La triste historia de Los Polivoces, una mujer que terminó una amistad
Durante décadas, Los Polivoces fueron sinónimo de risa, talento y una química inigualable que marcó un antes y un después en la comedia mexicana.
Eduardo Manzano y Enrique Cuenca se conocieron a mediados del siglo XX, cuando ambos comenzaban a destacar en el mundo del entretenimiento.
Desde sus primeros sketches juntos, quedó claro que tenían algo especial: una sincronía única, una chispa cómica que no se ensaya, que simplemente nace entre dos personas con la misma visión y el mismo amor por hacer reír.
Su programa, “Los Polivoces”, fue un éxito rotundo durante los años 70.
Los personajes que creaban se volvieron parte del imaginario popular: gordos, flacos, campesinos, políticos, intelectuales, todos eran retratados con ironía y cariño.
El pueblo los adoraba.
No había hogar en México donde no se escuchara una carcajada al verlos en la televisión.
Eran, sin lugar a dudas, los reyes de la comedia blanca, esa que no necesitaba groserías ni doble sentido para arrancar risas sinceras.
Pero detrás del éxito, del maquillaje y los aplausos, se escondía una historia mucho más compleja.
Porque lo que muy pocos sabían es que la amistad entre Manzano y Cuenca terminó de manera dolorosa, silenciosa y definitiva.
Durante muchos años, fueron inseparables. No solo trabajaban juntos: compartían cenas, vacaciones, consejos. Se consideraban hermanos.
Pero el tiempo, los egos y, sobre todo, la aparición de una mujer en sus vidas, comenzaron a fracturar lo que parecía irrompible.
Según revelaciones de personas cercanas, fue una mujer quien se convirtió en el detonante de su distanciamiento.
Ella no era una figura pública ni una actriz reconocida, sino alguien del entorno profesional de los comediantes.
Su presencia, al principio discreta, fue creciendo hasta convertirse en una figura influyente dentro del círculo íntimo de ambos.
Se rumora que Enrique Cuenca inició una relación sentimental con ella, lo cual no habría sido problema si no fuera porque Eduardo Manzano también había mostrado interés por esa misma persona.
A partir de ahí, comenzaron los malentendidos, los celos profesionales, las discusiones fuera de cámara.
Lo que antes era una colaboración fluida se volvió tensa, medida, incómoda.
Uno de los episodios más tristes ocurrió durante una grabación especial, cuando, frente a todo el equipo de producción, Cuenca y Manzano protagonizaron una discusión que terminó con uno de ellos saliendo del estudio sin despedirse.
A partir de ese día, dejaron de hablarse. Nunca se dijeron adiós. No hubo un comunicado oficial ni una declaración a los medios.
Simplemente, Los Polivoces desaparecieron del aire. Cada uno siguió su camino por separado.
Eduardo Manzano continuó con apariciones esporádicas en televisión y cine, mientras que Enrique Cuenca optó por alejarse poco a poco del medio artístico.
Con el paso de los años, muchos fanáticos esperaban una reconciliación.
Algunos productores intentaron reunirlos para homenajes, entrevistas o incluso un último programa juntos.
Pero la respuesta fue siempre la misma: no. El silencio entre ambos se volvió definitivo.
Años más tarde, cuando Cuenca falleció, Eduardo Manzano declaró ante la prensa que lo recordaba con cariño, pero evitó profundizar en los motivos de su separación.
Fue una respuesta breve, cargada de nostalgia y tristeza.
Tal vez porque, en el fondo, él también lamentaba que una amistad tan grande hubiera terminado así, sin redención.
La historia de Los Polivoces no es solo la historia de una dupla cómica.
Es también el reflejo de cómo las relaciones humanas, por más sólidas que parezcan, pueden quebrarse por factores inesperados.
La fama, los sentimientos no resueltos y las decisiones personales son fuerzas que, mal gestionadas, destruyen incluso los vínculos más profundos.
Hoy, sus personajes siguen vivos en la memoria de millones.
Las nuevas generaciones los descubren a través de repeticiones y clips en internet.
Y aunque sus risas siguen presentes, quienes conocen la historia detrás del telón no pueden evitar sentir una punzada de melancolía.
Porque a veces, la comedia nace del dolor.
Y detrás de los mejores chistes, hay historias que jamás se contaron por completo. Esta es una de ellas. Y quizás, la más triste.