¡Confesiones explosivas! Los secretos oscuros detrás del asesinato de Miguel Uribe – “Porque nada dice ‘justicia’ como un grupo de Whatsapp, un menor y un pago en Nequi”
El caso del asesinato de Miguel Uribe Turbay sigue dando de qué hablar tras la revelación de las confesiones de varios capturados implicados en el atentado.
Estas declaraciones, entregadas a la Fiscalía, pintan un cuadro sombrío de una operación criminal organizada, fría y meticulosamente planeada.
Uno de los primeros en hablar fue Carlos Mora, quien confesó haber transportado a los implicados en el crimen tras ser reclutado por alias “El Costeño” a cambio de cinco millones de pesos.
Según Mora, fue instruido para llevar a estas personas a diferentes lugares, incluyendo el parque El Golfito, donde se revisó el sitio del atentado un día antes del crimen.

La coordinación del ataque, según las confesiones, fue minuciosa.
En el vehículo, una mujer entregó el arma a “El Costeño”, quien la preparó para el disparo final que sería ejecutado por un menor de edad.
Este detalle es especialmente perturbador, ya que evidencia la utilización de un adolescente para evitar que el responsable sea juzgado como adulto.
Catherine Martínez, una modelo webcam de 20 años, también declaró ante la Fiscalía y confirmó que fue contactada por “El Costeño” para llevar el arma al lugar del atentado.
Martínez detalló que “El Costeño” aseguró que tenían contacto con la policía para que el menor no tuviera problemas, pero esta información resultó ser falsa, y el menor actuó bajo falsas garantías.

La implicación de Catherine en el manejo de armas y su relación directa con “El Costeño” revelan un entramado donde cada participante tenía un rol específico, y donde la manipulación y el engaño fueron herramientas clave para ejecutar el crimen.
Tras el atentado y la captura del menor, los implicados intentaron desaparecer pistas: se escondieron en el barrio Santa Fe, vendieron sus celulares y eliminaron sus tarjetas SIM para dificultar la investigación.
La Fiscalía continúa con la búsqueda de alias “Byron”, señalado como el enlace con grupos delincuenciales en Caquetá, lo que sugiere que la red criminal tiene conexiones con organizaciones armadas que operan en regiones conflictivas del país.
Además, se espera que alias “El Costeño” aporte información crucial sobre quién financió el atentado, con indicios que apuntan a posibles vínculos con las disidencias de las FARC lideradas por Iván Márquez, aunque esta hipótesis aún está en investigación.
Este caso no solo expone la brutalidad del crimen, sino también la complejidad del entramado político y criminal que lo rodea.
En un país donde la violencia política ha sido una constante, el asesinato de Miguel Uribe es un recordatorio doloroso de los riesgos que enfrentan los líderes y candidatos.
La participación de un menor en el crimen también pone en evidencia la manipulación de jóvenes por parte de grupos criminales, una práctica que sigue siendo una de las mayores tragedias sociales en Colombia.
Mientras tanto, en el ámbito internacional, el gobierno colombiano enfrenta críticas por su política de “paz total”, con Estados Unidos señalando que esta estrategia podría estar incentivando a grupos armados a aumentar sus ataques para mejorar su posición en negociaciones.
En medio de estas tensiones, el gobierno insiste en que la paz es una prioridad y trabaja para hacerla una realidad tangible, aunque la violencia y los conflictos armados continúan afectando a comunidades enteras.
El caso del asesinato de Miguel Uribe también ha generado debates sobre las políticas de justicia y seguridad, incluyendo propuestas legislativas que buscan otorgar beneficios carcelarios a cabecillas de organizaciones criminales a cambio de su sometimiento a la justicia, una medida que ha generado controversia y rechazo en algunos sectores.

La Fiscalía ha reactivado órdenes de captura contra miembros de grupos armados anteriormente beneficiados con suspensión de órdenes durante procesos de paz, lo que refleja la delicada situación de seguridad que vive el país.
En paralelo, la crisis de seguridad en regiones como Cauca continúa, con secuestros y violencia que afectan a funcionarios y comunidades, evidenciando la persistencia del conflicto armado.
En este contexto, las confesiones de los capturados en el caso Miguel Uribe no solo aportan detalles clave para esclarecer el crimen, sino que también reflejan la complejidad y gravedad de la situación de violencia política en Colombia.
La justicia tiene ahora la tarea de desentrañar esta red criminal, identificar a los autores intelectuales y garantizar que se haga justicia para la familia de Miguel Uribe y para el país.
Este caso es un llamado urgente para fortalecer las instituciones, proteger a los líderes políticos y combatir con firmeza las estructuras criminales que amenazan la democracia y la paz en Colombia.
En última instancia, la verdad detrás del asesinato de Miguel Uribe es también una historia sobre el poder, la impunidad y la lucha por un futuro donde la política no sea sinónimo de violencia y miedo.