¿Quién fue realmente responsable? La controvertida decisión médica que llevó a la tragedia de Diogo Jota
La madrugada del 3 de julio de 2025 quedó marcada para siempre en la memoria colectiva como el día en que dos jóvenes promesas del fútbol portugués, Diogo Jota y su hermano Andrés Silva, perdieron la vida en un incendio provocado por un accidente automovilístico en la autopista A52 cerca de Cernadilla.
Pero detrás del fatal desenlace, una pregunta atormenta a todos: ¿por qué Diogo no voló como solía hacerlo para regresar a casa? La respuesta, que ha desatado una tormenta de críticas y acusaciones, apunta directamente a la recomendación médica tras una reciente cirugía menor de pulmón a la que se sometió el futbolista.
Según testimonios cercanos y filtraciones, el doctor encargado de su recuperación le prohibió volar debido a los riesgos que implicaba la presión en la cabina de un avión para alguien con su condición.
La orden fue clara y tajante: debía viajar por carretera.
Para Diogo, esta decisión fue un golpe duro.
Se dice que suplicó poder tomar un vuelo para regresar rápidamente a su madre y evitar el agotador trayecto terrestre.
Sin embargo, el médico mantuvo su postura, argumentando que la seguridad era prioridad y que el riesgo no valía la pena.
Así, Diogo y su hermano emprendieron el viaje por la A52, un trayecto que terminó en tragedia cuando el neumático trasero derecho del Lamborghini Huracán que conducían explotó en una curva cerrada, provocando que el vehículo chocara contra un talud y se incendiara instantáneamente.
La conmoción se extendió rápidamente.
La noticia de la muerte de Diogo y Andrés sacudió a la comunidad futbolística y a sus seguidores, pero también encendió la ira y el dolor de quienes consideran que la tragedia pudo haberse evitado si se hubiera autorizado el vuelo.
En cada rincón de Gondomar, en Liverpool y en los estadios donde Diogo brillaba, se repite una frase con rabia y desesperación: “El doctor tuvo la culpa”.
Para muchos, la responsabilidad recae en aquel profesional que, con una firma en un papel, dictaminó el destino fatal de dos hermanos.
Los familiares, especialmente la madre de Diogo, han expresado públicamente su dolor y su frustración.
Frente a la prensa, ella repite una y otra vez: “Si mi hijo hubiera volado, estaría aquí”.
Esta frase ha calado hondo en el corazón de quienes conocen la historia y alimenta un sentimiento de injusticia difícil de mitigar.
Mientras tanto, el médico en cuestión ha desaparecido de la escena pública.
Se dice que ha cerrado su clínica, que evita dar declaraciones y que vive recluido, acosado por la culpa y el rechazo de la comunidad.
Algunos aseguran que su conciencia lo atormenta, que sufre insomnio y pesadillas recurrentes en las que revive el incendio y los gritos de Diogo y Andrés.
Sin embargo, no todos coinciden en culpar exclusivamente al doctor.
Expertos médicos defienden la decisión argumentando que un neumotórax reciente impide volar debido a los peligros que la presión aérea puede causar en los pulmones.
Según ellos, la recomendación fue la opción más segura para proteger la salud del paciente.
Pero para la multitud, los tecnicismos y protocolos no alivian el dolor ni justifican la pérdida.
La carretera se convirtió en una trampa mortal, y el doctor, para muchos, es el responsable de haber cerrado las alas de Diogo y lanzarlo a ese destino fatal.
Las redes sociales arden con mensajes de odio y demandas de justicia.
Grupos de aficionados y ultras han prometido no descansar hasta que el médico rinda cuentas.
Se especula que la familia prepara acciones legales por negligencia, aunque la complejidad del caso y la ausencia de un juicio público mantienen la incertidumbre.
En paralelo, circulan rumores sobre la posibilidad de que el doctor intente huir del país para evitar enfrentar las consecuencias.
Sin embargo, la culpa, dicen, no conoce fronteras y lo seguirá dondequiera que vaya.
Para quienes conocieron a Diogo, esta tragedia es más que una pérdida deportiva.
Es la historia de un hombre que luchó contra la adversidad, que soñaba con ser el mejor padre y esposo, y que confió en manos que, al final, le negaron el cielo.
Sus compañeros de equipo lo recuerdan como un líder carismático, un amigo generoso y un jugador incansable.
La ausencia de Diogo deja un vacío imposible de llenar, y la sombra de la polémica médica empaña el recuerdo de su talento y humanidad.
Mientras tanto, en la familia y la comunidad, la pregunta persiste: ¿qué hubiera pasado si el doctor hubiera cedido, si hubiera escuchado un minuto más las súplicas de Diogo?
¿Habrían evitado la curva fatal, el fuego, la muerte?
Esta duda, cargada de dolor y rabia, se ha convertido en un mantra que resuena en cada homenaje, en cada lágrima, en cada rincón donde se recuerda a Diogo y Andrés.
El legado del futbolista no solo es su brillante carrera ni su fortuna, sino también la huella de una tragedia que cuestiona decisiones médicas, responsabilidades y el valor de una vida frente a los protocolos.
En esta historia de luces y sombras, la verdad sigue buscando su camino mientras el mundo llora a un ídolo que nunca pudo volar hacia su destino final.
Porque, al final, la frase que nadie quiere olvidar ni callar es clara y contundente: el doctor tuvo la culpa.
