El 25 de junio de 2025 marcó el fin de una larga espera para Richard Gerald Jordan, quien tras casi cinco décadas en el corredor de la muerte fue ejecutado por inyección letal en el estado de Mississippi.
Su caso, que ha sido objeto de controversia y debates legales durante décadas, refleja la compleja interacción entre justicia, trauma psicológico y el sistema penal estadounidense.
En este artículo repasamos los hechos que llevaron a su condena, su vida antes y después del crimen, y los detalles de sus últimos momentos.
La mañana del 12 de enero de 1976 comenzó como cualquier otra para Edwina Marter, una mujer de 34 años que besó a sus hijos para despedirse y se dispuso a enfrentar su día.
Sin embargo, un desconocido ya había elegido a su familia como víctima.
Ese hombre era Richard Gerald Jordan, un veterano de Vietnam de 29 años que regresaba marcado por las heridas invisibles de la guerra.
En aquel entonces, Jordan estaba en una situación desesperada: arruinado, desempleado y ahogado en deudas.
Decidió secuestrar a alguien de una familia adinerada para pedir un rescate y huir con suficiente dinero para empezar de nuevo.
Tras cambiar su escopeta por un revólver calibre 38, se dirigió hacia la costa de Mississippi, donde localizó a la familia Marter.
Fingiendo ser un trabajador de servicios públicos, Richard engañó a Edwina para que le abriera la puerta.
Una vez dentro, sacó el arma y la obligó a subir a su auto, dejando a su hijo pequeño solo en casa.
La llevó al bosque nacional de Soto, donde, tras un intento fallido de fuga por parte de Edwina, la asesinó de un disparo en la cabeza.
Luego lanzó el revólver al río y llamó al esposo de Edwina, Chuck Marter, para exigir un rescate de 25,000 dólares.
Chuck Marter, tras recibir la llamada, alertó al FBI y juntos idearon un plan para atrapar a Richard durante el intercambio del rescate.
Sin embargo, el primer intento fracasó cuando la chaqueta azul señalada para dejar el dinero no apareció.
Richard, consciente de la vigilancia, canceló el intercambio.
Al día siguiente, volvió a llamar y fijó un nuevo punto de entrega junto a la autopista I-10, esta vez con una amenaza explícita: si el FBI intervenía, Edwina moriría.
Chuck siguió las instrucciones, pero nuevamente alertó a las autoridades.
En el segundo intento, Richard logró recoger el dinero, pero una persecución comenzó inmediatamente.
Aunque intentó escapar zigzagueando entre el tráfico, fue detenido poco después en un control policial.
Durante el interrogatorio, Richard confesó el secuestro y asesinato, revelando dónde había enterrado el cuerpo de Edwina, el arma y el dinero.
Su arresto marcó el inicio de una larga batalla legal.
Richard nació en Hattiesburg, Mississippi, y fue adoptado por una familia trabajadora.
Nada en su infancia parecía indicar el destino que le esperaba.
Tras graduarse de la secundaria, se alistó en el ejército y sirvió como mecánico de helicópteros y artillero de puerta en la guerra de Vietnam, enfrentando combates intensos y presenciando horrores que marcaron profundamente su mente.
A su regreso, Jordan mostró claros signos de trastorno por estrés postraumático: paranoia, insomnio y desconfianza.
A pesar de esto, permaneció leal a su país y familia, incluso ofreciendo quedarse en servicio para que su hermano menor regresara a casa.
Sin embargo, la vida civil le resultó difícil, y su matrimonio comenzó a fracturarse debido a sus problemas y la bancarrota.
En 1976, Richard fue arrestado y juzgado por el secuestro y asesinato de Edwina Marter.
El jurado lo declaró culpable y lo sentenció a muerte, pero su caso quedó atrapado en un ciclo de apelaciones y anulaciones debido a fallos legales relacionados con la pena capital.
Durante años, su sentencia fue anulada y ratificada en múltiples ocasiones, debido a cuestiones procesales y a la falta de consideración adecuada de su historial psicológico y militar.
En un momento aceptó un trato para cadena perpetua sin libertad condicional, pero esta opción fue descartada por la Corte Suprema de Mississippi.
Finalmente, en 1998, después de cinco juicios y múltiples apelaciones, fue condenado a muerte por cuarta vez.
A pesar de sus esfuerzos legales posteriores, la sentencia se mantuvo firme, aunque la ejecución no se llevó a cabo hasta 27 años después.
Durante casi 50 años, Richard Gerald Jordan permaneció en el corredor de la muerte, convirtiéndose en el recluso con más años cumplidos en espera de ejecución en la historia de Mississippi.
En prisión, escribió cuentos cortos, asumió trabajos y vivió lo suficiente para presenciar cambios en los métodos de ejecución del estado, pasando de la cámara de gas a la inyección letal.
Su familia, especialmente su hijo Eric Marter, expresó sentimientos encontrados.
Eric, que tenía solo 11 años cuando su madre fue asesinada, declaró que no estaría presente en la ejecución y que el capítulo estaba cerrado para él.
Mientras tanto, defensores de Richard argumentaron que el trauma sufrido en Vietnam nunca fue considerado adecuadamente durante el juicio y que ello había afectado su comportamiento.
El proceso final comenzó 48 horas antes de la ejecución, cuando Richard fue trasladado a una unidad de aislamiento cercana a la cámara de ejecución.
Durante sus últimas horas, estuvo acompañado por sus abogados, algunos familiares y asesores espirituales.
Según funcionarios penitenciarios, Richard se mostró conversador y en buen ánimo, recordando su pasado y contando historias.
Para su última comida, pidió tiras de pollo, papas fritas, helado de fresa y un flotante de cerveza de raíz.
A las 6 de la tarde del 25 de junio, fue sujetado a la camilla para la inyección letal.
Su esposa Marsha, su abogado y un asesor espiritual estuvieron presentes, y se les vio visiblemente emocionados.
Antes de que comenzara el procedimiento, Richard agradeció la forma humana en que se realizaría la ejecución, pidió disculpas a la familia de la víctima y expresó su amor a sus seres queridos con las palabras: “Los quiero mucho, nos veremos del otro lado a todos ustedes.”
A las 6:16 pm, Richard Gerald Jordan fue declarado muerto a los 79 años, poniendo fin a una historia marcada por el crimen, el castigo y el paso inexorable del tiempo.
El caso de Richard Gerald Jordan es un recordatorio de las complejidades del sistema de justicia penal, especialmente en casos que involucran veteranos con traumas profundos.
Su largo tiempo en el corredor de la muerte, las múltiples apelaciones y la controversia en torno a su salud mental y su historia de guerra plantean preguntas sobre la equidad y humanidad en la administración de la pena capital.
Mientras algunos ven en su ejecución un acto de justicia cumplida, otros la consideran una tragedia que refleja las limitaciones del sistema para abordar las secuelas psicológicas de la guerra y las circunstancias personales que pueden influir en el comportamiento criminal.
La historia de Richard Gerald Jordan quedará como un capítulo oscuro y complejo en la memoria de Mississippi y de Estados Unidos, donde la búsqueda de justicia se entrelaza con debates éticos y humanos que aún están lejos de resolverse.
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