⚠️ “No Debía Subir al Escenario”: La Dolorosa Confesión del Manager de Rubby Pérez Que Impactó al País ✅
La noche del 8 de abril de 2025, el Jetset Club de Santo Domingo estaba repleto.
Más de mil personas se congregaban para disfrutar de una presentación más del legendario Rubby Pérez.
Era un evento que prometía nostalgia, ritmo y alegría.
Nadie sospechaba que sería la última vez que la voz inconfundible del merenguero retumbaría en un escenario.
Pero lo más impactante no fue solo el colapso estructural que acabó con decenas de vidas: fue la verdad que su manager, Fernando Soto, reveló después, y que hoy pone en jaque al mundo del entretenimiento.
Rubby no debió cantar esa noche.
Así lo afirmó su representante entre lágrimas, en una entrevista exclusiva concedida apenas 48 horas después del trágico suceso.
Tres días antes del concierto, Rubby había sufrido una caída en su casa que le causó una lesión grave en una pierna ya debilitada por un antiguo accidente.
Los médicos recomendaron reposo absoluto.
Todo su equipo le suplicó cancelar la presentación.
Pero Rubby, terco y apasionado como pocos, respondió con una frase que ahora duele más que nunca: “Fernando, esas personas compraron boletos para verme.
La banda necesita trabajar.
No voy a defraudarlos por un dolorcito”.
Esa frase marcó el inicio del fin.
A las 3:30 de la madrugada, mientras entonaba “Volveré” —una de sus canciones más simbólicas— el techo del recinto comenzó a crujir.
Sin previo aviso, una sección entera se desplomó sobre los asistentes.
En cuestión de segundos, la pista de baile se convirtió en una trampa mortal.
Fragmentos de concreto, vigas metálicas y un polvo denso y asfixiante cubrieron todo.
Lo que debía ser una celebración, terminó en gritos de pánico, cuerpos atrapados y una desesperada lucha por sobrevivir.
El caos fue tal que durante horas nadie supo con certeza qué había pasado con Rubby.
Algunos decían haberlo visto salir por una puerta lateral.
Otros, que se encontraba en el centro del escenario al momento del colapso.
Las redes sociales se inundaron de información contradictoria.
Un influencer viralizó una foto antigua del artista en una camilla, afirmando que había sido rescatado con vida.
La noticia encendió una esperanza breve pero potente.
Pero no era verdad.
A las 5:47 de la mañana, el Ministerio de Salud confirmó oficialmente la muerte de Rubby Pérez.
La causa: traumatismo craneoencefálico severo y hemorragia interna.
Su cuerpo, entre los primeros recuperados de los escombros, fue trasladado de inmediato a un centro médico, donde falleció poco después de llegar.
La voz que tantas veces había sido símbolo de alegría y resistencia se apagó para siempre, dejando a su paso una estela de dolor y preguntas.
Lo que reveló su manager fue aún más devastador.
Rubby llevaba meses agotado, tanto física como emocionalmente.
Sentía que ya no podía más.
Que el escenario, ese lugar que antes lo hacía vibrar, se había transformado en una prisión de expectativas.
Quería parar, tomar un descanso, alejarse un tiempo.
Pero nunca lo dijo públicamente.
Quería proteger a sus fans.
Quería que lo recordaran como siempre fue: fuerte, sonriente, invencible.
Y así se fue.
Dándolo todo en el escenario.
Cantando hasta el último segundo.
El testimonio de su hija, Sulinka Pérez, agregó una capa de dolor imposible de ignorar.
Estaba junto a él cuando el techo se desplomó.
Cantaban juntos, como en los viejos ensayos familiares.
“Papá me abrazó antes de la última canción.
Me dijo: ‘Cántala suave, como cuando eras niña’.
Fue como si supiera que era la última vez”.
Su esposo, Rafael Mendoza, guitarrista de la banda, se lanzó sobre ella en un intento desesperado por protegerla.
Logró salvarle la vida, pero quedó con heridas graves y una columna vertebral comprometida.
Ese mismo gesto heroico fue repetido por otros miembros del equipo.
El bombero civil Antonio Ramírez, presente como fanático, arrastró su cuerpo entre los escombros para sacar a Sulinka mientras Rafael, con ambos brazos fracturados, sostenía una viga que amenazaba con caer
sobre ella.
El sacrificio, el amor, el instinto de proteger: todo eso ocurrió en segundos, mientras la tragedia envolvía a quienes solo querían disfrutar de una noche de música.
Entre las víctimas también se encontraba Nelsy Cruz, gobernadora de Montecristi y hermana del beisbolista Nelson Cruz.
Según el propio presidente Luis Abinader, Nelsy llamó desde los escombros para pedir ayuda…
no para ella, sino para los niños que estaban cerca.
También falleció Octavio Dotel, exlanzador de Grandes Ligas, que se encontraba con su esposa, quien sobrevivió.
La magnitud de la tragedia rebasó lo imaginable, afectando no solo al mundo artístico, sino a toda la República Dominicana.
Las investigaciones apuntaron rápidamente hacia una causa perturbadora: la discoteca Jetset había sido notificada por problemas estructurales apenas semanas antes.
Documentos oficiales confirmaban irregularidades en su infraestructura, pero no se tomaron medidas correctivas a tiempo.
¿Fue negligencia? ¿Irresponsabilidad? ¿Corrupción? Las preguntas se acumulaban al mismo ritmo que el luto nacional.
El país entero quedó paralizado.
Las radios solo emitían canciones de Rubby.
Las calles de Santo Domingo se llenaron de velas, flores y altares improvisados.
La comunidad artística se unió como nunca.
Juan Luis Guerra escribió: “Tu voz no se apagará mientras haya un dominicano dispuesto a cantarla”.
Milly Quezada lloró en vivo: “Raby no solo cantaba merengue.
Él era el merengue”.
Pero entre todas las declaraciones, hubo una que lo resumió todo.
En su entrevista, Fernando Soto —su manager, su hermano del alma— dijo: “Raby murió como vivió.
En el escenario.
Cantando.
Entregándose.
Luchando contra el dolor, pero sin rendirse nunca”.
Y esa, tal vez, sea la forma más auténtica de recordar al ídolo que ya no está.
Su voz puede haberse silenciado, pero su legado retumbará por siempre.
Porque Raby Pérez no fue solo un cantante.
Fue un símbolo.
Un guerrero.
Un hombre que, aún sabiendo que su cuerpo le pedía descanso, eligió darlo todo hasta el último suspiro.
Y ahora, gracias a la confesión de su manager, el mundo finalmente conoce la verdad detrás de la tragedia.
Una verdad que duele, pero que también demuestra la grandeza de un artista que murió haciendo lo que más amaba: cantar para su gente.