A sus 60 años, Eddy Herrera por fin rompe el silencio y lo hace sin filtros, contando una historia que muchos creían gloriosa, pero que él vivió como un verdadero infierno emocional.
Lo que para muchos era el sueño de estar en la orquesta de Wilfrido Vargas, para él fue una etapa marcada por presión, sacrificios, y momentos en los que pensó en dejar la música para siempre.
Desde el comienzo, Eddy recuerda esa época como si fuera un cuartel militar. Ensayos eternos, exigencias al límite, y un perfeccionismo que no daba tregua.
Wilfrido era un genio, sí, pero también un jefe implacable. “Vivíamos al borde del colapso”, confesó con una mezcla de nostalgia y dureza.
Un error en público era suficiente para un regaño que dolía más que una herida física. En ese ambiente, más que música, se sudaba miedo.
Y por si fuera poco, empezaron a surgir rumores que hasta hoy siguen flotando: músicos que no cobraban lo que les tocaba, grabaciones sin pago…
Eddy mismo admitió que nunca le pagaron por algunas de ellas, y que pensaba que eso era lo normal.
Pero no todo fue oscuro. En medio de ese caos, apareció Ruby Pérez, quien se convirtió en algo más que un colega: fue maestro, amigo y guía.
Eddy no sabía ni bailar, estaba más tieso que una bisagra vieja, pero Ruby con paciencia le enseñó a moverse, a tener swing, y sobre todo, a respetar este arte con disciplina y humildad.
El ambiente era tenso, la presión brutal, y a cada paso Eddy sentía que su carrera podía terminar en cualquier momento. Pero se adaptó.
Empezó a encontrar su ritmo, su estilo, y hasta se lanzó con el rap, algo que sorprendió a Wilfrido y que lo impulsó dentro del grupo.
Pero con la fama vinieron otras complicaciones: fanáticas por montones, rumores de romances con otras artistas —incluyendo a Miriam Cruz—, y tensiones internas que crecían con el tiempo.
La chispa entre Miriam y Eddy era evidente. “Eso no se puede fingir, eso se siente o no se siente”, dijo él. Pero con todo ese revuelo, Eddy llegó a un punto de quiebre.
“Señor, ayúdame a parar”, recuerda que pidió. Quería dejar atrás las tentaciones, los excesos, y encontrar algo más real. Así fue como dejó la orquesta.
Quería dejar de ser un soldado, para convertirse en un artista libre.
Lanzó su primer disco como solista, No Puedo Más, y aunque no fue fácil, encontró su voz.
Luego, su tercer álbum, Ámame, lo catapultó internacionalmente con temas como Carolina, llevándolo a países que ni siquiera sabía que escuchaban merengue.
Firmó con Yan Records, profesionalizó su carrera, y dejó de ser “el cantante de Wilfrido” para convertirse en Eddy Herrera, el artista completo.
Pero la vida no lo iba a dejar tranquilo. Una caída en tarima lo dejó en el centro de las críticas, y con ella vinieron chismes, problemas internos, y hasta lo vincularon sentimentalmente con Dalisa Alegría.
Él lo negó con firmeza, su esposa —su compañera de más de 30 años— lo defendió con contundencia, y siguieron adelante.
Luego vino una demanda de un excolaborador, lo acusaron de impago, de explotación laboral.
“Siempre he actuado dentro de la ley”, dijo, pero el daño mediático ya estaba hecho.
Y como si eso no fuera suficiente, terminó cantándole a un narco en Colombia. “Nos buscaron en camionetas blindadas, nos llevaron por un río y terminamos en una villa en medio de la montaña”, contó. No era película, era real.
Y aunque salió ileso, el desgaste fue evidente. Su disco Los Hombres Calientes no tuvo el impacto esperado. Las deudas aumentaron, la confianza disminuyó y la presión empezó a dejarle marcas invisibles.
“Pedía prestado en un banco para pagarle a otro”, confesó, no con vergüenza, sino con gratitud por haberlo superado.
En 1999, Alma Gemela marcó su regreso. Con canciones como No Se Olvidar, reconectó con su público y, más importante aún, consigo mismo.
Ya no era solo el artista, era el hombre que había resistido. Amigos y familiares cuentan que lloró muchas noches, que tuvo dudas, que hasta cayó en depresión. Pero también que se levantó con fuerza, con fe, con ganas de seguir.
Eddy habla sin tapujos sobre la salud mental. Dice que hay días donde simplemente no se puede más, y que ahí es donde entra la meditación, la terapia, el ejercicio, los amigos. Pedir ayuda, dice él, no es debilidad, es coraje.
Y si algo dejó a todos con un nudo en la garganta, fue cuando habló de la muerte de Ruby Pérez. “Ese día yo ni tenía que cantar, pero ahí estaba.
Porque él iba a estar en ese escenario la próxima semana y ya no estaría más.” Ruby fue más que un colega: fue uno de los primeros en creer en él, cuando todo era incertidumbre.
“Yo disfruto mi vida, pero a veces el alma duele”, cerró Eddy, con la voz entrecortada. Agradeció al público por escuchar, por sentir su historia.
“Cada caída me enseñó más que un premio. Cada crítica me empujó más lejos que un aplauso. Y aunque me juzgaron, criticaron, incluso cancelaron, sigo aquí, cantando, creciendo y siendo yo.”
Porque al final, eso es Eddy Herrera: el que se cae pero se levanta sonriendo. El que no se rinde. El que aprendió a cantar, no solo para entretener, sino para sanar.