A los 85 años, Alberto Vázquez ha roto el silencio, y su historia ha dejado al mundo conmocionado.
Durante décadas fue un símbolo de la época dorada de México, un galán con voz poderosa, un rebelde admirado, una estrella que parecía tenerlo todo.
Pero lejos de los reflectores, su vida estuvo llena de secretos, amores turbulentos, revelaciones familiares inesperadas y una búsqueda constante de redención.
Una de las confesiones más impactantes fue la existencia de una hija que no sabía que tenía.
A través de internet, una mujer llamada Claudia Mcini, residente en Estados Unidos, se puso en contacto con él asegurando ser su hija biológica.
Al principio, Alberto no le creyó. Pero al ver una foto del hijo de Claudia, que tenía un asombroso parecido con su hijo menor, algo dentro de él cambió.
Una prueba de ADN confirmó la verdad: Claudia era su hija. Había vivido 55 años sin saber quién era su padre.
En lugar de resentimiento, Claudia mostró gratitud. “Ahora tengo a mi papá. Eso es todo lo que siempre quise”, dijo emocionada.
Pero su historia no se detiene ahí.
A los 85 años, Alberto decidió casarse oficialmente con su pareja de toda la vida, Elizabeth Renea, 43 años menor que él y madre de su hijo menor, Juan Alberto.
Tras 16 años de relación, eligieron unir sus vidas por la iglesia y por lo civil.
El anuncio del compromiso sorprendió a todos y reavivó tanto el cariño como las críticas del público. Las redes sociales se llenaron de opiniones divididas.
Algunos celebraban su amor, otros atacaban a Elizabeth acusándola de oportunismo.
Sin embargo, Alberto la defendió con firmeza. “Nadie pregunta cómo vivimos, cómo nos sentimos, cómo nos amamos”, dijo.
Durante los años más difíciles de su salud, Elizabeth fue su pilar.
Diagnosticado con enfermedad pulmonar obstructiva crónica, Alberto se convirtió en paciente de alto riesgo durante la pandemia.
Tuvieron que vivir separados por un tiempo, pero eso solo fortaleció su vínculo.
Para él, su esposa le trajo paz. Convertirse en padre de nuevo a una edad avanzada le dio una nueva perspectiva.
Con su hijo menor ha sido más paciente, más agradecido.
La vida amorosa de Alberto ha sido tan intensa como sus canciones. Desde muy joven protagonizó relaciones marcadas por el escándalo.
A los 16 años falsificó su edad para casarse con una mujer mayor.
Más tarde se enamoró de Ena Larsen, una mujer danesa con quien se casó legalmente, pero el matrimonio solo duró dos meses.
Luego vino Isela Vega, una figura icónica del cine mexicano, con quien tuvo a su hijo Arturo sin saberlo.
Se enteró años después, de manera abrupta, por un amigo. Intentó acercarse, pero Isela le negó el contacto.
El reencuentro con Arturo ocurrió cuando este ya era adulto. Aunque fue difícil, lograron construir una relación frágil pero sincera.
En una entrevista, Alberto llegó a decir: “Me arrepiento de haber tenido un hijo con ella. Fue una sola noche. Nunca la amé”.
Sus palabras generaron polémica, pero Arturo lo perdonó. Hoy, padre e hijo comparten una relación reparada, basada en la verdad y el perdón.
Otra relación significativa en su vida fue con Mónica Hoyos, madre de tres de sus hijas.
Fue su refugio más duradero. Ella le trajo estabilidad, pero su muerte por cáncer en 2003 dejó a Alberto devastado.
Entre las múltiples batallas legales que enfrentó, Ena Larsen lo acusó de bigamia, lo que lo llevó a la cárcel en varias ocasiones.
Fue ahí donde conoció y cantó con Juan Gabriel, transformando su dolor en arte.
La revelación de Claudia como su hija biológica añadió un giro inesperado a su historia. Lo que comenzó como una duda terminó en un reencuentro familiar lleno de emoción.
Claudia fue recibida con los brazos abiertos por todos sus hermanos. Alberto, visiblemente conmovido, celebró tener “otra hija, cuatro nuevos nietos y una familia aún más grande”.
Hoy, retirado en un rancho en Coahuila, lejos del bullicio, vive con Elizabeth y su hijo Juan Alberto.
Aunque su salud le impide presentarse en vivo, sigue grabando música cuando puede.
A sus 85 años, no solo mira atrás con nostalgia, sino con valentía.
En cada confesión, cada reconciliación, Alberto Vázquez demuestra que nunca es tarde para decir la verdad, para amar, para pedir perdón y para redescubrir el significado de la familia.
Su vida ha sido como las baladas que cantó: llena de pasión, heridas, errores, pero también redención. Y hoy, más que nunca, se escribe desde la honestidad.