Lady Rosario, la mujer que compartió los últimos cinco años de su vida con Rubby Pérez, ha decidido romper el silencio.

No es solo una historia de amor, es una revelación cruda, íntima y desgarradora que ha estremecido no solo al mundo del merengue, sino a todo un país.

En medio del duelo, del bullicio mediático y los homenajes oficiales, su voz emerge desde el dolor más profundo: el de haber sido invisibilizada por quienes ignoraron su lugar en la vida del legendario artista.

La relación entre Rubby Pérez y Lady Rosario no era un secreto. Ella era su compañera, su confidente, su amor.

Estaban juntos planeando una boda en la playa, compartiendo sueños, grabaciones, conciertos y domingos en casa.

En sus propias palabras, Lady Rosario no solo lo amó, fue amada por él con una intensidad y una entrega poco comunes.

El momento del derrumbe, esa noche fatídica en la discoteca Jetset, fue también el escenario de su última promesa: Rubby, atrapado entre los escombros, luchó por sacarse el anillo que siempre llevaba para dárselo, con sus últimas fuerzas, a la mujer que amaba.

No hubo boda oficial, pero en su corazón, ya era su esposa.

El dolor de Lady Rosario no termina con la pérdida. Comienza un capítulo aún más amargo: el de la exclusión. No fue invitada al velorio oficial, no fue mencionada en los homenajes.

Fue borrada, ignorada, como si su amor no tuviera validez por no estar respaldado por un documento legal.

Solo la madre y los hermanos de Rubby la abrazaron y reconocieron su dolor. Para los demás, su amor quedó sepultado bajo el silencio de las apariencias.

Pero la tragedia no solo es emocional, también es estructural. El derrumbe del Jetset no fue un accidente fortuito.

Fue la consecuencia de una cadena de errores humanos, de remodelaciones irresponsables, de decisiones tomadas por ambición sin estudios ni permisos.

Las vigas debilitadas, los techos perforados, el nuevo sistema de luces sin refuerzos… Todo formó parte de un espectáculo que terminó en tragedia.

Lo sabían los empleados, los músicos, los técnicos. Nadie hizo nada. Y Rubby, esa noche, con su saco blanco, entregando su alma en el escenario, se convirtió en víctima de una negligencia colectiva.

Su última palabra en el escenario iba a ser “volveré”. Y no volvió. No volvió a casa, no volvió a cantar.

Pero su esencia no se fue. Rubby Pérez fue mucho más que un cantante. Fue una fuerza, una presencia que tocaba a todos los que lo rodeaban.

Su manera de amar, de escuchar, de vivir con fe, dejó huella.

Lady Rosario no solo perdió al hombre que amaba. Perdió los planes, las canciones, los viajes, los desayunos.

Pero ganó el privilegio de haber sido parte de su verdad. Y eso es lo que quiere que el mundo recuerde: que Rubby, más allá del artista, era profundamente humano.

Esta historia es más que una despedida. Es un llamado a la memoria, al reconocimiento del amor verdadero en todas sus formas.

A que no dejemos que las historias como la suya se borren por no cumplir con los moldes sociales.

Porque hay amores que, aunque no tienen un final feliz, tienen un final eterno.

Rubby Pérez murió haciendo lo que amaba: cantando frente al público que lo adoraba. Su voz no se apaga.

Vive en sus canciones, en sus recuerdos, en quienes lo amaron y lo siguen amando. Y sobre todo, vive en la historia que Lady Rosario se atrevió a contar.