Demis Roussos fue mucho más que una voz inolvidable que cruzó fronteras y generaciones.

Detrás de sus caftanes coloridos, su vibrato único y sus escenarios colosales, existió un hombre marcado por un pasado doloroso, por la presión de la industria musical y por una vida llena de altibajos emocionales y físicos.
Esta es la historia real de Artemios Venturis Roussos, el niño refugiado que se convirtió en una leyenda mundial y que luchó toda su vida por encontrar paz y recuperar su identidad.
Demis Roussos nació el 15 de junio de 1946 en Alejandría, Egipto, en una familia griega profundamente musical y culta.
Su padre, George, era guitarrista clásico y su madre, Olga, actriz aficionada de teatro griego.
La casa de los Roussos estaba llena de música tradicional, poesía helénica y sonidos de la vibrante Alejandría, una ciudad cosmopolita donde coexistían ritmos árabes, jazz norteafricano y melodías egipcias.
Sin embargo, cuando Demis tenía solo 10 años, la crisis del canal de Suez en 1956 obligó a su familia a abandonar Egipto.
De una vida estable pasaron a ser refugiados, enfrentando miedo, incertidumbre y la ruptura violenta de sus raíces.
Este desarraigo sería la primera herida profunda que marcaría para siempre la vida de Demis.
Ya en Atenas, Demis tuvo que crecer rápido.
Durante el día asistía al colegio y por las noches tocaba la trompeta en clubes para ayudar a su familia.
En ese ambiente adulto, lleno de humo y alcohol, un accidente cambió su vida para siempre: durante un descanso de la banda, tomó el micrófono y cantó dos canciones que dejaron paralizado al público.
Había nacido un cantante.
En 1967 formó la banda “W5” y luego, junto a Vangelis Papathanassiou y otros músicos, creó “Aphrodite’s Child”, un proyecto ambicioso que buscaba conquistar Londres y luego el mundo.
Aunque inicialmente rechazados en el Reino Unido, encontraron éxito en París con el hit “Rain and Tears”.
El éxito trajo consigo la presión de la industria musical, que comenzó a moldear la imagen de Demis, diciéndole cómo vestir, cómo moverse y cómo ser.
Entre 1970 y 1972, grabaron el álbum conceptual “666”, una obra maestra del rock progresivo pero que generó tensiones internas y desgaste en Demis.
La banda se disolvió, pero Demis renació como solista, conquistando el mundo con canciones como “Forever and Ever”, que lo catapultó a la fama global.
Europa, Latinoamérica y Medio Oriente lo adoraban, pero detrás del icono había un hombre agotado, sensible, que cargaba con traumas de su infancia y el peso de una imagen impuesta.
Durante los años 70 y 80, Demis vivió giras interminables y una presión constante para mantener su personaje público: el cantante de túnicas exóticas y collares dorados.
Su cuerpo y alma comenzaron a resentirse.
En un momento llegó a pesar 147 kg, un reflejo no solo físico sino emocional del estrés, la ansiedad y la soledad.
En 1980, con una disciplina férrea, inició una dieta que le permitió perder 50 kg en 10 meses.
Aunque la prensa celebró su transformación, para Demis fue un grito de auxilio, un intento desesperado por recuperar el control de su vida y de su identidad, para dejar de ser una caricatura creada por la industria.
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El 14 de junio de 1985, Demis vivió uno de los episodios más traumáticos de su vida.
Mientras viajaba en un vuelo de Atenas a Roma, el avión fue secuestrado por terroristas.
Durante dos días, Demis estuvo en medio de una pesadilla de gritos, amenazas y violencia.
Luego fue retenido como rehén en Beirut por tres días.
Este secuestro quebró algo dentro de él.
Desarrolló síntomas de estrés postraumático: insomnio, ansiedad, pesadillas y una hipervigilancia constante.
Sin embargo, esta experiencia también le dio una claridad espiritual.
Comprendió que la vida podía desaparecer en un segundo y decidió volver a la música con una fuerza renovada y un propósito más profundo.
Tras su liberación, Demis grabó nuevas canciones y lanzó el álbum “The Story of Demis Roussos”.
Se embarcó en una gira mundial donde miles de fans lloraban al reencontrarse con su voz.
Participó en eventos humanitarios, cantó en la URSS en ciclos dedicados a la paz y se acercó a la espiritualidad, especialmente a la fe ortodoxa griega.
En esta etapa, Demis ya no cantaba para la fama, sino para sanar, unir y dar esperanza.
Era un hombre más humano y reflexivo, que buscaba paz interior después de décadas de lucha.
En los años 90 y 2000, aunque su voz cambió y se volvió más áspera, la emoción seguía intacta.
Grabó discos, colaboró con artistas europeos y continuó haciendo música espiritual.
Sin embargo, la industria y el público habían cambiado.
Fue relegado a segmentos nostálgicos y la nueva generación desconocía su legado.
Su salud comenzó a deteriorarse debido a años de estrés, sobrepeso, traumas y un cuerpo agotado.
En sus últimos años, Demis se acercó aún más a la religión y preparó personalmente su recopilación final, “Demis Roussos Collected”, como una despedida amorosa y discreta.
El 25 de enero de 2015, Demis Roussos falleció en Atenas a los 68 años.
La causa oficial fue cáncer de estómago, páncreas e hígado.
Pero su muerte fue el resultado de una vida llena de sacrificios, traumas no resueltos, agotamiento físico y emocional, y la constante presión de una industria que muchas veces olvidó al hombre detrás del ícono.
Demis Roussos no fue solo una voz, sino un puente entre culturas y épocas.
Su música unió Grecia y Egipto, Oriente y Occidente, la música popular y la sagrada.
Fue un hombre que se reinventó, sobrevivió a la guerra, al secuestro, a la fama y a sí mismo.
Miles de fans lloraron su partida y recordaron su voz eterna, capaz de ser sol, viento, océano y lágrima.
Una voz que, a diferencia de su cuerpo y su tiempo, nunca morirá.