Sergio Vargas: Confesiones de un Sobreviviente del Merengue y la Vida
Sergio Vargas, una de las voces más queridas y representativas del merengue, ha decidido abrir su corazón y compartir los momentos más oscuros y luminosos de su vida.
A sus 65 años, el “Negrito de Villa” reflexiona sobre su recorrido desde la pobreza extrema en Villa Altagracia, República Dominicana, hasta convertirse en un ícono de la música tropical.
Pero detrás de los éxitos y los aplausos, hay una historia de lucha, pérdidas y redención.
Nacido en 1960 en una humilde comunidad dominicana, Sergio Pascual Vargas Parra enfrentó una infancia marcada por la escasez.
“Iba a la escuela sin ropa, sin libros, sin desayuno, pero la música ya vivía en mí”, confesó.
Desde temprana edad, mostró un talento innato para el canto, aunque las circunstancias lo obligaron a trabajar desde joven para sobrevivir.
Cargaba caña, trabajaba en un ingenio y hacía cualquier tarea que le permitiera llevar algo de comida a casa.
El golpe más duro de su infancia llegó con la muerte de su madre, Ana, debido a un error médico.
“Fue un accidente emocional que aún no puedo explicar”, dijo Sergio, recordando cómo ese trágico evento lo obligó a madurar antes de tiempo.
Más tarde, perdió también a su padre, pero encontró consuelo en Ramona, una mujer que asumió el rol de madre y lo ayudó a sanar en los momentos más difíciles.
El talento de Sergio Vargas finalmente encontró una plataforma en 1981, cuando participó en el Festival de la Voz organizado por Rafael Solano.
Aunque no ganó, su interpretación de “Amor” de José José llamó la atención de figuras importantes de la música, incluyendo a Dionis Fernández, quien lo invitó a unirse a su orquesta.
Fue el inicio de una carrera que lo llevaría a la cima del merengue.
En 1986, Sergio se unió a “Los Hijos del Rey” y grabó su primer disco, alcanzando la fama con la canción “La Quiero a Morir”.
Sin embargo, detrás del brillo de los escenarios, Sergio enfrentaba un mundo lleno de tentaciones y sombras.
“Había mucho vicio y otras cosas”, confesó, refiriéndose al ambiente de excesos que rodeaba a la industria musical en esa época.
A pesar de las presiones, Sergio logró mantenerse alejado de las sustancias y centrarse en su música.
La vida personal de Sergio también estuvo llena de altibajos.
Se casó con su novia de la escuela y tuvo tres hijas, pero la fama y la inmadurez llevaron al colapso de su matrimonio.
“Si pudiera volver atrás, no me divorciaría”, admitió, mostrando el arrepentimiento que aún lo acompaña.
A lo largo de los años, Sergio tuvo ocho hijos con diferentes mujeres, pero confesó que la soledad sigue siendo su mayor desafío.
A lo largo de su carrera, Sergio Vargas enfrentó momentos que pusieron a prueba su fortaleza física y emocional.
En 1989, una hepatitis viral casi le costó la vida.
Años después, sobrevivió a un accidente de autobús en Venezuela que dejó cinco muertos, incluyendo a un miembro de su banda.
Más recientemente, el COVID-19 lo llevó al borde de la muerte, dejándolo hospitalizado durante semanas y afectando profundamente su salud.
A pesar de estas adversidades, Sergio nunca dejó de luchar.
Su compromiso con la música y su comunidad lo llevó a incursionar en la política, siendo elegido diputado por Villa Altagracia.
Durante su mandato, impulsó proyectos de infraestructura y fundó una organización benéfica en Nueva York para apoyar a los más necesitados.
“El poder solo vale si mejora la vida de los tuyos”, afirmó.
En 2021, Sergio recibió su primer Latin Grammy por el álbum Es Merengue, Algún Problema?, consolidando su lugar entre los grandes del género.
Al año siguiente, fue ovacionado en el Festival de Orquestas del Carnaval de Barranquilla, donde recibió el prestigioso Congo de Oro en reconocimiento a sus 40 años de trayectoria musical.
La historia de Sergio Vargas es un testimonio de resiliencia y superación.
Desde los días en que cantaba serenatas para sobrevivir, hasta llenar estadios con su música, Sergio ha demostrado que el talento y la integridad pueden abrir puertas incluso en las circunstancias más adversas.
Su legado no solo se encuentra en sus éxitos musicales, sino también en las vidas que ha tocado a través de su trabajo comunitario y su ejemplo de perseverancia.
Hoy, Sergio Vargas sigue siendo una figura clave en la música tropical y un símbolo de orgullo para la República Dominicana.
“Yo le prometí a Dios que si mi vida encontraba sentido a través de la música, no iba a ser mala persona, y lo he cumplido”, dijo.
Su mensaje para las nuevas generaciones es claro: “No se trata de fama ni de números, se trata de dejar algo que valga la pena”.
En conclusión, Sergio Vargas no solo ha sido un ícono del merengue, sino también un sobreviviente que ha enfrentado la pobreza, la enfermedad y las tragedias personales con valentía y determinación.
Su historia, llena de altibajos, es un recordatorio de que el éxito verdadero no se mide solo en premios o aplausos, sino en el impacto positivo que dejamos en el mundo.
Y como dice Sergio, “Todavía tengo mucho que decir”.
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