Ana Luisa Peluffo, a sus 95 años, finalmente rompió el silencio sobre un aspecto de su vida que durante décadas estuvo envuelto en misterio, revelando una verdad que muchos sospechaban pero nunca se había confirmado públicamente.
Esta confesión no es un escándalo ni una traición, sino una muestra más del coraje y la autenticidad que marcaron su trayectoria desde el inicio.
La actriz, considerada una de las figuras más influyentes del cine mexicano, no solo fue pionera en la pantalla, sino también en la manera en que enfrentó las normas sociales y artísticas de su tiempo.
Desde sus primeros años en Querétaro, Ana Luisa mostró una sensibilidad especial por el arte y la atención del público.
Tras la muerte de su padre a temprana edad, fue criada por su madre, quien posteriormente contrajo matrimonio con el productor argentino Manuel Pelufo, figura decisiva en el impulso de su carrera artística.
Su formación no fue convencional.
Creció viajando entre países como Canadá, Argentina, Chile y Brasil, empapándose de culturas diversas y forjando una visión cosmopolita que más tarde se reflejaría en su estilo y elección de papeles.
Fue una casualidad la que la condujo al cine.
Durante una sesión de natación sincronizada en el Club Deportivo Chapultepec, productores de cine notaron su elegancia y le ofrecieron un pequeño papel como extra en la película *Tarzán y las Sirenas*.
Aquel breve momento frente a las cámaras plantó una semilla que rápidamente germinó.
Con apenas 18 años, ya había vivido un matrimonio fugaz con un destacado dirigente deportivo en Brasil, experiencia que, aunque breve, la transformó profundamente.
La separación, motivada en parte por problemas de fertilidad, dejó una huella emocional en Ana Luisa, pero también la impulsó a regresar a México con una madurez inusitada para su edad.
Fue en 1955 cuando su nombre quedó ligado para siempre a la historia del cine nacional gracias a *La fuerza del deseo*.
Esta película, en la que Ana Luisa apareció desnuda, desató una ola de críticas, escándalos y alabanzas.
Ella no solo fue la primera actriz en mostrar su cuerpo en una producción mexicana de manera artística, sino que también defendió esa decisión con integridad.
Nunca lo hizo por dinero, afirmó, sino por convicción.
Para ella, el cuerpo humano podía ser un vehículo de expresión artística, como lo es en la pintura o la escultura.
Esta postura, valiente en una época profundamente conservadora, provocó ataques de sectores tradicionalistas, como la Liga de la Decencia, pero también abrió las puertas para una nueva narrativa en el cine mexicano, más realista, audaz y humana.
Su sinceridad no se limitó a las cámaras.
En una entrevista, reconoció que su cuerpo no era perfecto, pero sí estéticamente armonioso.
Al mirarse sin vergüenza ni vanidad, convirtió su físico en parte esencial de su arte.
Gracias a ello, trabajó en Europa, participando en proyectos en Italia, España e Inglaterra, y consolidó su figura como una embajadora del cine mexicano en el extranjero.
Más allá de los desnudos, Ana Luisa fue una actriz completa.
Protagonizó más de 160 películas, trabajando con los más grandes actores y directores de su tiempo.
Su versatilidad la llevó a actuar en dramas, comedias, películas de espionaje, westerns, melodramas e incluso cine social.
Su talento brilló también en el teatro y en la televisión, donde apareció en telenovelas icónicas como *El pecado de Oyuki* y *Marimar*.
Incluso incursionó en la vida nocturna como vedette, deslumbrando con su carisma en escenarios como La Fuente, el Capri o el Teatro Estudio Verde y Oro, donde compartió escenario con figuras como Agustín Lara y Toña la Negra.
Su vida amorosa fue igualmente intensa.
Contrajo matrimonio en varias ocasiones, siendo su tercer esposo el cantante Carlos Montiel, con quien tuvo a su único hijo, Martín Luis.
A pesar de las rupturas y pérdidas, Ana Luisa siguió adelante con entereza, enfocada en su arte y su evolución como persona.
Su última pareja, Carlos Cerro, falleció en 1989, dejándola viuda por tercera vez.
Después de eso, Ana Luisa optó por alejarse gradualmente de los reflectores, aunque siguió participando en algunos proyectos menores y en homenajes a su carrera.
Hoy, retirada desde 2014, vive lejos de los medios, cuidada por su hijo y rodeada de la admiración silenciosa de un público que no la olvida.
Su legado va más allá de una escena controversial o de una belleza legendaria.
Ana Luisa Pelufo es símbolo de una mujer que se atrevió a ser libre en una época que exigía obediencia.
Una mujer que, con elegancia y firmeza, cambió para siempre el rostro del cine mexicano.
