💔 La historia más dolorosa de la TV mexicana: Rogelio Guerra, amor, escándalos y una traición legendaria
La historia de Rogelio Guerra es de esas que parecen sacadas de un guion de telenovela.
Pero fue real.
Nació como Hildegardo Francisco Guerra Martínez en Aguascalientes, en 1936, en el seno de una familia humilde ligada al mundo ferroviario.
Nunca imaginó que su rostro estaría algún día en portadas, cines y pantallas de televisión en más de 80 países.
Su niñez estuvo marcada por el trabajo, la separación de sus padres y una madurez forzada.
Desde joven trabajó para sostener a sus siete hermanos, abandonando sus estudios y tomando empleos de fuerza bruta, hasta que una audición casual cambió su destino para siempre.
Un amigo lo llevó a un ensayo musical, y ahí Rogelio descubrió que tenía un talento innato para el escenario.
Así nació el galán.
Se convirtió en modelo, bailarín y finalmente actor.
Fue Oscar Chávez quien lo introdujo en el ambiente artístico, y el resto es historia.
Pronto su rostro era omnipresente en el cine de vaqueros, pero su salto a la fama internacional ocurrió en 1979 con “Los ricos también lloran”.
El personaje de Luis Alberto Salvatierra lo convirtió en ídolo global.
La novela se emitió en más de 80 países, desde España hasta Rusia, y cada país lo adoptó como su galán nacional.
Pero más allá de las cámaras, Rogelio vivía una vida emocional intensa.
Su segundo matrimonio fue con Otilia Larrañaga, una actriz y bailarina de renombre… y ex esposa del ícono de la música regional mexicana, Antonio Aguilar.
Sí, Rogelio se enamoró de la mujer que antes había sido de uno de los hombres más respetados y temidos del medio.
Este episodio generó un escándalo sordo, pero recordado, y dejó una cicatriz imborrable en la historia del espectáculo.
Otilia y Rogelio tuvieron una hija, Hildegard, y aunque su amor no duró, el impacto fue mayúsculo.
No era solo un actor: era un hombre que se atrevía a desafiar a gigantes.
Su carrera continuó en ascenso.
Participó en telenovelas como “Vanessa”, “Chispita”, “Vivir un poco” y “Los parientes pobres”, consolidando su estatus como uno de los actores más cotizados de la televisión.
Pero todo se desmoronó cuando decidió enfrentar a una de las televisoras más poderosas de México: TV Azteca.
Demandó por incumplimiento de contrato, pero el contraataque fue brutal.
Lo acusaron de abandonar producciones, le congelaron su nombre artístico, le bloquearon regalías y lo arrastraron a un juicio de más de 10 años que le costó salud, dinero… y dignidad.
Durante esta pesadilla legal, Rogelio sufrió el golpe más duro: le quitaron el derecho de usar el nombre “Rogelio Guerra”, obligándolo a considerar pseudónimos absurdos como “Roger War”.
Su hijo Aldo confesó que ese desgaste fue determinante para el Alzheimer que lo devastó en sus últimos años.
Atrapado en su cuerpo, sin memoria, sin ingresos y con una pensión congelada, el galán que una vez lo tuvo todo, quedó reducido a un símbolo de lo que la industria puede hacer cuando decides enfrentarte a ella.
Aún así, su vida amorosa siguió siendo turbulenta e intensa.
Se casó cuatro veces, tuvo cinco hijos, y con cada mujer vivió una historia digna de telenovela.
Desde su matrimonio relámpago con Durcy Denis que duró solo 15 días, hasta su amor final y más duradero con Maribel Robles, 26 años menor que él.
Maribel fue su compañera más leal, la que lo sostuvo en sus peores años, y quien fue su voz cuando él ya no podía hablar.
El 28 de febrero de 2018, Rogelio Guerra falleció tras una larga lucha contra enfermedades que lo dejaron casi irreconocible.
Su partida fue un alivio para algunos de sus seres queridos, como Verónica Castro, quien entre lágrimas confesó: “Gracias a Dios, ya descansa”.
Ella fue una de las pocas figuras que alzó la voz para ayudarlo económicamente, ya que su tratamiento costaba hasta 30 mil pesos diarios y la televisión que alguna vez lo explotó, le dio la espalda cuando más lo
necesitaba.
Lo más triste es que Rogelio murió casi en el olvido mediático.
Mientras otros galanes de su época fueron celebrados con homenajes, él se fue en silencio.
No hubo especiales, ni tributos masivos.
Su legado parecía desvanecerse… hasta que resurgió gracias a las nuevas generaciones que descubren su trabajo en plataformas digitales.
Hoy, su hijo Aldo sigue sus pasos como actor, y lleva consigo el peso del apellido Guerra con orgullo, sabiendo que su padre fue un pionero, un rebelde, y una víctima del sistema.
La historia de Rogelio Guerra no solo habla del ascenso meteórico de un talento mexicano, sino de la crudeza de una industria que construye ídolos para luego destruirlos.
Él lo tenía todo: belleza, carisma, talento y valor para enfrentar a los poderosos.
Pero también lo perdió todo.
Y eso, lejos de opacar su legado, lo hace más humano, más real, más eterno.
Porque aunque los reflectores se apaguen… el alma de un verdadero galán nunca muere.
Y Rogelio Guerra, con su mirada intensa y su voz grave, sigue vivo en la memoria de quienes lo amaron, lo admiraron… y jamás lo olvidarán.
