😭“¡SAL, SE VA A DESPLOMAR!”: El último grito de Rubby Pérez a su hija antes de morir bajo una columna en JetSet💔
La noche del 8 de abril no será olvidada jamás.
Lo que empezó como una celebración por todo lo alto del merengue dominicano terminó en la peor tragedia de la historia reciente del espectáculo caribeño.
Rubby Pérez, la voz más alta del merengue, murió frente a su hija Solinka, quien no solo compartía la sangre con él, sino también el escenario, la música y el alma.
Hoy, con dolor, cuenta todo: cómo fue esa noche, qué le dijo su padre minutos antes de morir, y cómo luchó por salvarlo sin poder hacer nada más que obedecer su última orden.
“¡Sal, se va a desplomar!”.
Solinka recuerda cada segundo con precisión quirúrgica.
Estaban en tarima, después de haber interpretado varios temas.
El ambiente era de euforia, la discoteca reventada de gente, como siempre que Rubby se presentaba.
Pero había algo extraño.
Gente moviéndose de forma errática, luces enceguecedoras, un temblor sordo en el suelo.
Ella miró a su esposo y le dijo que algo no andaba bien.
Intentó advertir a su padre.
Él apenas alcanzó a ver entre los reflejos del escenario, cuando volvió a su micrófono para seguir cantando.
Entonces ocurrió: una explosión.
“No fue que se cayó un poquito, fue una explosión”, dijo con voz temblorosa.
“Cuando me di cuenta, tenía una viga aquí”, señaló su brazo, aún lleno de moretones.
Una columna entera se vino abajo y aplastó a Rubby Pérez delante de sus ojos.
Ella cayó al piso, lo miró, le gritó, pero él no respondía.
Solo alcanzó a decirle que huyera, que saliera, que cuidara al niño.
“No quiero que el niño se quede solo”.
Fue lo último que le dijo.
Miguel, su esposo, intentó cubrirla con su cuerpo.
Le cayó una conga en la cabeza y luego una viga más.
Se fracturó un pie, perdió el aliento.
Pero aun así le susurró a Solinka que corriera.
Que salvara su vida.
Ella, convaleciente aún de una cirugía, sin fuerza en las piernas, tuvo que cruzar por una escalera improvisada entre hierros retorcidos y oscuridad absoluta.
“Yo no podía saltar, no podía agacharme, y todo estaba oscuro.
Solo vi una luz… una luz que me mostró por dónde salir”.
Al salir, buscó como una loca romper el cristal de la camioneta de su padre para sacar su celular.
Nadie quería ayudar.
Nadie quería tocar los bienes de Rubby.
Ella se impuso.
Rompió la ventana.
Sacó documentos, el arma del artista, y le gritó al guardia de seguridad que se quedara ahí hasta nueva orden.
Luego, corrió al hospital para reencontrarse con su esposo herido y seguir preguntando, suplicando: “¡Busquen a mi papá!”.
Lo más desgarrador no fue solo verlo aplastado, sino la indiferencia de las autoridades en medio del caos.
“Los rescatistas me mentían para calmarme”, confesó.
Le decían que lo habían canalizado, que estaba vivo, que estaba siendo atendido.
Pero ella lo sabía.
Lo sintió en su alma.
“Mi conexión con mi papá era del alma.
Y yo sabía que él ya había muerto”.
El relato de Solinka no es solo una historia de dolor.
Es una radiografía de un sistema corrupto e insensible.
De una estructura que ya estaba herida desde el incendio de 2023.
Una bomba de tiempo con grietas ocultas, reparaciones improvisadas y complicidad institucional.
Una trampa mortal donde la música fue interrumpida por gritos y escombros.
Rubby Pérez no murió solo.
La tragedia también se llevó a figuras como Octavio Dotel, la gobernadora Nels Milagros Cruz, y decenas de anónimos que solo querían una noche de merengue.
Pero su hija fue testigo directo.
Lo vio todo.
Lo vivió.
Y ahora lleva el peso de mantener el legado de su padre.
Él lo había anticipado.
Días antes le dijo que quería retirarse y que ella y su esposo formaran una nueva agrupación: “Los hijos de Rubby”.
Un proyecto que empezó con ilusión… y terminó en luto.
El último tema que cantaron juntos fue “De Color de Rosa”, el favorito de ambos.
Justo en esa canción, justo cuando él le cedió el micrófono, justo cuando el público aplaudía, fue que el techo cedió.
Justo ahí.
Como si el destino hubiera esperado ese momento para llevárselo.
Hoy, Solinka no ha tenido tiempo de vivir su duelo.
Dice que aún está en el aire.
Pero sabe que tiene una misión: honrar la memoria de su padre.
Mantener viva su música.
Y alzar la voz por justicia.
Porque, como ella misma dice, “esto no fue un accidente, esto fue una negligencia criminal”.
“Recuerden a mi papá bailando, cantando, con esa sonrisa tan grande.
Él dio todo.
Nos lo dio todo.
Y yo sé que donde está, está con mi mamá, su vieja, su gran amor.
Está en paz.
Pero nosotros aquí tenemos que luchar para que nadie más muera así.
Para que esto no se repita”.
La historia de Solinka Pérez es más que un testimonio.
Es un grito que exige verdad, justicia y memoria.
Porque en esa noche de horror, perdió a su padre, su mentor, su alma gemela.
Y aunque llora, dice con firmeza: “Tengo paz, porque lo amé en vida.
Le di todo.
Y él me dio todo a mí”.