La historia de Angelines Fernández es tan intensa y profunda como su mirada, capaz de congelar el tiempo con una mezcla de ternura, tristeza y misterio.
Nacida en una España fracturada por la Guerra Civil, Angelines enfrentó desde temprana edad las más duras adversidades.
Con menos de veinte años, cuando otras chicas soñaban con fiestas y vestidos, ella ya peleaba en guerrillas antifranquistas contra el régimen del dictador Francisco Franco.
Esa decisión la marcó para siempre, transformándola en una joven perseguida por su idealismo y obligándola a abandonar su tierra natal para salvar la vida.
Su partida fue en silencio, pero llena de coraje.
En 1947, Angelines dejó atrás la patria que amaba y se lanzó hacia América, primero con una parada difícil en Cuba para obtener los permisos necesarios, y después llegando finalmente a México, país que la acogió como propia y le brindó la oportunidad de empezar de nuevo.
Atrás quedaban las montañas españolas, las balas, los fusilamientos injustos y la sombra siempre amenazante del franquismo.
Frente a ella se abría un nuevo horizonte en la tierra que se convertiría en su segundo hogar.
En México encontró oportunidades en el teatro, la radio y la televisión, aunque el cine se resistió a reconocer su talento por no encajar en los estándares de belleza que entonces se exigían.
Sin embargo, lejos de rendirse ante el rechazo, siguió firme, cultivando su voz y su presencia escénica.
Su gran oportunidad llegó en 1973, cuando Roberto Gómez Bolaños, “Chespirito”, la eligió para interpretar al icónico personaje de Doña Clotilde, la famosa “Bruja del 71” en *El Chavo del Ocho*.
Su interpretación fue tan magistral que millones de espectadores la recuerdan hasta hoy con afecto, admiración, y un toque inevitable de nostalgia.
El éxito fue inmediato e internacional, pero también llegó cargado de matices dolorosos.
Aunque los adultos la adoraban, muchos niños temían tanto a su personaje que, cuando ella salía a las calles, algunos pequeños huían asustados.
Angelines, mujer sensible bajo su dura apariencia, cargó siempre con el peso emocional de provocar miedo en lugar de alegría entre los más inocentes espectadores.
Pero su vida privada permanecía envuelta en un silencio absoluto.
Poco se supo sobre el padre de su hija Paloma, ni de los amores que pudo haber tenido.
Angelines decidió vivir con una discreción total, alimentando rumores sobre romances prohibidos y dolores ocultos que jamás confirmó o negó.
La única excepción a su hermetismo fue su entrañable relación con Ramón Valdés, Don Ramón, con quien compartía una amistad profunda y un cariño tan sincero que muchos lo interpretaron como un amor silencioso.
Cuando Ramón falleció víctima de cáncer en 1988, Angelines sintió que una parte de ella moría con él.
Durante el velorio, permaneció junto al féretro durante horas, con una tristeza visible que conmovió profundamente a quienes la observaron.
La pérdida de su compañero la hundió en una melancolía de la que nunca se recuperó del todo.
Paradójicamente, pese al dolor que experimentó por la muerte de su amigo debido al tabaco, Angelines jamás pudo abandonar ese mismo vicio, convirtiéndolo en un compañero inseparable hasta el final.
El tabaco la consumió lentamente, como una sombra inevitable.
Su salud se deterioró, y en 1992 recibió la dura noticia de un cáncer de pulmón avanzado, producto de ese hábito que nunca pudo vencer.
Durante dos años luchó valientemente contra la enfermedad, enfrentando tratamientos dolorosos y devastadores.
A pesar de la gravedad, solo dejó de fumar cuando su cuerpo no pudo más, pero para entonces el daño era irreversible.
Angelines Fernández falleció en 1994, a los 69 años, con la tristeza de saber que la causa de su muerte era la misma que había arrebatado la vida de su querido Ramón Valdés.
Antes de morir expresó claramente su último deseo: descansar eternamente junto a él.
Hoy, en el mausoleo del Ángel de la Ciudad de México, sus restos descansan al lado de Don Ramón, cumpliendo así un anhelo profundo que sobrepasa cualquier definición de amistad o romance.
Su partida fue especialmente amarga en su tierra natal, España, donde pasó casi inadvertida debido a las heridas que aún permanecían abiertas tras la dictadura.
Pero en México, y en gran parte del mundo donde se transmitió *El Chavo del Ocho*, su muerte se vivió como la pérdida irreparable de una leyenda de la comedia y la televisión.
Angelines Fernández es recordada no solo por interpretar con maestría a la “Bruja del 71”, sino por ser un símbolo de resistencia frente al dolor, el rechazo y la adversidad.
Su vida nos recuerda que detrás de cada sonrisa o gesto severo, hay historias complejas y humanas, llenas de luz y oscuridad, victorias y derrotas.
En ella conviven la heroína antifranquista, la mujer que luchó contra prejuicios artísticos, y la actriz cuya mayor batalla la perdió contra sí misma.
Aunque la vida fue dura con ella hasta el final, su legado artístico perdura en el corazón de generaciones que crecieron riendo, temiendo, pero sobre todo amando a esa vecina inolvidable del número 71.
Y así, entre sonrisas y lágrimas, queda inmortalizada la historia de Angelines Fernández, una mujer cuyo talento fue tan grande como su tragedia.