppler Brandis, vivió un compromiso roto marcado por amenazas y conflictos familiares que terminaron con la cancelación de su boda y un escándalo público.
Con Ingrid, bailarina austríaca del renombrado Ballet de Montecarlo, formó una unión que duró más de seis décadas, basada en la comunicación, el respeto mutuo y la resolución conjunta de problemas.
Tuvieron tres hijos y compartieron una vida llena de alegrías y retos bajo el escrutinio público.
Sin embargo, un capítulo oculto salió a la luz en sus últimos años: la existencia de una hija, Elizabeth, nacida de una relación fugaz en su juventud, de la cual Sergio no supo hasta meses después de su nacimiento.
Esta revelación, hecha con serenidad y aceptación, mostró la humanidad detrás del ícono, y cómo la vida puede presentar sorpresas inesperadas.
A sus casi 100 años, Sergio Corona vive una realidad marcada por la tranquilidad, pero también por la tristeza y la soledad que a menudo acompañan la vejez.
Ha dejado atrás los escenarios, pero su legado artístico permanece vivo en la memoria de quienes disfrutaron su talento y su humor.
En entrevistas recientes, ha reflexionado sobre su camino, sus triunfos y las luchas invisibles que enfrentó, mostrando una sabiduría profunda y una mirada honesta sobre la vida.
A pesar de las dificultades, su espíritu sigue siendo un ejemplo de resiliencia y dedicación.
Sergio Corona no solo dejó una huella en el entretenimiento mexicano, sino que también defendió valores como el respeto, la inteligencia y la dignidad en la comedia.
Su carrera multifacética y su vida personal compleja reflejan la riqueza y los desafíos de una existencia dedicada al arte.
Hoy, mientras la sociedad reconoce su contribución, es importante honrarlo y valorar a las leyendas vivas que aún nos acompañan, aprendiendo de sus historias y reconociendo la humanidad detrás del personaje público.
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