Hulk Hogan a los 72: El adiós silencioso que nadie quiso aceptar — “¿Un gigante que cae? Qué novedad…”
Nunca imaginamos que llegaría este día.
El día en que Hulk Hogan, el coloso de la lucha libre, se apagaría en silencio, lejos de los reflectores y del clamor de miles.
Terry Bolea, el hombre detrás del personaje inmortal, luchó durante años contra un cuerpo que ya no le respondía.
Dolor tras dolor, cirugía tras cirugía en la espalda, cadera y cuello, cada movimiento se convirtió en un acto de heroísmo silencioso.
Para el mundo, Hogan siempre fue ese ícono invencible, el hombre que gritaba con voz rasposa “¡Say your prayers and your vitamins!”, el símbolo de fuerza y perseverancia para millones de niños que soñaban con tener su cabello rubio brillante y ese bigote inconfundible.
Pero detrás de esa máscara de fuerza, había un hombre que sufría en soledad, enfrentando más sombras que aplausos en sus últimos años.
La mañana del 24 de julio de 2025 fue como cualquier otra en Clearwater, Florida.
La brisa marina se colaba por las ventanas, y mientras su esposa Sky hacía unas compras, Terry permanecía en casa.
Al regresar, lo encontró tendido en el suelo, con una mano sobre el pecho, sin aliento.
La desesperación llevó a llamar al 911.
Los paramédicos lucharon por 30 minutos para reanimarlo, pero la última batalla de Hulk Hogan no pudo ser ganada.
La noticia se esparció como un rayo.
El mundo se detuvo.
Fanáticos llegaron al hospital con camisetas desgastadas de Ulcamania, carteles que decían “Gracias, hermano”, y lágrimas que brotaban en silencio.
“Crecí con él. Me enseñó a nunca rendirme. ¿Quién me enseñará ahora?”, expresó con voz quebrada uno de ellos.
Porque Hogan fue más que un luchador; fue un padre ausente que apareció en la pantalla para gritar que todo era posible.
A pesar de sus problemas, Hogan mantuvo un perfil público hasta el final.
En abril de 2025 sorprendió al fundar una nueva liga de lucha libre, un intento de renacer que evidenciaba la lucha interna entre su cuerpo agotado y su espíritu indomable.
Sus pasos eran lentos, su espalda encorvada, su voz quebrada, pero aún sonreía, consciente de que cada saludo era una despedida silenciosa.
Su carrera estuvo marcada por batallas dentro y fuera del ring.
Traiciones, escándalos, cancelaciones y pérdidas familiares, pero siempre se mantuvo en pie.
Las redes sociales se inundaron de homenajes.
Dwayne “The Rock” Johnson recordó con cariño la inspiración que Hogan fue para él.
John Cena, visiblemente afectado, agradeció al campeón por su legado.
Y miles de personas comunes compartieron su dolor, porque con la caída de Hogan, también murió un pedazo de su infancia.
La WWE rindió tributo con una transmisión especial, mostrando imágenes inéditas de sus primeras peleas, recordándonos al joven Terry que comenzó su leyenda con la fuerza de un león hambriento.
Pero el contraste entre aquel ídolo en su apogeo y el hombre frágil que partió fue insoportable para muchos.
La familia decidió un funeral íntimo, sin multitudes ni espectáculo, solo un último adiós en privado.
Sin embargo, fuera del cementerio, cientos de fanáticos se congregaron con velas, camisetas y lágrimas.
Un niño de diez años, con una camiseta tres tallas más grande, se arrodilló y dijo: “Mi papá me dijo que Hulk nunca moría, mintió”.
Esa noche, mientras se reproducía uno de sus temas clásicos, muchos imaginaron a Hogan apareciendo entre las nubes, levantando el brazo por última vez.
En el ataúd reposaban su pañuelo rojo, un crucifijo y una nota de Sky que decía: “Te amé con cada músculo de tu alma. Ahora descansa, mi gigante.”
La despedida fue silenciosa, pero las estrellas brillaron con una intensidad inusual sobre Clearwater, como si el propio Hogan estuviera allí, despidiéndose.
Los días siguientes trajeron un despertar emocional.
Tributos brotaron en todos los rincones del planeta, desde Japón hasta Argentina.
La WWE apagó sus luces durante diez minutos en señal de duelo.
Compañeros de lucha como Rick Flair y Shawn Michaels compartieron mensajes cargados de nostalgia y respeto, reconociendo que con su muerte se cerraba el capítulo más brillante de la lucha libre.
Pero quizás el homenaje más conmovedor fue el más silencioso: un niño en un barrio pobre de México encendió una vela frente a un poste rasgado con la imagen de Hogan y susurró: “Tú fuiste mi fuerza cuando nadie creía en mí.”
Porque Hogan fue eso: más que un personaje, fue fuerza para los débiles, coraje para los temerosos, la voz que gritaba “¡Levántate!” cuando todo parecía perdido.
Mientras su tumba se cubría de flores y cartas, su legado comenzó a revelarse en cartas y grabaciones privadas.
En uno de sus últimos videos, Hogan decía: “Si escuchas esto, es porque ya no estoy. No me llores como si estuviera muerto. Viví cada segundo como si fuera el último. Me caí mil veces, pero me levanté mil. Y si yo pude, tú también puedes.”
Ese mensaje se volvió viral, un rezo moderno que consoló a millones.
Pero no todo fue gloria.
Su vida estuvo marcada por momentos oscuros: abandono, cancelación, traiciones.
Durante un tiempo, Hogan fue rechazado, pero nunca odió ni atacó.
Esperó su momento para regresar, más humano y sabio, reconstruido desde los escombros.
Tres días después de su muerte, una ceremonia espontánea reunió a miles en Clearwater.
Vestidos de amarillo y rojo, alzaron sus brazos y gritaron “Ulcamania Never Dies” una y otra vez, un grito que era duelo, despedida y amor.
Su tumba, rodeada de velas y figuras de acción, se convirtió en un altar para quienes no querían que la llama de su héroe se apagara.
Aunque su cuerpo se ha ido, su voz sigue resonando en cada persona que está a punto de rendirse.
El mundo perdió un cuerpo, pero ganó un mito.
Hulk Hogan no murió, solo duerme en paz, en gloria, en el alma de todos los que alguna vez creyeron que un hombre podía ser más que humano.
El gigante se fue, pero su eco permanecerá para siempre.
Y como él mismo dijo, si él pudo levantarse mil veces, nosotros también podemos.
¿Quién se atreve a rendirse ahora?