El Papa Francisco ha vivido recientemente uno de los momentos más personales y emotivos de su pontificado, al despedirse de su fiel perro, un compañero silencioso que lo acompañó durante años en el Vaticano.
Aunque pocas personas sabían de su existencia, este perro, un mestizo de color blanco con manchas marrones, formó parte discreta pero constante de la rutina diaria del Santo Padre.
El animal había sido adoptado en secreto poco después del inicio de su pontificado. Lo encontró en uno de sus paseos dentro de los jardines vaticanos, herido y asustado.
Desde ese día, el Papa decidió cuidarlo personalmente, dándole no solo un refugio, sino también un nombre: Esteban.
Era común verlo caminar junto a él durante las mañanas, cuando Francisco salía a meditar antes de comenzar su jornada.
La relación entre ambos se mantuvo lejos de las cámaras y del ojo público, como muchas de las acciones humildes que caracterizan al Pontífice.
Sin embargo, quienes trabajaban cerca de él sabían que Esteban no era simplemente un perro, sino un símbolo vivo de la compasión y el respeto por todas las criaturas que el Papa predica constantemente.
La salud de Esteban comenzó a deteriorarse en las últimas semanas, debido a la edad avanzada y una enfermedad degenerativa.
A pesar de los cuidados médicos y el cariño constante, llegó el momento de decir adiós.
El Papa estuvo a su lado hasta el último suspiro, sosteniéndole la cabeza y murmurando una oración.
Según testigos cercanos, el Santo Padre derramó algunas lágrimas, visiblemente conmovido por la pérdida.
Horas más tarde, el Vaticano emitió un breve comunicado agradeciendo el cariño recibido por parte de quienes conocían la historia de Esteban, y recordando el amor que el Papa Francisco siente por todos los seres vivos, como lo ha expresado tantas veces en sus encíclicas y discursos.
El Papa no hizo declaraciones públicas, pero en la homilía del día siguiente habló sobre la fidelidad silenciosa, el amor sin condiciones y los lazos que se crean sin necesidad de palabras.
Muchos entendieron que hablaba de su perro, de ese amigo que lo acompañó sin esperar nada a cambio.
En un mundo marcado por la prisa y la indiferencia, este gesto del Papa ha tocado los corazones de millones.
Porque incluso en el silencio de una despedida sencilla, puede esconderse una lección profunda sobre el amor, la gratitud y la presencia constante de Dios en lo pequeño.